La Arcadia feliz es un mito que evoca un lugar idílico de armonía y de paz, donde el ser humano vivía en bucólico equilibrio con la creación. Un lugar al que, recurrentemente, políticos de todas las épocas han querido hacer creer a sus ciudadanos que era posible aspirar. Como sueño que es, requiere siempre desconectar de la realidad social.
Los taxistas son, precisamente, uno de los colectivos profesionales en más contacto con la realidad social. Su trato cotidiano con oriundos y foráneos es comparable con el de muchos otros trabajadores en tareas de atención al público. Pero el contexto del trato en la privacidad del vehículo, quizá acerca más a pasajero y conductor que en otro tipo de relaciones en las que se encuentran los usuarios de cualquier servicio. También los taxistas conocen la calle como nadie, siendo estupendos observadores y analistas de los problemas que nos aquejan como sociedad.
Su servicio al público, de interés general, ha sufrido como el resto de las clases medias de nuestro país el azote de dos crisis en apenas una década. Con la salvedad de que, en el periodo de recuperación entre ambas, su oficio no ha disfrutado apenas de bonanza por la disrupción del sistema de servicios que las plataformas digitales han traído con precarización y, en el caso del taxi, acompañado de una competencia desleal nacida de la desastrosa herencia del Gobierno de Zapatero, por la que nunca han sido compensados, introduciendo en su mercado regulado más de 15.000 vehículos de alquiler con conductor (VTC) sin regulación alguna. Una actuación muy “progresista” entonces, consolidada por el “Gobierno de Progreso” de ahora.
Este señalado apego a la realidad los lleva paradójicamente, de un modo alterno, tanto a una conducta de extraordinario pragmatismo, como a sufrir un idealismo ilimitado que suele ser aprovechado por demagogos de todo pelaje para sus intereses espurios, políticos o económicos. Entre otros, prometerles un pasaje de ida a la Arcadia feliz del taxista. Un lugar donde quizá los usuarios nunca escasean, ni buscan, como en otros servicios, pagar menos por obtener más y mejor. Un paraíso donde el trabajo se reparte por igual y todo el mundo hace cada día una magnífica “hoja”. Un país, ¡ay!, sin las nuevas VTC circulando por las calles y donde otros inconfesables deseos conforman una realidad menos angustiosa para el titular de una licencia de taxi municipal, de cualquier ciudad de España.
No obstante, en los últimos años, tras haberles sido inoculada una sobredosis de populismo -prometedor de dicho pasaje a la Arcadia-, parece que felizmente la mayoría de los taxistas han despertado del sueño para volver a practicar el pragmatismo y el realismo, que personifican al digno y libre trabajador autónomo, contribuyente nato y soporte de la economía doméstica con su pequeño ahorro, sobre el que no practica ningún tipo de elusión en el ámbito fiscal.
Este actual “fenotipo” del taxista, persigue como objetivo principal hacer su “hoja diaria” para poder -ajeno a mayores y profundos problemas socioeconómicos-, llevar el sustento a su familia y cumplir con los pagos del préstamo del taxi, hipotecas, cotizaciones, colegio de los niños, vacaciones o letras de una modesta segunda vivienda, las legítimas aficiones de cada uno, y, por supuesto, con la voracidad fiscal del Estado.
Nada exótico, pero todo muy importante para que su servicio público funcione y aspire a la excelencia, se mejore la movilidad urbana, y, como efecto, colmar con su grano de arena los presupuestos de unos políticos manirrotos que puedan seguir haciendo girar el bombo de sus privilegios.
Los taxistas, con su binomio idealismo-pragmatismo, han dado todo un ejemplo de solidaridad con traslados gratis
En esto andábamos preocupados cuando apareció el Covid-19. Frente al virus, y, en lo peor de la crisis sanitaria los taxistas, con su binomio idealismo-pragmatismo, han dado todo un ejemplo de solidaridad con traslados gratis, de sanitarios y trabajadores esenciales, así como de participación en muchas campañas de compromiso social. En definitiva, estando en su lugar.
Mientras tanto el Gobierno, como una fría madrastra, calculó cicateramente las condiciones y pago de una prestación por cese de actividad que pudiera, si le resulta de interés, incluso tornar de aparente “escudo social” a “paguita” generadora de “kolectivos” dependientes, mientras decide cual será el papel de los pragmáticos taxistas en su “nueva normalidad” de un “nuevo orden mundial” que aplicar tras una “desescalada asimétrica” con una recuperación en “v” o “l”, o lo que se tercie, que lo mismo da, si ese gato caza ratones para adoctrinarlos en el pensamiento único.
Pero el taxista en su pragmatismo, tiene cada día más claro que, a consecuencia del Covid-19 y su gestión, se presenta un panorama aciago a medio plazo con un desplome del 50% de la facturación por la caída de turismo, eventos masivos y otros focos de atracción de demanda de movilidad, etc. De modo que lo que necesita más que nunca son medidas técnicas que mejoren su día a día y continúen haciendo de su profesión un trabajo libre y conectado a la realidad. Con sus luces y sus sombras, pero realidad, en fin.
Los taxistas necesitan una supresión o una rebaja sustancial de los impuestos, mientras la movilidad se recupere. Darle al cliente el precio cerrado que espera conocer antes de iniciar el trayecto. Reglas más flexibles en tarifas para adaptar su oferta a la demanda de pasajeros. Poner en marcha servicios de taxi compartido, cuanto antes. Mayor libertad para elegir un vehículo con el que prestar su servicio, y que si se decide por uno eléctrico las administraciones le apoyen para una explotación sostenible.
Que tenga posibilidades de inversión externa o, en su caso, mediante capitalización de su licencia para poder financiar desde el propio sector la digitalización que el mercado le demanda; y que lo pueda hacer por sí, con bases en economía social, y en la unión y asociación con otros taxistas, porque nada se va a producir sin su esfuerzo. Nada va a funcionar ni ser eficaz por ideología ni por arte de magia, como sería una aplicación digital pública creada por decreto y no por las necesidades reales del mercado. Que, en definitiva, vea como se le hace justicia de una vez y se le compensa por la entrada disruptiva de miles de competidores y que se apueste por su servicio como generador de riqueza local, competitividad y eficiencia sostenible.
El viaje a la Arcadia feliz y segura, suele ser una pesadilla a la que se llega por vías totalitarias, donde todos son iguales en miseria, y de la que hay que huir saltando o derribando un muro. Mientras que el sano baño de la realidad está lleno de desempeño, de libertad, de responsabilidad, de un excelente servicio al cliente, siempre a un precio razonable, de profesionalidad en trabajo y como no, de riesgo. Adorable y libre riesgo.
Conectemos cuanto antes los taxímetros a la realidad.