El conundrum del BCE
Desde esta columna siempre he defendido la necesidad de que las decisiones de política monetaria no sucumban a presiones innecesarias. Todos presuponemos que esto debería ser siempre así, pero la historia nos demuestra lo contrario.
Este próximo jueves se reúne el BCE y por primera vez hay unanimidad en que la máxima autoridad monetaria europea anunciará su primer recorte desde 2016. Desde entonces hasta hoy, los acontecimientos que han movido las decisiones en materia de tipos han sido variopintos. Hemos pasado por una etapa denominada de “represión financiera” hasta una subida vertical como consecuencia de una inflación descontrolada.
Pero todo eso ya forma parte de la historia económica cuya extensa literatura recoge opiniones y análisis para todos los gustos. Lo que procede es entender este próximo movimiento y encuadrarlo en el contexto actual.
El nivel actual de tipos es producto de una inflación no deseada que es consecuencia, irónicamente, de haber pernoctado durante un largo tiempo en terreno negativo
Nunca está de más recordar que la inflación no es algo que aparece y desaparece. Las alteraciones de precios nos acompañan de forma permanente y se manifiestan con mayor o menor ruido. Digamos que se modulan con el ciclo y con las necesidades de capital, conceptos comúnmente mezclados en una especie de amalgama macroeconómica.
Miremos el ciclo actual de forma amplia desde la herramienta convencional que usa el BCE para mantener ancladas las expectativas, que no es otra que el nivel de tipos de interés que pone precio al dinero.
El nivel actual de tipos es producto de una inflación no deseada que es consecuencia, irónicamente, de haber pernoctado durante un largo tiempo en terreno negativo. Todos sabemos el efecto pernicioso que provoca rebajar hasta lo insustancial el coste de endeudarse, y el más importante es un nivel de precios insoportablemente elevado.
La cuestión está por tanto en comprender la necesidad de bajar tipos cuando la inflación permanece por encima de las expectativas y el ciclo no es tan adverso como para pensar en reactivar urgentemente la economía.
La demanda de crédito no está hundida y la actividad inmobiliaria no genera señales suficientes como para reclamar una ayuda
Alemania sale de una muy leve recesión en una región volteada en el que los más débiles, la periferia, mantienen un diferencial de crecimiento con su principal socio económico. Los precios repuntaron por encima de lo esperado en mayo, recordatorio de que la inflación cuesta más bajarla en su punto bajo que en lo más alto. Y esto para un país tan ortodoxo en materia económica como el germano es un factor muy a tener en cuenta.
La demanda de crédito no está hundida y la actividad inmobiliaria no genera señales suficientes como para reclamar una ayuda. Bajar tipos no atraería capital y sí pondría en fuga el ahorro por el carry trade que ofrece el dólar, una situación contraria a los deseos de la propia economía americana embarcada en una cruzada comercial contra Asia.
Mi visión no ha variado en estos primeros cinco meses del año. No hay condiciones suficientes para bajar tipos igual que no hay estanflación. Mientras el mercado laboral siga mostrando resiliencia y la demanda interna no muestre una señal más contundente, bajar tipos por la presión del mercado sería un claro error.