¿He estado trabajando en un nuevo sistema de dinero electrónico que es completamente de igual a igual (peer-to-peer), sin necesidad de un tercero que lo respalde¿. Así comenzaba el correo electrónico que, según los archivos disponibles, Satoshi Nakamoto envió el 31 de octubre de 2008 a una lista de correo encriptada. Ese nuevo dinero electrónico respondía a un nombre. Se llamaba bitcóin.
En ese momento el mundo se desvanecía. Lehman Brothers, hasta hace nada uno de los colosos de la banca de inversión de Wall Street, había quebrado un mes antes y su caída había provocado un `shock¿ financiero que se propagó por todo el mundo. La crisis ya era real, palpable, y sus consecuencias económicas resultarían dramáticas.
El sistema había fallado. Ni los gobiernos ni los reguladores ni los supervisores ni nadie pudieron evitar semejante accidente. Mucho menos los bancos centrales. Todo saltó por los aires, pero nada lo hizo como la confianza. ¿En quién confiar? ¿En los banqueros, en los políticos, en los banqueros centrales que tanto y tan clamorosamente habían fallado?
En la tecnología. Sí, en la tecnología se podía confiar. En su capacidad para romper unas reglas que no habían servido para evitar la peor crisis en 80 años. Y ahí emergió el correo electrónico de Nakamoto, en el que adjuntaba un documento de nueve páginas en el que explicaba bitcóin. Su idea, su proyecto de crear una moneda basada en las nuevas posibilidades que ofrecía la tecnología, fiable, segura, fuera del alcance de la 'mano visible' de los bancos centrales y los gobiernos.
En aquel momento, quedó confinada a un público reducido. No andaba el mundo para distraerse en `inventos¿ así. Pero se fueron dando pasos. Un año después, New Liberty Standard realizó la primera transacción con bitcoines: vendió 5.050 por 5,02 dólares. Sí, por 5,02 dólares en total, con lo que cada dólar compró 1.006 bitcoines. Y en mayo de 2010, una persona pasó a la historia al comprar dos pizzas que costaban 25 dólares por 10.000 bitcoines, en la que fue la primera operación en la que la idea de Nakamoto sirvió como dinero, es decir, fue reconocido como medio de intercambio.
UNA MONEDA FUERTE
No dejaron de ser unos hitos rudimentarios, pero fueron las primeras demostraciones de que la propuesta de Nakamoto, en realidad el pseudónimo de una persona -o personas- cuya identidad verdadera aún se desconoce pese a las continuas especulaciones sobre quién es en realidad, iba en serio.
Porque iba en serio. Y Nakamoto así lo pretendió. No solo por el ADN tecnológico que caracteriza a bitcóin, basado en una criptografía que lo blinda ante las falsificaciones y en las posibilidades que ofrece una cadena de bloques tecnológica (`blockchain¿) en la que se van enlanzado los bitcoines que los mineros crean para edificar una red descentralizada que no necesita de bancos centrales ni de ningún otro tercero que lo supervise, respalde, gestione o apruebe, sino también por los parámetros con los que lo creó.
Bitcóin debía ser una moneda fuerte, creíble, ajena a las manipulaciones, las tentaciones o los intereses de los gobiernos y los bancos centrales, que no dudaban en imprimir más papel moneda, depreciándola así, a conveniencia. Por eso puso un límite. Bitcóin nació con un número finito: solo se podrán minar 21 millones de bitcoines. Y por eso, de nuevo con la tecnología 'blockchain' como piedra angular, ideó un sistema, basado en un 'algortimo de prueba de trabajo', para que el minado de bitcoines pase por procesos de validación, competencia y recompensa que, al mismo tiempo, provoquen que 'fabricar' bitcoines sea costoso -si fuera fácil sería difícil ser una moneda fuerte- e incentiven la participación de los mineros en el crecimiento de la red.
Tecnología y moneda, moneda y tecnología, unidos, con un fin tan viejo como el mundo. ¿Bitcóin es la más reciente tecnología en cumplir la función de moneda, un invento que aprovecha las posibilidades tecnológicas de la era digital para solucionar un problema que persiste desde que la humanidad existe: cómo mover valor económico a través del tiempo y del espacio¿, relata el ingeniero, profesor de economía y experto en criptomonedas Saifedean Ammous en el libro `El patrón bitcóin¿.
ADIÓS AL MONOPOLIO
A partir de ahí, sería lo que el mundo quisiera que fuera. Y el mundo ha querido que fuera a más. Una década después de su nacimiento, para comprar esos 5.050 bitcoines de la primera operación harían falta más de 32 millones de dólares, porque cada bitcóin se cambia a más de 6.000 dólares, muy por debajo de los casi 20.000 dólares a los que escaló en diciembre de 2017, pero un precio impensable cuando Nakamoto envió aquel correo hace 10 años. Su valor de mercado total actual supera los 100.000 millones de dólares.
Pero su relevancia va más allá de esos 6.000 dólares. Bitcóin fue el origen de una generación de criptomonedas que se cuenta ya por decenas. Ethereum, Ripple, Litecoin¿ los nombres se suceden, así como su propia presencia en la economía. Con los reguladores dirimiendo si se trata de divisas o de activos financieros, lo cierto es que cada vez encajan más con las tres funciones fundamentales del dinero, que debe servir como unidad de cuenta, medio de pago y depósito de valor, de ahí que cada vez sean admitidas en más compras y negocios. Tanto es así, que incluso bitcóin discute el reinado del oro como el gran activo refugio. En el bitcóin, en su filosofía fundacional, más allá de la tecnología, hay mucho del oro, de las características que lo han mantenido como el gran activo refugio, como una moneda, con el paso de los siglos.
Y así, conforme el bitcóin se ha asentado, conforme ha dado lugar al nacimiento de más criptomonedas, conforme su uso se ha extendido, los gobiernos y los bancos centrales se han ido sintiendo incómodos. Bitcóin, con sus encriptados, con su esencia descentralizada, sin necesidad de que ningún banquero central firme ningún billete para darle credibilidad, les recuerda que su hegemonía no está garantizada. Por eso están intentando reaccionar con sus propios ensayos con 'blockchain' para estudiar o analizar la creación de sus propias criptomonedas.
"A veces olvidamos que los bancos centrales, tal y como los conocemos hoy, son, de hecho, una invención en gran medida de los últimos cien años", escribió en 1995 el expresidente de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, Paul Volcker, en el prólogo del libro 'Bancos centrales', de Robert Pringle y Marjorie Deane. Venía a subrayar así que lo mismo emergieron, pueden caer.
Y eso, justo eso, es lo que Nakamoto y su bitcóin vinieron a decirles: que otro dinero es posible. ¿Bitcóin puede fallar. En su estado actual, tal vez no sea conveniente para realizar transacciones; puede que no valga para pagar tu café descafeinado en tu cafetería habitual. Quizá de momento sea demasiado volátil para ser una moneda. Pero se trata de la primera moneda verdaderamente orgánica¿, subraya el matemático, escritor y analista económico Nassim Nicholas Taleb en el prólogo del libro de Ammous. Y añade de manera clave: ¿Su mera existencia es una póliza de seguro que recordará a los gobiernos que el último objeto que el 'establishment' pudo controlar, es decir, la moneda, ya no es un monopolio suyo¿.