Un expresidente español lideró hace más de una década una controvertida campaña con el eslogan `Los primeros con Europa¿. Dependiendo para qué, responden ahora las estadísticas. Dos años después de que los británicos decidieran romper con la Unión Europea (UE), los españoles se colocan entre los que más beneficios reconocen en la pertenencia al club comunitario, pero parecen menos convencidos que sus vecinos de que las cosas estén yendo en la buena dirección.
El último Eurobarómetro temático, publicado con miras a las elecciones europeas de mayo del año que viene, da cuenta de que un 75% de los españoles considera que su país ¿se ha beneficiado de su pertenencia a la UE¿. Una cota que supera con creces la media europea del 68% y que además supone el cuarto mayor incremento de esta opinión en el último año entre los Veintiocho, a pesar de que la media está en máximos de los últimos 35 años.
Sin embargo, no parece que los beneficios que los españoles reconocen en pasado sea argumento suficiente como para querer seguir formando parte del club. El porcentaje de los que consideran que la permanencia en la UE es positiva desciende hasta el 68%, acortando las distancias con el 60% de media de los países miebros. Aunque en este caso el dato sigue siendo superior al de hace un año, no avanza tanto como el registro medio.
En Reino Unido, solo un 47% de los ciudadanos valora positivamente la pertenencia a la UE que las urnas echaron por tierra en junio de 2016. Aunque un 53% de los británicos piensa que haber estado junto a sus socios continentales ha sido bueno para su país, este registro es el segundo peor de entre los Veintiocho. Solo los italianos (44%) consideran que las ventajas han sido menos sustanciales.
A pesar de que en estos puntos los españoles son más entusiastas que el grueso de sus vecinos, la cosa cambia cuando se trata de valorar lo que importa su voz en las decisiones de la UE. Solo un 35% considera que sí cuenta su opinión, en empate con los británicos y 13 puntos por debajo de lo que marca el Eurobarómetro para la media comunitaria. Daneses, suecos y holandeses son los que se sienten más escuchados, mientras que estonios, letones y griegos se ven como los más olvidados.
Esta desafección va a la par, salvo algunas excepciones, de lo que los ciudadanos de cada país sienten también con respecto a su gobierno. En España, coincidiendo con los compases finales de Rajoy como presidente antes de la moción de censura del socialista Pedro Sánchez, solo un 42% de los ciudadanos se sentía representado, una vez más muy lejos de la media de la UE, que en este caso se dispara hasta el 63%.
Dos años después del Brexit, uno antes de las europeas y a medio camino de la legislatura española, a este lado de los Pirineos se considera que las cosas en Bruselas van ¿en la mala dirección¿ en un 56% de los casos, nada menos que cinco puntos más que 12 meses antes. Los que piensan que Europa va bien, emulando las palabras de otro expresidente, son solo un 26%. Una cifra en línea con los registros de Italia, donde, sin embargo, la tasa de optimismo mejora sensiblemente en cinco puntos porcentuales.
Sin embargo, hay un punto en el que los españoles se revelan contestatarios como ningún otro país. Aunque los que apoyan la permanencia en la Eurozona siguen siendo mayoría absoluta (76%), los defensores de la moneda única son ahora seis puntos porcentuales menos que hace solo siete meses, según revela el último Eurobarómetro general publicado por el Parlamento Europeo.
Esta caída no tiene parangón en ninguno de los países que manejan la divisa comunitaria. Es más, contrasta con el creciente apoyo de que goza el euro en el resto de periféricos, con Portugal (80%) e Italia (61%) a la cabeza sumando tres y dos puntos porcentuales, respectivamente. Tan solo hay dos países en los que el número de detractores del euro ha crecido más que en España en los últimos siete meses: Reino Unido y Bulgaria.
En el caso británico, la ciudadanía se revuelve contra la falta de avances por parte de Bruselas para la aplicación del Brexit y refleja el desafecto reinante hacia sus socios continentales del que ya daban cuenta las cifras anteriores. Entre los búlgaros, el sentimiento negativo gana terreno conforme avanza el calendario que debería llevar a la sustitución del lev local por un euro cuya continuidad se pone recurrentemente en duda.