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El año 2019 es probablemente el primero de este ciclo económico en el que los inversores tenemos la necesidad real de ponernos frente al espejo y meditar sobre qué tenemos y cómo hemos llegado hasta aquí, hacer un análisis realista de la situación y planificar el futuro de nuestro ahorro. Esto no significa pensar qué vamos a hacer los próximos años, sino pensar qué influencia va a tener lo que hagamos (o no hagamos) hoy.
Tras una década de expansión monetaria, y un 2017 de crecimiento mundial sincronizado, el pasado año nos dio el primer gran aviso de los últimos tiempos. Quizá se esperaba, pero no con la virulencia mostrada en el último trimestre. Diciembre fue especialmente doloroso, con algunos momentos de iliquidez y pánico. Tras muchos trimestres (años) viviendo en un mar de complacencia, los inversores se vieron forzados a mirarse al espejo, y lo que vieron no les gustó, quizá en parte por la falta de costumbre.
El año 2018 no fue sólo malo por los niveles de rentabilidad, sino porque no hubo apenas refugio, ningún tipo de activo batió a la inflación, y sólo la exposición a dólar proporcionó una rentabilidad positiva; los inversores más defensivos y conservadores no tuvieron refugio en esta ocasión.
Este ciclo está siendo excepcionalmente largo, e inexorablemente nos acercamos a su ocaso. La economía está mostrando claros síntomas de debilidad, y los intentos por reactivar las políticas monetarias más expansionistas son al mismo tiempo un síntoma adicional de debilidad y una última esperanza.
"En este escenario, es razonable revaluar nuestro nivel de tolerancia a las pérdidas, el plazo de nuestras inversiones, nuestros objetivos y el nivel de riesgo asumible"
Esto no significa que deba cundir el pánico, ni que debamos dejar de asumir riesgo. El nivel absoluto de certeza (o algo parecido) no existe, y en caso de alargarse (o reverdecer) el ciclo económico, estaríamos renunciando a un periodo atractivo.
Los ciclos económicos nos van a afectar constantemente, sin poder evitar un final (más o menos brusco) cada 7-11 años. Por ello, lo importante es saber afrontar estos periodos, tratar de minimizar el impacto que pueda causar en nuestras inversiones, asumiendo que siempre va a haber un impacto.
Lo que sí es razonable, y prudente, es revaluar nuestro nivel de tolerancia a las pérdidas, el plazo de nuestras inversiones, nuestros objetivos y el nivel de riesgo asumible en cada uno de ellos.
Conviene asumir que entramos en una fase de mayor incertidumbre y volatilidad, peor remunerada en términos de rentabilidad/riesgo, y que probablemente dará buenas oportunidades de compra para el inversor de largo plazo. Por todo esto, y tras mirarnos al espejo de manera sincera, creo que es racional reducir en algo nuestro nivel de riesgo para transitar este periodo, y tener la opción de aprovechar las oportunidades que se nos presenten.
Vivir en una permanente complacencia, o perseguir el mercado, no parecen alternativas. Si tengo que escoger, prefiero ser suricato.
*Fernando Aguado es Director de Inversiones de Fonditel