Los bancos han sufrido mucho este año en Bolsa con caídas superiores al 30% que les vuelven a colocar como la oveja negra del mercado. Y esto viene ya de otros años de fuerte deterioro en su precio. Un comportamiento muy negativo que va camino de alcanzar los diez años y que desmiente esas premisas bursátiles de lo conveniente de invertir a largo plazo. Cualquier que estuviera en banca en 2008 sufre un desplome del que probablemente jamás se recuperará.
Si los problemas e incertidumbres de la banca española no fueran ya notables, se produce además el contagio de economías cercanas como la italiana o la portuguesa. Sobre todo, la amenaza de los históricos bancos alpinos cuyas cuentas están en cuestión y, por tanto, la confianza sobre su sistema financiero y del resto de Europa. Tampoco ayudan mucho resultados y noticias de otros gigantes como el Deutsche Bank que guarda sorpresas bajo sus alfombras.
Los males de la banca actual son los tipos negativos. Las entidades no se cansan de quejarse sobre la dificultad de hacer negocio con estas tasas de interés. Y eso pese a que ofrezcan los créditos al consumo en torno al 9% y las hipotecas se coloquen al 2.32% cuando a ellos coger dinero del BCE o de los ahorradores les resulta gratis.
Efectivamente, se estrecha el margen financiero pero, además, desaparece la posibilidad de obtener grandes ingresos jugando en los mercados de deuda. Los tiempos de la plusvalía por la subida del bono aún no han terminado pero en ese hueso apenas queda ya molla y solo con el riesgo de verse atrapado en tipos negativos si la situación se da la vuelta.
Estos tipos negativos aparecen con una crisis inmobiliaria, un exceso de regulación financiera que limita mucho sus movimientos (puede que sea bueno a tenor de lo que supuso la desregulación financiera) y un cambio de modelo impulsado por las nuevas tecnologías y la entrada de competidores que no padecen tanta regulación.
Pero preferiría hablar del harakiri que se han hecho los bancos con la multiplicación de sus acciones en Bolsa. Ampliaciones de capital, mayormente para cumplir ratios de capital, y ampliaciones para pagar dividendo a sus accionistas. Operaciones que se han cargado literalmente a estos valores en Bolsa.
Las primeras tienen una justificación económica clara y muchas veces han partido de exigencias del regulador europeo o español. Cumplir sin estrecheces las exigencias de capital de primer nivel. Las segundas son, a mi modo de ver, un problema añadido que se ha creado la banca y que ha puesto la guinda en el pastel de esta crisis para que sea casi imposible recuperar lo perdido.
Las cantidades son gigantescas. Bancos como Santander han pasado de un capital formado por 6.254 millones de acciones hasta los 14.434 millones actuales, según datos de la Bolsa de Madrid. Banco Popular tiene ahora más de 4.000 millones de acciones que contrastan con los 247 millones de 2007, cifra esta última ajustada a los Split que se han hecho en años sucesivos. Sabadell ha multiplicado casi por cuatro el número de títulos, algo más comprensible por su expansión interna e internacional, y BBVA o Caixabank han tenido incrementos cercanos al cien por cien de lo que mostraban hace nueve años, antes de la crisis.
La cerrazón de la banca de mantener el dividendo y hacerlo mediante la emisión de acciones ha tenido estas consecuencias. ¿Cómo no iban a bajar las acciones si a la caída del beneficio había que sumar que se doblaban o triplicaban el número de activos a los que repartir? Los valores bancarios están tocados por esta rémora y costará mucho verlos acercarse a sus antiguos precios, aunque venga una recuperación económica que alivie sus empequeñecidos negocios de ahora.
Santander, reduciendo a una tercera parte su dividendo, mostró el camino con la vuelta al pago en efectivo para los accionistas mandando un claro mensaje sobre aumentar el número de acciones. También otras entidades han puesto su voluntad de volver al dinero contante y sonante para el accionista. Pero lo único que podría realmente desde este enfoque mejorar la cotización es fijar un plan de recompra de títulos ambicioso y a largo plazo. Pero, de momento, para eso no hay dinero.