Bajo una fuerte presión de los mercados que le impedía financiarse a tasas razonables, con un elevado déficit público y un desequilibrio en las cuentas externas, Portugal se convirtió en abril de 2011 en el tercer país europeo en pedir ayuda financiera externa.
El rescate llegó en forma de un préstamo de 78.000 millones de euros de la Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), acompañado de un severo programa de ajustes y recortes acordado con la troika, que dejó al país varios años marcado por la austeridad.
Aunque Portugal consiguió cerrar el programa con éxito en mayo de 2014, sin necesidad de pedir una prolongación, la situación todavía era delicada: el déficit seguía por encima del máximo exigido por Bruselas y la deuda pública rondaba el 130 % del PIB, lo que obligaba a mantener un rígido control de las cuentas.
En medio del tímido inicio de la recuperación, los socialistas recuperaron el poder en las elecciones legislativas de 2015 con una alianza inédita con las fuerzas de la izquierda radical, sustentada principalmente en la promesa de retirar la austeridad.
Y con esa promesa empezó el trabajo de Centeno. Con el beneplácito de sus aliados marxistas y comunistas, el ministro luso empezó a devolver rentas a las familias al reponer salarios a los funcionarios, bajar impuestos sobre la renta y subir las pensiones.
También generó polémica con otras medidas como la anulación del contrato de privatización de la aerolínea TAP cerrado por el Ejecutivo anterior o la reversión de las privatizaciones de los transportes de Lisboa y Oporto.
Esta política, unida a la poca o nula vocación europeísta de la izquierda radical, provocó que la comunidad europea mirase con recelo al Gobierno socialista luso, al que no se le auguraba una trayectoria muy larga dadas las diferencias sustanciales que tenía con los partidos que lo mantenían en el poder.
Sin embargo, consiguió recuperar la confianza de las autoridades europeas con los buenos resultados económicos y una política de contención del gasto con la que, junto a un discutido "perdón fiscal", redujo el déficit de Portugal hasta el 2 % del PIB en 2016, el más bajo de la democracia lusa.
Este fuerte ajuste dictó la salida del procedimiento de déficit excesivo de Bruselas, al mismo tiempo que el paro bajaba hasta el 8,5 % -durante la crisis rozó el 18 %- y el PIB superaba las expectativas de muchas instituciones, forzadas a mejorar sus previsiones (se espera que este año crezca cerca del 2,5 %).
Las señales positivas de la economía portuguesa empiezan a ser reconocidas también por las agencias de "rating", como Standard and Poor's que ya ha retirado a la deuda soberana lusa del "bono basura".
Además, Portugal ha dado un lavado de cara a su financiación en los mercados, donde en los últimos meses ha registrado varios mínimos históricos, lo que ha acelerado la devolución anticipada de la deuda contraída con el FMI durante el rescate.
A la par de los logros macroeconómicos, Centeno puede presumir de haber dado un paso al frente en la reestructuración del sector bancario luso, que se encontraba en una situación muy frágil cuando llegó al poder en 2015.
En estos años ha cerrado la venta del Novo Banco (antiguo Banco Espírito Santo) al fondo estadounidense Lone Star, la intervención del Banif y su posterior venta al Santander, y la recapitalización de la estatal Caixa Geral de Depósitos (CGD), que rondó los 5.000 millones de euros.
La elección de un portugués para liderar al resto de ministros de Finanzas de la UE premia la historia de éxito de uno de los países más afectados por la crisis del euro y refuerza el peso de Portugal en Europa, especialmente tras haber recibido el apoyo de los Estados miembros más fuertes, entre ellos, España.
Centeno se une así a otros nombres lusos que ocupan o han ocupado cargos en las instituciones europeas, como el expresidente de la Comisión Europea Jose Manuel Durão Barroso y el actual vicepresidente del Banco Central Europeo, Vítor Constâncio. EFECOM
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