Inflación puntual, deflación estructural
Las respectivas comparecencias del BCE y la FED en los próximos días le confieren una importancia inusual a la semana que recién se inicia. Es tan posible que no suceda nada, es decir, que todo se ajuste al guion esperado como que pueda generarse una pequeña tormenta muy del tipo de las que atmosféricamente ocurren en junio.
Para contextualizar bien lo que puede pasar conviene calibrar las probabilidades en base a la inflación esperada. Que la curva de precios se ha doblegado es más que evidente atendiendo a dónde y en qué nivel quedaron los máximos. Es cierto que con algún giro inesperado en UK y Alemania, pero también mejor de lo previsto en el caso de Estados Unidos.
Los precios de bienes duraderos se están suavizando y solo queda por definir la evolución en los servicios para que la tendencia subyacente, la menos volátil, pueda ajustarse al objetivo de los respectivos bancos centrales.
Aunque todavía estamos lejos del 2% que ancla las expectativas, la tendencia apunta a desaceleración gracias a la presión que los tipos de interés están ejerciendo en el consumo y en la concesión de crédito. La demanda de nueva financiación está seca mientras los consumidores han pasado de tener que atender un mayor coste de la energía a centrar sus esfuerzos en el servicio de la deuda. De una forma u otra, las políticas monetarias restrictivas están haciendo su trabajo.
Si estamos de acuerdo en que ese oxímoron que representa una "desaceleración acelerada" de la inflación y mayores restricciones para la creación de nuevo dinero definen el escenario más plausible, es fácil aventurar lo que va a pasar con los tipos de interés.
De una forma u otra, las políticas monetarias restrictivas están haciendo su trabajo
A corto plazo subirán con casi toda probabilidad de forma más estética que funcional, pero a medio plazo tengan por seguro que volverán a caer en un intento por evitar que, de una desaceleración económica salpicada por alguna recesión técnica, pasemos a una depresión.
Lo que hay que tener en cuenta es que en ese tránsito hay una probabilidad muy alta de volver al punto anterior en el que estábamos hace veinte años. Atendiendo a la evolución en este siglo de los precios, la media móvil de crecimiento muestra una clara tendencia decreciente a situarse por debajo del 2% excluyendo los últimos dos años. Eso supone volver a la deflación.
Tecnología y globalización son los dos factores que explican la caída en los precios que convierten en estructural una deflación. Las televisiones, los teléfonos móviles, los PCs, cualquier elemento que conlleve un avance o mejora tecnológica ha experimentado una tendencia decreciente en precios. Y es que la tecnología incorpora su propio ciclo deflacionario. Una pantalla de plasma hace veinte años costaba unas 10 veces más con una evidente peor calidad y menor funcionalidad.
Lo mismo ocurre con la actividad comercial. La incorporación de China en 2001 a la Organización Mundial del Comercio y la progresiva deslocalización de los factores productivos a Vietnam, México, India, Tailandia, etc., supone un cambio radical en la estructura de costes que ha posibilitado abaratar notablemente los precios de consumo.
Tecnología y globalización son los dos factores que explican la caída en los precios que convierten en estructural una deflación
Explosión e implosión implican en ambos casos una liberación de energía, pero no hay una relación directa entre ambos. Con la inflación no sucede eso. Cuando los precios se disparan podemos discutir la duración pero no el desenlace. La historia nos muestra que a fases de hiperinflación les sigue una deflación. Pasó en las décadas 30 y 70 en Estados Unidos y volverá a ocurrir ahora.
El problema es que ese escenario no es el deseado políticamente pues perjudica a los agentes con un fuerte endeudamiento, entre ellos los gobiernos, cuya deuda ha seguido creciendo sin parar desde hace veinte años a la vez que se han visto incapaces de generar crecimiento con el gasto.