Estamos sorprendidos. La tan temida aplicación del artículo 155 de la Constitución (no se trata de un decreto Ley escrito y pensado en un fin de semana para dar una respuesta coyuntural a un problema) se ha saldado con la tranquilidad y la vuelta a la tan deseada normalidad. Al menos, de momento.
En poco más de 48 horas todas las fuerzas políticas independentistas aceptan las elecciones del 21-D ¿ya ni nos quejamos de los problemas por la proximidad con la Navidad-, Puigdemont ha huido como un valiente a Bruselas con parte de su equipo y los hombres de negro del Gobierno español han cogido las riendas de las distintas consejerías hasta la llegada del encuentro electoral.
Este éxito que nos ha permitido a todos respirar durante unas horas tras las tensiones y la astracanada continua tendrá muchos padres, según se mire. Para algunos obedece al inteligente planteamiento de Mariano Rajoy al poner tan cercanas las elecciones y otros hablarán del apoyo del PSOE que se rubricó en la manifestación del pasado domingo con centeneras de miles de personas e Iceta haciéndose autofotos con Millo, Arrimadas, Montserrat y un Albiol que se sumó en las últimas tomas. O las palabras del comunista Frutos poniendo nombre y apellidos a los excesos independentistas de tantos lustros.
El respaldo de la comunidad internacional al negar cualquier país desarrollado el apoyo a la república catalana, las palabras del Rey para dar ánimos a los catalanes no independentistas y al resto de españoles y reactivar a un presidente de Gobierno en apariencia desbordado¿ Todos son argumentos muy válidos y puede que hasta ciertos.
A mi modo de ver, la tranquilidad y la normalidad que se respiran ahora en Cataluña responden a que los independentistas son conscientes en su fuero interno (por muy contaminado que esté de fanatismo y propaganda) de que no llevaban razón en casi ninguno de sus planteamientos repetidos durante años.
Ni España es un Estado opresor, aunque lo diga el estadista Guardiola, ni España les roba, ni el resto de España es mucho más corrupto que sus políticos. También se han dado cuenta de que no les espera una prosperidad económica mayor ni les aguardan con los manos abiertas los socios europeos a los que pertenecen dentro de España. Saben bien que los españoles no les odian sino que los respetan y en muchos casos admiran. Son conscientes de que ellos mismos se apartan del resto de los españoles con una aversión que jamás tuvo principio en el lado donde se sienten tan incómodos. De eso tengo alguna triste experiencia personal.
Y además, los catalanes que se sienten españoles, viven esa feliz esquizofrenia que les enriquece y, seguramente, les haga disfrutar más de la vida. Las manifestaciones impulsadas por Societat Civil Catalana están llenas de banderas catalanas, y presidida por una gigantesca señera que se entremezcla en total armonía con la bandera española.
Sí, estoy convencido de que el artículo 155 no ha hecho gran cosa, ni tampoco los políticos (normalmente no suelen más que molestar mientras se barre). Ha sido el conjunto del pueblo español y, sobre todo, los independentistas conscientes pese a todo de que no tienen ningún motivo sólido para dejar de pertenecer a España. En fin, de golpe y porrazo recuperan el seny que habían dejado prestado a unos cuantos trileros.