El mercado tiene sus procedimientos. Y uno de ellos establece que cuando sube la rentabilidad de la deuda pública, conviene rehacer los cálculos para ver si el riesgo adicional de invertir en renta variable se verá lo suficientemente premiado y si las empresas soportarán los mayores costes financieros derivados de la presión que ejercen los títulos soberanos.
Mucho de eso, de hacer números, de recalibrar escenarios y asignaciones de activos, se está viendo en 2018 con motivo del repunte de la rentabilidad de los bonos 10 años de los que más está pendiente el mercado: los estadounidenses. Tras cuatro años sin tocarlo, su rendimiento ha vuelto a superar el umbral del 3% en los últimos meses. En octubre, de hecho, se ha aproximado al 3,25%, el nivel más alto desde mediados de 2011.
Y claro, viniendo de donde se viene, con una rentabilidad en mínimos históricos después de que la Reserva Federal (Fed) mantuviera los tipos de interés de interés en el mínimo histórico del 0-0,25% entre 2008 y 2015; considerando que otros competidores, como el `bund¿ alemán, apenas rinde un 0,5%; y teniendo en cuenta que la rentabilidad por dividendo media del Dow Jones se limita al 2,4%, ese `premio¿ superior al 3% resulta tentador.
Ahora bien, para llegar a este 3%, el precio de los títulos ha caído, puesto que el rendimiento sube cuando el precio de los títulos baja. Es decir, los bonos estadounidenses son fuente de pérdidas para las carteras en 2018. Y más que lo pueden ser, en opinión de un nutrido porcentaje de analistas.
Según el consenso de mercado que recopila Thomson Reuters, 16 de los 65 expertos ¿el 24,6%- ven la rentabilidad de los bonos norteamericanos a 10 años en el 3,5% o por encima dentro de un año. Es decir, que a su precio aún le quedaría un tirón bajista por delante. Eso sí, la media de esos 65 analistas para dentro de un año se sitúa en el 3,3%.
El pronóstico más osado es el de DNB, que considera que dentro de un año la rentabilidad alcanzará el 3,75%. Royal Bank of Canada no anda lejos, porque lo sitúa en el 3,70%. En el 3,65% aparecen ANZ y BBVA. Es decir, a su juicio, aún convendría esperar antes de lanzarse a comprar bonos. En el extremo opuesto, la firma Janney lo ve en el 2,27% dentro de un año y HSBC, en el 2,3%. Si están en lo cierto, el precio y las rentabilidades actuales serían atractivos.
EN MANOS DE POWELL
La mano que decantará la balanza de un lado o de otro será la de Jerome Powell, presidente de la Fed desde febrero de este año. Desde luego, si cumple la hoja de ruta presentada hasta ahora, los primeros tendrán más opciones.
Los planes de la Fed pasan por un repunte adicional de los tipos en 2018, en diciembre, y otros tres en 2019. Es decir, el precio del dinero viajaría desde el 2-2,25% actual hasta el 3-3,25% a finales de 2019. Posteriormente, la entidad monetaria contempla otra subida en 2020, hasta el 3,25-3,5%, y ahí acabaría la secuencia alcista iniciada en diciembre de 2015.
Pero cada vez hay más dudas con respecto a este planteamiento. El enfriamiento de la economía mundial, el impacto potencial de las tensiones comerciales alentadas por el presidente de EEUU, Donald Trump, y la volatilidad vista en los mercado, en parte asociada a la normalización de los tipos en EEUU y al repunte de la rentabilidad de sus bonos, amenazan con afectar al crecimiento estadounidense y, por tanto, podrían invitar a la Fed a guardarse alguno de los aumentos previstos. Sin olvidar la creciente presión que el propio Trump está ejerciendo para que Powell reconsidere su posición y frene el incremento de los tipos. En ese caso, la carrera por `cazar¿ ese 3% en los mercados será frenética. Nadie se lo querrá perder.