Como en toda gran crisis una de las grandes preguntas que emergen es la duración de la misma. Resulta muy obvia, pero hay que insistir en ello, la necesidad de aislar las causas de cada una de ellas y el impacto que las mismas han tenido en los mercados financieros. Pero también lo es el hecho de que el tiempo parece tejer un patrón común entre todas ellas que hace inevitable su comparación.
Analizando los mercados bajistas desde una perspectiva histórica a través del S&P, encontramos, por ejemplo, que el bear market más duradero tuvo lugar con posterioridad a la II Guerra Mundial, extendiéndose tres años exactamente de pico a mínimo. Pero no es la mayor caída acumulada. Hasta el momento, el mayor mercado bajista que ha vivido el índice americano tuvo lugar durante la Gran Depresión, entre abril de 1930 y julio de 1932, período en el que el S&P perdió de máximo a mínimo hasta un 83% de su valor pero no ha sido el más duradero.
Como vemos, gravedad y duración no tienen porqué ir de la mano. Y esta vez no va a ser una excepción. Creo sinceramente que estamos ante una grave recesión económica que ya ha iniciado un gran mercado bajista cuya longitud es hoy una gran incógnita.
Deterioro sin precedentes
Hay especialistas que tratan la información histórica con más rigor y seguramente puedan proponer opciones para dibujar un escenario temporal plausible. Yo personalmente desconfío de aquellos que intentan acotar o predecir con precisión esotérica la duración de los eventos en entornos y ecosistemas muy cambiantes como son los mercados financieros. Por eso voy a centrarme en la idea de porqué es un mercado bajista y porqué no tiene sentido hablar de recuperaciones grafemas.
Nos encontramos ante un deterioro de las condiciones económicas sin precedentes, tal y como recogen los recientes datos de desempleo que respaldarán los relativos a producción. Detrás de un cambio tan brusco subyace algo peor que una caída acusada de la actividad.
Seguramente los datos avalen la mayor contracción trimestral de la historia en la mayoría de las economías desarrolladas. Podemos tomar como referencia EEUU por la perspectiva histórica que ofrece su economía. Los datos preliminares derivados del cierre semicompleto de la economía americana y las restricciones comerciales y de movimiento, apuntan a una contracción en el segundo trimestre de entre el 15% y el 25%.
Evidentemente en la segunda parte del año, si nos dejamos llevar por cierto halo de optimismo, se puede ganar tracción. Pero la misma será insuficiente para evitar el modo recesivo de la economía. Ello es así porque una parte sustancial del tejido económico seguirá sometido a fuertes restricciones.
Piense en todo lo que tenga que ver con una actividad económica de vínculo social como restauración, ocio, viajes, parques, representaciones culturales. El daño añadido es que es actividad perdida y no recuperable. Lo ideal es aplicar recetas para garantizar la liquidez y no para alimentar el crédito. Vamos a vivir una recesión de balance en la que el problema no está en la oferta de crédito, que es ilimitada, sino en la demanda del mismo. Sigamos.
El desempleo pasará a tasas de doble dígito en casi todas las economías avanzadas. En EEUU, las proyecciones se disparan hasta el 20%. En dos semanas, la pérdida de empleo ha superado toda la creación de la administración Trump en tres años.
Pérdida de riqueza. Las caídas bursátiles, la pérdida de valor de la vivienda, la drástica caída en las tasas de crecimiento de largo plazo y la aplicación de mayores tasas de descuento por el incremento de primas de riesgo, generará un empobrecimiento y pérdida de ahorro que, de nuevo, políticas monetarias desmesuradamente expansivas no van a ser capaces de frenar a corto plazo.
La Fed enviará cheques a los hogares como parte del CARES Act. Sin embargo, ese cash temporal no se va a aplicar a consumo sino que se ahorrará para compensar la pérdida de empleo, la devaluación de la riqueza familiar o simplemente por miedo al futuro. Es liquidez vacía de efectividad.
Finalmente, hay una preocupación creciente por la avalancha de impagos y defaults que se avecinan, sobre todo en el segmento de pequeños y medianos negocios, que al igual que durante la crisis financiera, pondrán a prueba el sistema financiero americano y su resiliencia. Solo en este primer trimestre hemos visto un récord sin precedentes de fallen angels en el mercado de bonos que apuntan a una avalancha de quiebras e impagos en las siguientes semanas y trimestres.
Por si fuera poco, el margen de actuación de la Fed es reducido. Su lenta normalización de tipos, lo elevado de su balance y unos recortes recientes de tasas quizá precipitados, no ayudan a pensar que esta crisis se va a combatir exclusivamente con recetas monetarias. La administración Trump utilizará el populismo y seguramente dispondrá de un arsenal de medidas en materia de política fiscal que ayudarán a suavizar la recesión, pero hoy por hoy son inciertas y su efectividad en el corto plazo reducida.
La conclusión es que no creo que se pueda hablar de una salida rápida a esta situación. Los mercados financieros van a reaccionar de forma impredecible pues están sometidos a elevadas dosis de incertidumbre, lo que seguramente impulse a la toma de decisiones incorrectas a la hora de asignar riesgos.
Mi consejo es que desoiga todos aquellos que hablan de “V” o cualquier otro grafismo. Creo que estamos ante una recesión dura, larga y que en los mercados financieros traerá un gran mercado bajista en un entorno roto por las valoraciones. Mi consejo es dominar la ansiedad por entrar rápido en activos de riesgo ante la falsa ilusión que genera la distancia a mínimos.