Hace poco más de veinte años la burbuja que se gestó en torno a las acciones de tecnología y telecomunicaciones pinchó desencadenando uno de los mayores mercados bajistas de la historia.
La consecuencia no solo fue la quiebra y desaparición de miles de empresas, algunas de ellas icónicas de su época, sino que contradictoriamente a lo que dicta la lógica, fue el germen de la otra gran burbuja que asoló el planeta y desencadenó la gran crisis financiera de 2008. Como no hay dos sin tres, esta última dio paso a una nueva, la mayor de todas, que sufrimos hoy.
Tres grandes burbujas en menos de dos décadas no parece muy normal. Eso me hace creer que el paradigma financiero del siglo XXI reside en la sustitución de la vieja teoría del ciclo económico, según la cual existe un devenir de la inversión ligada a los fundamentos del crecimiento económico, por otra basada en elementos más subjetivos como el comportamiento conductual y la psicología.
Según Sentiment Trader, el lunes 13 de julio el Nasdaq 100 después de una apertura fuerte al alza que le llevó a marcar nuevos máximos históricos, el índice cambió su tendencia para acabar la sesión cediendo más de un 2%. Es la segunda vez en su historia que el Nasdaq se da la vuelta a la baja en la misma sesión justo después de hacer un máximo histórico. El único precedente data del 7 de marzo de 2000, fecha que marca el pinchazo de la burbuja tecnológica. El resto ya es conocido. El Nasdaq perdió casi un 80% de su valor en apenas 2 años.
El nexo de unión de ambas tendencias está claro, la exuberancia y la irracionalidad. Mientras la burbuja '.com' fue producto de la avaricia, esta última burbuja se explica en gran medida en el análisis de la psique del inversor. Con un factor diferencial.
Aunque siempre se puede elegir, es cierto que en los años previos al 2000 la alternativa no ofrecía excusas para justificar los excesos cometidos.
Hoy vivimos el TINA (there is no alternative), que indica la actual de falta de alternativas para las inversiones convencionales de riesgo moderado. Las políticas de tipos ultrabajos están llevando a que se invierta en proyectos de alto riesgo sustentados por valoraciones artificialmente altas pues la alternativa son tipos cero o negativos. En 1999 un inversor racional podía decir no a comprar acciones del Nasdaq a múltiplos de beneficios absolutamente irracionales, siendo su alternativa un bono emitido por el Tesoro americano al 6%-7%.
Valoraciones surrealistas
Con valoraciones muy similares, el mantra hoy es que no hay alternativa pues los tipos de interés reales se han forzado hasta caer en territorio negativo. Por eso el inversor se ve “empujado” a comprar activos poco rentables con mucho riesgo.
Aunque cueste creerlo, no todos los inversores se han vuelto locos como se puede inferir del hecho de que Tesla o Netflix tengan valoraciones surrealistas.
Por supuesto que el inversor sabe que su precio es absurdo pero aun así lo justifica en un intento desesperado por evitar la represión financiera sabiendo que comprar compañías a precios absurdos es casi la única opción. Pero incluso en estas circunstancias hay elección. Y la misma viene determinada por el riesgo que se quiere asumir no por la rentabilidad que se quiere obtener.
Es muy posible que en tiempos tan excepcionales como los que vivimos lo imposible siga teniendo lugar. Eso significa que, a pesar de que las alertas están disparadas y de que todas las banderas se han levantado, muy posiblemente el inversor seguirá sosteniendo la tendencia. Y lo hará invirtiendo en todos los activos de riesgo porque existe un miedo atroz a salirse de la tendencia (FOMO, fear of missing out). Cuando los tipos de interés se manipulan, la percepción del riesgo se desvirtúa por la distorsión que genera en el comportamiento del inversor.
Mi impresión es que la cantidad de tiempo que se emplea en el análisis sensato hoy no está valorado pues las conclusiones del mismo siempre entrarán en conflicto con la idea de rendimiento y la presión por generarlo. Los negacionistas de esta burbuja se justifican en el ciclo y en la idea de que, a pesar de todo, las valoraciones no son elevadas. Seguro que no vivieron el pinchazo de la burbuja 1.0 en marzo de 2000. Posiblemente la mayoría tampoco fue testigo de la 2.0 en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers. Lo que es seguro es que sufrirán el estallido de la burbuja 3.0. Y cuando eso suceda, no habrá triunfalismo por mi parte en poder decir que el 13 de julio de 2020 pudo marcar su pinchazo.
*** Alberto Roldán es economista y gestor.