Dado que más del 60 % de los españoles admite que siempre llega tarde, no debería sorprendernos que nuestra industria haga lo mismo. Mientras intentamos ponernos al día con la cuarta revolución industrial, se está gestando otro negocio multimillonario del que aquí casi ni se habla. Me refiero a la industria espacial, cuyo mercado a día de hoy tiene un valor estimado de casi 300.000 millones de euros y podría superar los 1,35 billones de euros en 20 años.
Lejos quedaron los días en los que el espacio era un escenario desconocido por el que solo se peleaban EEUU y la Unión Soviética. Y aunque en la década de 1960, los ciudadanos de EEUU criticaban a su Gobierno por dar millones a la NASA para llegar a la Luna en lugar de destinarlos a necesidades más urgentes, fueron precisamente esas inversiones iniciales las que, poco a poco, fueron bajando las barreras de entrada a la industria espacial.
En aquella época, el precio de lanzar un satélite era de casi 51.000 euros por cada kilo de peso. Por lo tanto, enviar un pequeño satélite de comunicaciones de cuatro toneladas podía costar cerca de 200.000 millones de euros. Pero ahora, todas estas cifras han bajado tanto, que la industria espacial ya no se compone de únicamente dos superpotencias mundiales, sino de distintos gobiernos, grandes y pequeños, e incluso empresas privadas y start-ups.
La puntualidad que caracteriza a otras naciones se está dejando ver en su hora de llegada a la industria espacial. Mientras España intentaba convertirse en futura sede de los Juegos Olímpicos o planea construir una noria gigante, los grandes empresarios tecnológicos como Elon Musk, Richard Branson y Jeff Bezos hace años que fundaron sus propias empresas espaciales. Y es que en el espacio hay mucho que rascar: Virgin Galactic de Branson se está centrando en el turismo espacial, Blue One de Bezos tiene los ojos puestos en convertirse (como no) en el repartidor oficial de mercancía en la Luna, y SpaceX de Musk apuesta por los cohetes reutilizables (una estrategia que podría abaratar los costes de lanzamiento aún más) y por las megaconstelaciones de satélites.
Mientras España planea construir una noria gigante, los grandes empresarios tecnológicos llevan años invirtiendo en el espacio
Son precisamente estos pequeños satélites los que han conseguido que la industria pise el acelerador. Ahora mismo, hay unos 2.000 en órbita, pero se calcula que esta cifra podría multiplicarse por cinco en los próximos 10 años. Este crecimiento exponencial se debe a que, frente a aquellos modelos de cuatro toneladas de la época de Neil Armstrong, los Starlink de SpaceX pesan menos de 250 kilogramos, y los hay aún más pequeños. Aquí es donde entran las start-ups. En 2017, la pequeña Planet Labs, se convirtió en la empresa con un mayor despliegue simultáneo de satélites cuando lanzó a la órbita 88 de sus pequeños SkySats, de 100 kilos de peso y el tamaño de una nevera.
Pero, ¿para qué querría alguien tener tantos satélites en el espacio? Más allá de la navegación por GPS, la comunicación satelital y los pronósticos meteorológicos, un ejército de satélites podría dar conexión a internet en todo el planeta. O así lo espera Musk, quien planea lanzar un mínimo de 12.000 (de los que ya lleva más de 100) para crear una red global de internet. Y la capacidad de la flota de Planet Labs de tomar imágenes de toda la Tierra en tiempo real ya le ha conseguido una buena cartera de clientes de todo tipo, desde los que quieren monitorizar el tráfico portuario y estimar las reservas de petróleo mediante los ángulos de las sombras proyectadas por tanques petrolíferos, hasta los que monitorizan operaciones de minería ilegales y tasas de deforestación.
Y si a estas alturas del artículo cree que la tardía (por no decir nula) relación de España con el espacio no es cuestión de lentitud sino de falta de recursos, aquí van unos cuantos datos más. En 2016, el diminuto Luxemburgo anunció que empezaría a explorar la industria de la minería espacial (que sí, consiste en extraer recursos de asteroides), y en 2018 fundó su propia agencia espacial. Por su parte, nuestro vecino Portugal planea convertir su azoreña isla de Santa María en uno de los puertos espaciales más activos del mundo.
Ya sea mediante la fabricación de equipos, la disposición de ubicaciones para lanzamientos, el turismo, la minería o los servicios de internet, queda claro que el espacio es el nuevo gran campo de juego. Cierto es que este mercado no está libre de problemas, como su impacto en la investigación astronómica y su riesgo de que una colisión en cadena deje la órbita llena de basura espacial, pero de todo eso mejor hablamos otro día, que ahora llego tarde.