BP ha sacudido recientemente la industria del petróleo al afirmar en su Energy Outlook que el camino que sigue la industria es insostenible. Básicamente afirma que la demanda de combustibles fósiles se verá desafiada, algo que ya es un hecho, y que por ello es inevitable la transición hacia el modelo que realmente necesita el mundo.
De hecho, es una de las primeras compañías en afirmar su deseo de cambio radical a un negocio totalmente ligado a las energías renovables. No cabe duda de que es un mensaje valiente teniendo en cuenta que es una compañía cotizada que se dedica por completo a la exploración y producción de hidrocarburos, y que estos mensajes suelen asustar a la comunidad inversora.
El declive de BP se hace evidente después de que el pasado viernes sus acciones se situasen en mínimos de 25 años. No es la única. Total, Exxon, Royal Dutch Shell e incluso Repsol se encuentran en similar situación. El peso de las petroleras hoy sin duda no es el que fue.
¿Es este el final los grandes dinosaurios del petróleo? Para responder primero hay que entender que 2020 muy posiblemente se convertirá en el año que simbolice la irreversible transición de la industria. A la ya de por sí complicada configuración del mapa de productores, con intereses muy contrapuestos en un mercado opaco como pocos, que funciona bajo un régimen de oligopolio, se le ha sumado la crisis sanitaria provocada por la pandemia, que ha tenido un lógico reflejo en la demanda. Y, por tanto, en los precios, llevando a que en el año el crudo se deje un 34%.
Siendo una caída considerable no es una variable que por sí sola explique los mínimos de las petroleras pues, al fin y al cabo, los precios están al mismo nivel que hace dos años cuando las expectativas de crecimiento era notablemente más optimistas.
El hecho de que la demanda responda de forma inmediata a factores coyunturales provoca que automáticamente se modulen las expectativas de corto plazo vía precios. Pero se necesita algo más en el largo plazo para justificar un cambio radical en la fisionomía del sector.
BP dibuja tres escenarios todos ellos ligados a la rapidez con la que se avance en la consecución de un modelo de cero emisiones con los que se puede estar más o menos de acuerdo pero que ayudan a entender lo que va a pasar. El escenario más optimista que denomina business-as-usual viene a decir en argot del sector que, sin que ocurra nada extraordinario, la demanda se encuentra en plateau, es decir, que ha alcanzado su punto máximo o meseta desde el cual solo se puede esperar un declive terminal.
BP no se muestra por tanto optimista ya que cree que en el mejor de los casos la demanda marginalmente, y por muy poco tiempo, estará por encima del umbral de los 100 millones de barriles diarios (mbd) para desde ahí iniciar su declive.
Eso no significa de ninguna manera el fin del petróleo, simplemente que la nueva producción ligada al crecimiento de la población y al bienestar económico, no suponen un crecimiento adicional de la demanda al que debe ajustarse la oferta.
Según la Agencia Internacional de Energía, la demanda de crudo en 2020 será la más baja en una década al situarse entre 91 y 92 millones de barriles diarios. La petrolera espera que los tres escenarios inicien un declive de la demanda que en el escenario más pesimista podría situarse entre 20 y 30 mbd en un plazo de treinta años. Eso supondría una reducción de tres cuartas partes del máximo estimado, o lo que es lo mismo, una reducción de aproximadamente el 25% cada diez años.
La predicción no es ni mucho menos perfecta ya que deja en el aire muchas cuestiones. De entrada, antes de plantear un apocalipsis se necesita algo más consistente que el loable deseo de un mundo sin emisiones. Pero no va desencaminada.
Esta misma semana Xi Jinping anunció por sorpresa ante la Organización de las Naciones Unidas, que los planes de China para alcanzar la neutralidad en emisiones para 2060, adelantando con mucho las previsiones más optimistas. Siendo los dos países más contaminantes del mundo de lejos, es toda una bofetada política y de imagen para EEUU.
Con todo, el futuro del petróleo no es apocalíptico porque hasta que esos planes ganen velocidad la dependencia del petróleo es evidente. Pero tampoco se puede negar que hay un proceso de cambio y que el mismo tiene un impacto considerable en las compañías.
La pandemia está acelerando de forma imprevista la transición hacia esa menor demanda de crudo. El distanciamiento social, las restricciones de movimiento y los cambios en los hábitos de consumo en las franjas de población más joven, son factores de impacto que se suman al mayor compromiso por un mundo sostenible con una mayor conciencia ecológica.
Pero para ello, lo que no se puede olvidar, es que si se buscan otras fuentes de energía hay que tener en mente que para producirlas se necesita la coexistencia de lo que hoy por hoy sigue siendo la fuente primaria de generación más usada, los hidrocarburos.
En el mejor de los casos, BP cree que en treinta años los combustibles fósiles para generación de energía se reducirán apenas un 0,3% anual frente a una caída anual del 4,2% para el petróleo y del 1,6% para el gas en su peor escenario.
Todo ese panorama, acertado o no, dibuja un escenario difícil para toda la industria ya que resulta complicado plantear un plan creíble de inversión en nueva producción. Se está reduciendo la visibilidad del sector a pasos agigantados.
Podría darse la paradoja de que bastaste con agotar las actuales fuentes de producción sin necesidad de adicionar nuevas, lo cual sería nefasto para toda la industria, incluyendo la auxiliar y la de servicios. La pregunta es si los recursos actuales pueden sostener los dividendos futuros sin necesidad de mayor endeudamiento.
De lo que no cabe duda es que el sector descuenta un futuro que nada tiene que ver con el pasado y coloca en una encrucijada a los inversores del value, cuya defensa empieza a encontrar cada vez más dificultad para defender sus argumentos incurriendo en no pocas contradicciones.
La correlación de petróleo con las valoraciones va a seguir disminuyendo ya que cada vez menos los precios son un indicador de la salud del sector. Mientras, las cada vez más bajas valoraciones, la carga de la deuda y las quiebras de compañías poco rentables muestran que el cambio puede suponer, como anticipa BP, un cambio radical.
*** Alberto Roldán es economista y gestor.