¿Es Rodrigo Rato como Mario Conde?
Sobre Rodrigo Rato pesan tantas causas judiciales como honores y alabanzas recibía en su época de todopoderoso primer vicepresidente (por delante de Rajoy). Los jueces dirán uno a uno cuáles son sus delitos y las penas que conllevan. Pero sus malas artes no deberían llevarle a ser la cabeza de todos los patíbulos.
9 enero, 2018 12:53Supuesto cobro de conferencias en dinero negro (de comprobarse muestra una mezquindad supina), las confirmadas tarjetas black, fraude a Hacienda en torno a los 6 millones de euros y la salida a Bolsa de Bankia¿ componen el rosario de posibles delitos del expresidente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y ex vicepresidente en los Gobiernos de José María Aznar.
De paso, en el ruido de tanta corrupción política y económica de aquellos años (esperemos que no en estos, ya que la basura necesita de algún tiempo de fermentación para salir a flote) también se le atribuyen las preferentes de Caja Madrid en las que no tuvo nada que ver y que fueron invento de su antecesor Miguel Blesa, ya fallecido.
Con estos precedentes de supuestos delitos en el relato de este político alabado por muchos por su gestión económica en tiempos de Aznar, es posible endosarle cualquier cosa. Las preferentes ya son cosa de Rodrigo Rato, sea o no sea verdad, como el hecho de que recaiga sobre su persona todo el peso de la ley por la salida a Bolsa de Bankia, donde finalmente sus accionistas fueron rescatados.
Aunque se trataba de un peón de lujo, Rodrigo Rato en la operación de salida a Bolsa de Bankia, no fue más que eso. No podemos compararle con un Mario Conde, accionista mayoritario y todopoderoso gestor del Banesto que acabó intervenido un día de los Santos Inocentes. Bankia era un banco público, resultado de la fusión de casi una decena de cajas de ahorros, gestionadas por políticos regionales y colocado allí por políticos regionales con el beneplácito del Gobierno.
Una entidad que nacía bajo la sombra de sospecha de su supervivencia, ante la extrema dificultad de las cajas de ahorros que la integraban y cuya salida a Bolsa fue forzada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero para rebajar exigencias de capital. Una Bankia muy vigilada por el Banco de España a cuyo frente estaba Miguel Ángel Fernández Ordoñez y supervisada por una Comisión Nacional del Mercado de Valores en su faceta de emisor de activos de renta fija y, posteriormente, de acciones. Y también concitando la atención de las autoridades comunitarias.
Podría haber sido Rato como cualquier otro el presidente de Bankia, dependiendo de los gustos, apetencias o descartes de los poderes políticos de ese momento. Lo único que se puede achacar a ex ministro es no haber dimitido si las cifras que estaba presentando ¿supervisadas por el Banco de España- no se ajustaban a la realidad o haberlo hecho si, tal y como él ha manifestado, estaba en desacuerdo con que Bankia recibiera un bautizo bursátil.
Rodrigo Rato nunca fue un banquero como sí jugó a ello Mario Conde. Era un representante político, tal vez el último del sistema financiero español donde hubo otros tan renombrados como Narcís Serra. Culpar a Rato del descalabro bursátil de Bankia es fácil pero injusto, mientras otros políticos y los supervisores quedan como almas cándidas de esta operación financiero-política.