En la actualidad, la banca española está ofreciendo una gran calidad de servicio que, medida por la satisfacción percibida por los clientes, no solo ha mejorado enormemente en los últimos años, sino que compara muy bien con el sector tanto en Europa como en Norteamérica.
El esfuerzo que el sector sigue realizando para adaptar los diferentes canales de distribución a la nueva realidad digital, las fuertes inversiones en la mejora de los procesos o la obsesión por poner las necesidades del cliente en el centro han ayudado, no sólo a mejorar la calidad del servicio, sino también a ser capaces de ofrecer unos productos y servicios muy competitivos.
Y esa es la razón por la que, por ejemplo, hoy las pequeñas empresas españolas se están financiando en condiciones más ventajosas que las pequeñas empresas en otros países europeos y de que nuestras hipotecas hayan tenido un coste claramente inferior a las de los alemanes, franceses o británicos de forma consistente durante los últimos 10 años, lo que ha permitido a los ciudadanos un mayor acceso a la propiedad.
Sin embargo, para que los bancos puedan seguir ofreciendo esta calidad de servicio es condición sine qua non que el sector pueda obtener una rentabilidad ajustada y sostenible en el tiempo.
Las pequeñas empresas españolas se están financiando en condiciones más ventajosas que las de otros países europeos
Para conocer la rentabilidad de una empresa o sector en general, y de la banca en particular, se tienen que poner en relación los beneficios que genera por su actividad con los fondos propios invertidos.
Teniendo esto en cuenta, cuando analizamos la rentabilidad del sector bancario, no solo español sino también europeo, la remuneración que proporcionan los beneficios generados sobre los fondos propios se encuentra por debajo del coste de capital, lo cual no es sostenible en el medio y largo plazo.
Esta situación, que se arrastra desde hace algunos años, viene explicada, principalmente, por dos motivos:
Por un lado, la regulación. Los bancos tenemos hoy en día unas necesidades de capital muy superiores a las que teníamos hace una década. De media podemos decir que las exigencias regulatorias de capital se han multiplicado casi por 2,5 veces.
El segundo factor es la presión en la línea de ingresos, presión que viene dada tanto por un Euríbor en valores negativos desde hace ya más de cuatro años, como por un continuo desapalancamiento del sector privado español.
Esta situación de tipos de interés negativo ha tenido efectos positivos para la economía en su conjunto, reduciendo la carga financiera de familias y empresas y, por lo tanto, ayudando a reducir la morosidad del sistema. Sin embargo, su persistencia en el tiempo ha acabado por afectar de una manera muy importante a la cuenta de resultados de los bancos, por no hablar de los efectos perniciosos que unos tipos de interés negativos tienen sobre el ahorro privado.
Ante esta tesitura, el sector bancario español lleva varios años realizando un enorme esfuerzo de adaptación, a través del más importante proceso de consolidación bancaria de la historia de nuestro país. Ha pasado de 53 a tan sólo 11 entidades significativas; ha cargado contra las cuentas de resultados unas provisiones superiores a 300.000 millones de euros, y ha reajustado su estructura con una disminución de una tercera parte de su plantilla, convirtiéndose en la tercera actividad que más empleo ha perdido, en términos relativos, tras la construcción y el sector manufacturero.
Si bien este esfuerzo llevado a cabo por el sector ha ayudado a mejorar de una forma muy importante la solvencia de las entidades, factor éste, clave para nuestro sector, no ha sucedido lo mismo con la rentabilidad, al no verse compensada la fuerte reducción de los ingresos con el ahorro de costes que ha significado dicho esfuerzo de adaptación.
El sector bancario español se ha convertido en la tercera actividad que más empleo ha perdido
¿Esta situación de baja rentabilidad es sólo un problema para el sector financiero? La respuesta es claramente no.
Un país necesita un sistema financiero sólido y capaz de alcanzar una rentabilidad ajustada, porque si la rentabilidad está por debajo del coste de capital que requieren los inversores cotizará por debajo del valor en libros, tal y como está ocurriendo en la actualidad, algo que puede dificultar la búsqueda de nuevo capital, lo que, a su vez, puede llevar al sector a una situación de infracapitalización y, por tanto, a encontrar dificultades para incrementar sus carteras de crédito. O lo que es lo mismo, puede tener problemas para financiar la economía, incluso pudiendo convertirse en un freno a su desarrollo.
Un sistema financiero que funcione correctamente, junto con unos intermediarios financieros que sean capaces de realizar de una manera eficiente y rentable su función, son imprescindibles para el correcto desarrollo de una economía abierta, competitiva y capaz de generar oportunidades. La capacidad de ahorrar para el futuro, de encontrar financiación para poner en marcha nuevos proyectos, de generar un sistema de medios de pago seguro, etc..., necesitan de este buen funcionamiento del sector financiero.
Como sociedad, no podemos aspirar a tener una economía saneada, bien financiada y con crecimientos robustos y equilibrados, sin un sector financiero solvente, que obtenga una rentabilidad ajustada a su coste de capital, y con una gran reputación social.
Sólo, bajo estas premisas, el sector financiero español será capaz de cumplir con su misión que no es otra, que la de financiar a empresas y familias, y de este modo, ayudar a la sostenibilidad y mejora socio económica de nuestro país.
*** José Ignacio Goirigolzarri es presidente de Bankia.