Después de todo lo vivido, 2020 no ha sido un mal año para las bolsas. Todo lo contrario. En la peor recesión que se recuerda, aun con la mayor pérdida de empleo de la que tenemos constancia y pese a ser testigos de un drama humano y social solo comparado con una guerra mundial, los mercados de acciones se han convertido en el sueño de cualquier ahorrador: dar el mejor resultado posible en el peor momento.
Si medimos el comportamiento global de la renta variable por lo que ha hecho el S&P500, no hay duda de ello. Y es que a pesar de lo descrito, este ejercicio ha alcanzado nada menos que treinta máximos históricos que añadir a los 240 generados desde 2007. Una media nada despreciable de 20 máximos anuales que equivale a que en cada mes de los últimos 13 años se haya generado al menos uno nuevo. Es sin duda una frecuencia extraordinaria pues mejora en un 50% el dato de los últimos cien años, período en el que en el 5% de todas las sesiones negociadas se lograron nuevos altos históricos.
La perspectiva de largo plazo del mercado de acciones corrobora la idea de que la tendencia es alcista por naturaleza. Pero esto no ha sido siempre así. Tras hacer cumbre el siete de septiembre de 1929, al S&P le costó nada menos que 25 años volver a hacer nuevos máximos. Tendencias bajistas en los siguientes 70 años reducen ese período a una media de seis años. Y es que con cada nuevo máximo al inversor le asalta la duda ¿y si es el último?
Según un estudio de JP Morgan, en los últimos treinta años el retorno promedio de invertir de forma aleatoria eligiendo un día al azar comparado con el que se obtiene invirtiendo justo el día que se hacen máximos, nos demuestra que contrariamente a lo que se piensa no hay mal de altura en las bolsas.
En otras palabras, nos hemos acostumbrado de tal manera a ver que las bolsas solo transitan en una única dirección que las valoraciones ya no dan vértigo. Eso es justo lo que piensan las generaciones nacidas del 90 en adelante.
Y es que a pesar de vivir dos décadas repletas de episodios de todo tipo (recesiones, terrorismo, estallidos de burbujas, fraudes colosales, disrupciones tecnológicas y políticas, pandemias, etc.), la sensación que subyace en los inversores más noveles es que las bolsas no pueden caer. Se han auto inmunizado al riesgo.
Lo que presenciamos con la renta variable no es exclusivo de este activo de riesgo. El mercado de deuda vive en paralelo una fiebre incluso peor. En los últimos cuarenta años los bonos que emite el Tesoro americano no han hecho otra cosa más que subir de precio (bajar su rendimiento).
Si lo pensamos detenidamente, cuarenta años equivalen casi a una vida laboral. Imaginemos que estamos a finales de los 70, una etapa turbulenta en lo económico y en lo político, en la que tomar decisiones financieras de largo plazo comportaba un riesgo elevado simplemente teniendo en cuenta la elevada inflación del período.
Teniendo en cuenta que el salario medio en la época era de aproximadamente 22.000$, bastaría con haber ahorrado solo el 10% de la renta durante ocho años para ser hoy millonario. Simplemente habríamos necesitado dos cosas: salud y la tentación de vender. El tiempo es un aliado poderoso cuando se trata del interés compuesto.
Este ejercicio es mucho más honesto que jugar a que en nuestras manos cae el Almanaque de Regreso al futuro. Nuestro Martin McFly no necesita estudiar todas las apuestas posibles, realizar un sesudo estudio para seleccionar deportes, ligas, ni hacer cálculos de cómo ir apostando en el tiempo sin llamar la atención en exceso.
Lamentablemente el ejercicio de comprar y mantener hoy no es posible. No hay bonos sin un riesgo elevado que paguen un cupón anual del 12% ni inversiones alternativas que ofreciendo una TIR anual del 12%, perduren treinta años. Ni la mitad de ello. Ni siquiera un tercio.
La única alternativa para ser millonario se llama especular de la forma más irracional que se ha conocido, sin perder de vista que en la cúspide de todo este entramado hay una planificación orquestada por un banquero central que decide cómo y cuándo tienen que comportarse los mercados hasta el punto de que a la secta de Musk-maníacos les ha hecho creer que Tesla multiplica sus precios por las bondades de la compañía.
Feliz 2021 a todos. Que el próximo año le devuelva el equilibrio y el sentido común a los mercados. Y por encima de todo, que traiga salud.
*** Alberto Roldán es economista y gestor.