Italia ya lanzó un aviso a finales de mayo. Y vuelve a la carga, esta vez con un pulso más rotundo, cuatro meses después. El nuevo Gobierno italiano, conformado por la alianza del antisistema Movimiento 5 Estrellas y el ultraderechista Liga Norte, ha lanzado un evidente desafío a Bruselas. Roma ha anticipado ya a las autoridades europeas que se vayan olvidando del anterior objetivo de déficit, del 0,8%, para 2019; y que tampoco esperen una meta del 1,5% o del 1,6%, cifras con las que se estaba especulando. Lo que anunció el Ejecutivo italiano el 27 de septiembre es que el país registrará un déficit público del 2,4% en 2019¿ y también en 2020 y 2021. Días después concedió una reducción en sus pretensiones, con un déficit del 2,1% en 2020 y del 1,8% en 2021.
Por ahora, en Bruselas no han hecho acuse de recibo. Han dado a Roma hasta este lunes, 15 de octubre, que es cuando vence el plazo para que presente oficialmente los presupuestos y las proyecciones económicas, para que reflexione. Es decir, para que afine más esas cifras.
Como viene ocurriendo en los últimos años, las autoridades europeas estarían dispuestas a conceder cierto margen a Italia para ir regresando a la senda de la estabilidad fiscal, precisa no sólo para evitar que el país gaste más de lo que ingresa, sino sobre todo para no seguir engordando una deuda pública que alcanza los 2,3 billones de euros, equivalentes al 130% del Producto Interior Bruto (PIB) italiano. Pero una cosa es dejar espacio hasta una zona próxima al 1,5% y otra muy distinta aceptar una cifra que triplica el anterior objetivo y que supera el umbral de lo que Bruselas considera tolerable.
Con un agravante: el Gobierno italiano remata sus proyecciones con la esperanza de que la economía crecerá un 1,5% en 2019, un 1,6% en 2020 y un 1,4% en 2021, unas cifras que los expertos califican de demasiado optimistas. El Fondo Monetario Internacional (FMI), en las nuevas previsiones anunciadas esta semana, contempla que Italia crecerá un 1% en 2019.
La expectación, por tanto, es máxima. Como la tensión. Y las últimas declaraciones de los representantes del Gobierno italiano no hacen sino caldear más el ambiente. "Algunas grandes instituciones financieras apuestan a que Italia va a dar marcha atrás. Se equivocan", manifestó desafiante el líder de la Liga Norte, Matteo Salvini -en la foto, de Reuters-, en declaraciones a la RAI. Su homólogo al frente del Movimiento 5 Estrellas, Luigi di Maio, secundó sus palabras al sostener ¿no hay vuelta atrás¿ en el presupuesto porque hacerlo sería ¿traicionar a los italianos¿.
TODO CONOCIDO
Un lenguaje, un escenario, que suena a muy conocido en Europa. Evoca los tiempos y las tensiones en Grecia, cuando el Gobierno de Alexis Tsipras tensó tanto la cuerda que estuvo a punto de romperse, para acabar con su país fuera del euro, en 2015. La situación no es tan extrema en Italia, pero es que tampoco hace falta que lleguen tan lejos para amenazar con provocar un nuevo `accidente¿.
Varios motivos lo explican. El primero, una cuestión de tamaño. Italia es una de las mayores potencias económicas del mundo y la tercera mayor de la Eurozona. Su PIB, de 1,7 billones de euros, casi multiplica por diez el de Grecia, de 177.000 millones. Es decir, la más mínima sospecha de un posible `Italexit¿ tendría consecuencias inmediatas sin necesidad de llegar tan lejos como la maratoniana cumbre de julio de 2015 en la que Grecia y Europa evitaron el `Grexit¿ a última hora, minutos antes de que abrieran los mercados en la mañana del lunes 13 de julio.
El segundo, que precisamente por su tamaño y por su influencia en la economía y los mercados mundiales, un `accidente¿ en Italia, en su capacidad para refinanciar su deuda, causaría un terremoto de consecuencias impredecibles. Un dato: la exposición conjunta de la banca francesa, alemana y española a la deuda italiana se acerca a los 435.000 millones de euros.
El tercero, que mientras Europa, aunque a duras penas y con muchas imperfecciones, fue capaz de tejer dos rescates financieros a Grecia, con Italia no tendría ninguna posibilidad de buscar una alternativa similar. Ni por volumen¿ ni por ganas. Entre los socios del euro se entiende que la situación actual difiere sobremanera de la de 2010 o 2012. Los países han tenido años para aplicar reformas, para recuperarse y para disfrutar de la extraordinariamente expansiva política monetaria del Banco Central Europeo (BCE). Si no han aprovechado estas condiciones no pueden culpar a `otros¿ de sus males ni exigir dádivas de ningún tipo.
Y el cuarto, que el BCE no tiene margen para más. Con unas compras de deuda pública y privada por valor de 2,5 billones de euros desde marzo de 2015, con los tipos de interés oficiales en el 0% desde marzo de 2016 y con un balance que ha engordado en 3,6 billones de euros desde 2007, la entidad presidida precisamente por un italiano, Mario Draghi, ya ha explotado todos sus recursos. De hecho, en octubre ya ha empezado a comprar menos deuda en los mercados -ha pasado de 30.000 a 15.000 millones al mes- y en enero solo dedicará a adquirir deuda el dinero que proceda del vencimiento de los títulos que tiene en cartera. Y ya.
Porque, además, lo que ocurre en Italia se desenvuelve en el territorio fiscal y política, fuera de la jurisdicción monetaria del BCE. Y porque, también además, dentro del BCE también hay componentes que están hartos de que los países no hayan emprendido las reformas estructurales que la institución lleva años reclamando. Vamos, que Italia hará mal si hace cálculos pensando en que, llegado el caso, siempre podrá contar con Draghi y el BCE. Es más, el exvicepresidente de la entidad, el luso Vítor Constancio, ya mostró el camino a finales de mayo: si Italia quiere que el BCE le compre deuda, que solicite la activación del programa de Operaciones Monetarias de Compraventa (OMT, por sus siglas en inglés) y se acoja a las condiciones exigidas a cambio de esas compras, consistentes en un plan de reformas dictado por Bruselas. Casi nada.
Como siempre en estos casos, los inversores, por si acaso, se están protegiendo. Y lo hacen vendiendo deuda italiana, con el consiguiente repunte de los rendimientos, que suben cuando bajan los precios de los títulos. La rentabilidad de los bonos italianos a 10 años ronda el 3,60%, el nivel más alto desde 2014. Y siguiendo su estela, la prima de riesgo italiana, que mide la diferencia entre esa rentabilidad y la de los bonos alemanes a 10 años, se ha ampliado ya hasta los 309 puntos básicos, cuando despidió 2017 en los 159 puntos.
Considerando la abultada deuda que Italia soporta y el exigente calendario de vencimientos que tiene por delante, la presión de los mercados sobre el Gobierno italiano puede ser determinante. ¿Antes que un `Roma contra la UE¿, es un `Roma contra los mercados de deuda¿¿, expresa gráficamente Janwillem Acket, economista jefe de Julius Baer.
¿Y NO HA HECHO MÁS QUE EMPEZAR
El siguiente asalto de esta pugna se vivirá este lunes. Y no impera el optimismo. ¿Seguimos pensando que el enfrentamiento entre el gobierno populista italiano y sus socios en la UE está servido, y que es muy factible, salvo sorpresa, que se intensifique cuando el lunes 15 el Ejecutivo italiano presente sus presupuestos 2019 a la Comisión Europea¿, constatan desde Link Securities.
Pero no será el último `round¿. Como acostumbran estas crisis europeas, la tensión amenaza con dilatarse. ¿Un tormentoso conflicto entre el Gobierno italiano y la UE hasta Navidad parece servido¿, vaticina el economista jefe de Julius Baer.
Después de que Italia presente su presupuesto este lunes, la Comisión tendrá hasta el 30 de noviembre para pronunciarse. Es decir, por el camino, seis largas semanas de declaraciones cruzadas. Y puede que incluso haya prórroga hasta mediados de diciembre. ¿Una solución de último minuto en el Consejo Europeo de los días 13 y 14 de diciembre es posible¿, apunta Acket. Así es Europa. Siempre al límite. Siempre en el alambre.
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