Las startups zombis son las protagonistas del Halloween empresarial
Ni brujas ni fantasmas, los inversores temen a las startups zombis, empresas que pese a estar destinadas al fracaso, se resisten a morir completamente.
31 octubre, 2018 05:00Por Yolanda González
Halloween es la noche en la que el terror invade calles y hogares. Las historias de fantasmas y las calabazas de sonrisas siniestras se hacen con el protagonismo de una fecha en la que hay cabida para todo tipo de miedos. Incluso para los que tienen que ver con el mundo empresarial. Y es que a cualquier inversor, pese a ser capaz de asumir valientemente los riesgos del mercado de valores, le aterraría verse en una pesadilla protagonizada por las startups zombis.
Tal y como cuenta Javier Megías, fundador de Startupxplore, el término hace referencia a las empresas que a duras penas se mantienen vivas. O más bien, que resisten porque no saben cómo morir en paz. Son startups cuyo negocio se ve abocado al fracaso por falta de clientes o problemas financieros, pero que no son capaces de cerrar porque no cuentan con el dinero suficiente para hacer frente a las obligaciones que conlleva hacerlo o bien porque aún esperan el milagro que las devuelva a la vida.
Uno de los factores de justifica su existencia es el miedo al fracaso, ese que hace que quien ha creado una startup no logre asumir con facilidad que su idea de negocio no está destinada a triunfar. Para Megías, hay un elemento clave que sirve para identificar este tipo de empresas: los clientes. Si su número no aumenta y es complicado conseguir nuevos y, además, las ventas están estancadas o cayendo en picado¿ la startup ha entrado en territorio zombi.
Una vez asumida esa realidad, hay dos caminos: reinventarse o morir. Para saber cuál elegir hay que saber si se dispone de la capacidad financiera suficiente para poder aguantar y transformar el modelo de negocio. Si no es así, es necesario poner fin a la aventura empresarial.
En el mundo tecnológico, hay varias historias de estas empresas no-muertas que, finalmente, acaban enterradas en el olvido. Como el caso de YO, una compañía que convenció a los inversores y consiguió recaudar 35 millones de dólares de financiación. El miedo llegó cuando la gente se dio cuenta de que la función de esta `app¿ era básicamente enviar un SMS con la palabra ¿YO¿.
Similar en cuanto a utilidad fue el caso de Washboard, una startup que creía indispensable enviar dinero en efectivo por correo postal. En plena era digital y con los pagos por el móvil ganando cada vez más popularidad, algún emprendedor creyó que la gente necesitaba meter efectivo en un sobre y enviarlo por carta, con todos los costes adicionales que eso supone.
Otro fracaso fue el de Juiciero, una compañía que vendía exprimidores de bolsas de zumo conectadas a la red Wi-Fi por un precio de 700 dólares. Esta idea le pareció maravillosa a más de un inversor y Juiciero consiguió 120 millones de dólares para llevar a cabo su proyecto. La promoción que se hizo del aparato fue espectacular. Pero, como en toda buena película de terror, el giro de guión inesperado llegó cuando una periodista de Bloomberg tiró por la borda la idea de negocio. En un sencillo vídeo que subió al medio demostraba que las bolsas de zumo podían exprimirse, de forma sencilla y barata, con la mano.