Junio de 2018. Por primera vez en la historia, la nómina de las pensiones va a superar los 9.000 millones de euros. En un único mes. Nunca antes había sido tan lustrosa. Hace una década, se limitaba a 6.140 millones. Y hace cinco años, a 7.900. ¿Cosas de la inflación¿, se pensará. Pues no. Trayendo al presente esas sumas con la inflación de esos periodos, se quedarían en 6.850 y 8.140 millones, respectivamente. Es decir, ni siquiera se acercarían al volumen existente ahora.

Las razones fundamentales que han llevado superar el umbral de los 9.000 millones son otras. La primera, que hace diez años había 7,6 millones de pensionistas; hace cinco, 8,2 millones; y ahora, 8,7 millones. La segunda, que hace diez años se pagaban 8,5 millones de pensiones y hace cinco, 9,1. Ahora, el número de pensiones es de 9,6 millones. Y la tercera, que la pensión media de hace 10 años era de 719 euros y hace cinco años, de 855. Actualmente, alcanza los 937 euros, con las de jubilación en los 1.083 euros; en mayo de 2008 se limitaba a 813,5 euros y en el mismo mes de 2013, a 978. Y de nuevo no es por la inflación, sino porque las nuevas pensiones que van llegando al sistema son cada vez más altas.

Más pensiones y más altas, dos ingredientes a los que se suma un tercero: durante más tiempo, porque el incremento de la esperanza de vida en la jubilación así lo propicia. Esta combinación es la que explica que a la Seguridad Social le falten cada año entre 15.000 y 20.000 millones de euros para afrontar el pago de las pensiones, un agujero que el sistema ha ido cubriendo con la denominada `hucha de las pensiones¿, adelgazada ya de los 67.000 a los 8.000 actuales, y con préstamos del Tesoro Público, que en 2017 proporcionó 10.192 millones y que este año suministrará otros 15.000 millones.

Y esta problemática ha venido para quedarse. Porque los gastos, por fuerza de la demografía y de la inercia alcista de las nuevas pensiones que llegan al sistema, es seguro que seguirán creciendo. Por el contrario, los ingresos son una incógnita. Ahora no dan, pero España difícilmente contará con todos los trabajadores que necesita y con los sueldos suficientes para que los ingresos acaben dando. De hecho, lo normal es que ese boquete próximo a los 20.000 millones en los últimos años se amplíe hasta cifras superiores a 50.000 millones cuando la generación del `baby boom¿ empiece a jubilarse a partir de 2030. Con un matiz: si no se hace nada.

¿O BIEN O MAL, PERO NO HAY ESCAPATORIA¿

Por eso no cabe otra opción que la de actuar. ¿Todos sabemos que el sistema necesita una reforma. Y que va a ocurrir, porque no hay escapatoria. La duda es si se va a hacer bien y de manera justa o mal y de manera injusta¿, avisa Ignacio Conde-Ruiz, economista de Fedea y expertos en pensiones.

Este planteamiento general es el que explica la dificultad añadida que aportarán las últimas concesiones políticas. Las del Gobierno saliente, porque el Ejecutivo de Mariano Rajoy ya aceptó subir este año las pensiones un 1,6% y el año que viene ligarlas de nuevo a la inflación, así como retrasar la entrada en vigor del factor de sostenibilidad, previsto para 2019; y las del Gobierno entrante de Pedro Sánchez, que no quiere ser menos y ya ha reforzado su compromiso de vincular las pensiones a la inflación y recuperar el protagonismo y el consenso del Pacto de Toledo.

Todo ello, para volatilizar el grueso de las reformas acometidas en 2011 y 2013, de las que apenas queda la ampliación de los años de la vida laboral que se tienen en cuenta para el cálculo de la pensión y el progresivo retraso de la edad de jubilación, en tanto que otra de las novedades, la introducción del factor de sostenibilidad para ir incorporando en las pensiones el alargamiento de la esperanza de vida, se ha retrasado. Y para alimentar otro riesgo: el de generar la sensación de que las pensiones siempre se pueden subir. Como si fuera gratis. Cuando no lo es.

El retorno a la inflación supondrá un gasto adicional para el sistema de unos 1.700 millones en 2018 y de 2.200 millones en 2019. Es decir, una carga extra que incrementará el déficit y un dinero que no se destinará a otro propósito. ¿Hay dos formas de verlo. La optimista consiste en interpretar que las subidas de las pensiones de 2018 y 2019 dan un margen de dos años para emprender una reforma que haga sostenible el sistema de pensiones. Y la pesimista, que los políticos sólo tienen una visión de corto plazo y no van a aprovechar ese tiempo¿, apunta Conde-Ruiz.

LA SOLUCIÓN NO ESTÁ EN LOS INGRESOS

Por ahora, además de redoblar su confianza en las negociaciones del Pacto de Toledo, el nuevo Ejecutivo ha hecho de las pensiones una de sus prioridades. Eso sí, sólo se ha centrado en un lado, el de los ingresos, sin mojarse en el complicado, el de los gastos.

En su entrevista en Televisión Española de esta semana, Sánchez confirmó que para reforzar la financiación de la Seguridad Social tiene intención de ¿crear nuevos impuestos¿ y ¿destopar las cotizaciones máximas¿. No precisó mucho más, pero ambas medidas, además de la correspondiente polémica, tienen varios problemas asociados.

De los nuevos impuestos se ignora cuál será su auténtica potencia recaudadora y cómo se solventará la cuestión de que sean configurados como impuestos finalistas, algo que la arquitectura fiscal actual no contempla, además de que contienen el riesgo de que acaben repercutiendo en los clientes de los sectores en los que se apliquen, que podrían ser el bancario y el tecnológico.

Y de las cotizaciones máximas se desconoce también su magnitud, si será voluntario u obligatorio y qué se hará a su vez con las pensiones máximas, que ya vienen sufriendo un tijeretazo considerable. Con otro matiz: elevar las cotizaciones máximas sin elevar en una cuantía similar las pensiones máximas quebraría uno de los principios del sistema español de pensiones, el principio contributivo, que establece la existencia de una correspondencia entre lo cotizado y lo que se termina cobrando.

Pero los expertos insisten en que estas medidas, si bien pueden aliviar provisionalmente algunas de las apreturas del sistema, no las solucionan. Ni se centran en lo realmente importante: los gastos. Si ahora ya faltan en torno a 20.000 millones al año y en el futuro el desequilibrio podría alcanzar los 50.000 o los 60.000 millones de euros, los `parches¿ de 2.000 o 3.000 millones generan más ruido y polémica que soluciones estructurales.

¿Por la parte de los ingresos no se va a resolver el problema¿, sentencia Conde-Ruiz. ¿La situación actual nos devuelve a la coyuntura de 2008 0 2009. El foco se vuelve a poner en los ingresos, ¿pero de dónde se van a sacar?¿, se cuestiona el economista Javier Santacruz.

E insisten de nuevo en que lo que espera es inevitable: una reforma de verdad.¿Porque la demografía así nos lo está diciendo¿, subraya Conde-Ruiz. ¿Hay que conseguir que el sistema sea sostenible y que se asegure el pago de las pensiones¿, continúa. Pero partiendo de la realidad y de los serios problemas que existen y que, sobre todo, existirán, y no de hacerse `trampas al solitario¿. Ni de ocultar o enmascarar la realidad. Porque, a fuerza de posponer o matizar las reformas, la situación va tornando en un juego peligroso: el de determinar quién pagará la factura. Y como lo fácil es dejarlo pasar para no afrontar los costes -en votos y contestación social- en el presente, se deja correr para que otros lo encaren en el futuro. Y lo paguen. Porque alguien, ahora o en el futuro, lo tendrá que pagar.

Pero esta realidad suele quedar matizada por otra que la relativiza.¿No es para tanto¿, es la reflexión, a modo de tentación, que siempre surge. Siempre quedará la financiación del Tesoro. O crear más impuestos. O tirar de los Presupuestos para que, del modo que sea, financien las pensiones.

Bien, pero ni la deuda del Tesoro será siempre tan barata como ahora ¿con los tipos de interés al 0%- ni España tendrá demasiado margen si no rebaja una deuda pública que sigue cerca del 100% del Producto Interior Bruto (PIB). Y en cuanto a los Presupuestos, convendría concretar cómo se haría y a costa de qué otras partidas; es decir, qué se sacrifica para meter en ellos algunos de los gastos que soporta ahora la Seguridad Social, como las pensiones de viudedad o los complementos a mínimos. De nuevo, por tanto, lo incierto ¿los ingresos- topándose con lo cierto ¿el gasto total de pensiones está creciendo y lo seguirá haciendo-.

¿Recurrir al Tesoro no pasa de ser una solución de corto plazo. Y a largo plazo no veo una fuente adicional de ingresos suficiente a partir de los impuestos, además de que hay que analizar los posibles efectos secundarios en caso de que se apliquen, como la deslocalización de la banca¿, previene Santacruz.

De ahí el llamamiento de los expertos a no poner paños caliente ni esquivar la situación. Porque en este tema no es que el tiempo corra, es que vuela. ¿Las pensiones se percibirán en el futuro, pero serán más bajas¿, sentencia Conde-Ruiz. La cuestión reside en determinar si los descensos se encajarán en una reforma que refuerce la sostenibilidad del sistema y reparta la carga de los recortes. O si la reforma y los ajustes se irán posponiendo hasta que alguna generación tenga que soportar un hachazo mayor por las bravas.

Hacerlo bien o hacerlo mal. La ventaja es que aún hay margen para elegir la primera opción. Pero se va acabando. Por eso es tan imprescindible aprovecharlo. Sin 'trampas al solitario'. 

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