La Real Academia Española define "hipocresía" como el "fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan". El día en el que el diccionario por fin incluya fotografías, el consejero delegado de Facebook, Mark Zuckenberg, tiene serias opciones para ilustrar dicha definición. Y es que acaba de pedir a los gobiernos más regulación.
Hablamos, sí, de ese Mark Zuckerberg. El de siempre. El mismo directivo que ha visto cómo se borraban "mágicamente" muchos de sus post, entre ellos todos los escritos entre 2007 y 2008. El mismo cuya compañía anunció que durante mucho tiempo mantuvo sin encriptar las contraseñas de sus usuarios y al alcance de sus empleados. El mismo que ha anunciado políticas de transparencia para las elecciones españolas que hasta ahora no se han puesto en marcha y que quizá no lleguen a tiempo para el 28-A.
No es otro Zuckerberg el que pide regulación. Es el que paga en Irlanda los impuestos por la actividad que generan sus usuarios españoles. El que encabeza una red social dedicada básicamente a esparcir odio, anuncios y vídeos de gatitos. El que pide ahora a los gobiernos que le regulen.
Quizá lo haga como un drogadicto que pide ayuda y se interna en una institución para dejar de destrozarse las venas. Cuando los restaurantes extremeños ven tamaña jeta se la imaginan a la brasa y se sienten como un restaurante de sushi ante un atún gigante recién llegado a la lonja.
Zuckerberg habla de la “inmensa responsabilidad” -que hasta ahora no ha ejercido apenas- y no duda en insistir en que su compañía toma decisiones a diario sobre qué discurso es dañino, qué es publicidad política y cómo prevenir sofisticados ciberataques. Imagina que tu hija de nueve años aprovecha un rato de siesta para hacer un retrato con ceras en una de las paredes de tu casa y, en lugar de aceptar con dignidad la bronca, te acusa de no haber establecido una regulación apropiada sobre dónde se puede pintar y dónde no.
El directivo, que no duda en enviar a sus equipos de lobby por España para educar a los partidos políticos sobre cómo gastar su dinero de cara a las elecciones y que invierte millones en conseguir presionar a la UE para conseguir normas favorables a sus intereses, ha decidido pasarle ahora la pelota en llamas a gobiernos y reguladores. Pero sólo para ciertas cosas y después de rociarle gasolina y prenderle fuego.
“Después de centrarnos en estos temas durante los pasados dos años, creo que es importante definir qué papeles queremos que tengan las empresas y los gobiernos”, afirma Zuckerberg en una tribuna publicada en el Independent irlandés y en el Washington Post, Lo hace después después de que su red social contribuyese al ascenso de Donald Trump, al ‘bréxit’ y al genocidio birmano, además de participar en el escándalo de Cambridge Analytica.
“Al actualizar las reglas de Internet podemos preservar lo mejor que tiene -como la libertad de la gente para expresarse y la de los emprendedores de construir cosas nuevas- al tiempo que protegemos a la sociedad de más daños”, señala uno de los responsables de esos daños. Uno que construyó su imperio siguiendo la filosofía de “muévete deprisa y rompe cosas”. Aunque entre estas cosas se encuentre la democracia.
Después de cambiar el lema por “muévete deprisa con infraestructura estable”, ahora parece haber abrazado el “muévete todo lo deprisa que puedas después de haber alcanzado una posición de monopolio y consigue que los gobiernos introduzcan regulaciones que nos favorezcan en temas muy específicos para que nadie pueda superarnos, pero sin matarnos a pagar impuestos”.
La carta a los Reyes Magos
Concretamente, Zuckerberg pide nuevas regulaciones en varios ámbitos: contenido dañino, integridad electoral, privacidad y portabilidad de los datos.
“Los legisladores me dicen a menudo que tenemos demasiado poder sobre el discurso público y, francamente, creo que tienen razón. He llegado a pensar que no tendríamos que tomar decisiones tan importantes sobre el discurso público por nuestra cuenta, así que estamos creando un organismo independiente para que la gente pueda apelar nuestras decisiones. También estamos trabajando con los gobiernos para garantizar la efectividad de los sistemas de revisión de contenidos”, afirma Zuckerberg.
El empresario también habla de la necesidad de reglas electorales y presume de unos cambios sobre los anuncios políticos que aún no han llegado a España. “Nuestros sistemas serían más eficaces si la regulación crease estándares comunes para verificar a los actores políticos”, subraya.
Zuckerberg se declara partidario de la protección de datos del RGPD, lo que viene a ser como ver al antiguo cliente de un prostíbulo defendiendo la prohibición de un burdel. No es que esté mal que haya cambiado de idea, pero parece más falso que un billete de 237 euros.
También es casi tierno ver al directivo, que ha hecho todo lo posible por intentar sustituir el Internet libre por Facebook, hablar de cómo crear “un marco global” que evite que Internet se fracture. Durante años, Facebook ha intentado sustituir Internet, lo que ha tenido efectos dramáticos en países como Birmania en los que se convirtió casi en un sinónimo. El odio que rezumaban sus usuarios inflamó el genocidio Rohingya.
También defiende el principio de la portabilidad de datos, que ha defendido Telefónica desde hace años y que consiste en la posibilidad de traspasar tus datos de una empresa a otras con facilidad. Algo que permitiría a Facebook hacerse con datos de otro tipo de compañías.
Aunque quizá tenga razón en muchas de sus propuestas, puede que sea mejor que se pongan a hablar quienes tengan menos esqueletos en el armario. Una muestra de buena voluntad sería empezar a pagar sus impuestos. Que empiecen por ahí y luego, ya si eso, seguimos.