Normalmente se atribuye al físico danés, Niels Bohr, la frase: "Hacer predicciones es muy difícil, especialmente sobre el futuro". No obstante, las personas, las empresas y los organismos públicos deben seguir tomando decisiones todos los días en base a la información disponible. El problema de las decisiones es que están muy condicionadas por aspectos psicológicos, desde la disponibilidad de información, la representatividad, la sobrerreacción a las noticias, los sesgos cognitivos y la heurística. Todo esto también afecta a los inversores y, aunque es especialmente complicado gestionar una cartera en momentos de pánico como el actual, es importante recordar algunos principios.
En primer lugar, las crisis son momentos para buscar oportunidades. En tiempos inciertos como el actual, la gestión activa cobra especial relevancia. Un buen inversor es selectivo, conoce bien las compañías en las que quiere invertir y aprovecha aquellos momentos puntuales en los que la valoración de un negocio está muy por encima de su valor de mercado. Es en estos momentos cuando se hacen fantásticas inversiones a largo plazo, siempre de forma gradual, aunque esto signifique que puede tardar meses o años en rentabilizarlas.
En segundo lugar, cuánto más pronunciada es una corrección en los mercados, más rápida suele ser la recuperación. Especialmente si no hay motivos fundamentales que impliquen un cambio estructural. Muchas veces los mercados, como conjunto de inversores individuales, terminan generando un efecto manada que termina con una profecía autocumplida. Así, hemos pasado de la negación de la crisis a descontar una pandemia que, en el plano económico, nos lleve a una recesión similar a la de 2008.
Cuánto más pronunciada es una corrección en los mercados, más rápida suele ser la recuperación
No obstante, es importante puntualizar las diferencias que hay respecto a la crisis financiera cuyo detonante fue la quiebra de Lehman Brothers, uno de los cinco grandes bancos de inversión que había en el mundo por aquellas fechas. Así, la que se denominó la "gran recesión" se originó como una crisis tradicional de balance.
Los precios de los activos inmobiliarios se dispararon y el crédito creció más allá de lo razonable. Cuando la burbuja explotó, los agentes tuvieron que incrementar su ahorro para repagar sus deudas. El sistema bancario fue el más afectado, como transmisor de la financiación, y los activos improductivos iniciaron un proceso de saneamiento que todavía está en vigor. El colapso económico dio lugar a una crisis de demanda agregada. Las empresas no vendían, algunas quebraban, se redujeron los costes, se incrementó el desempleo, la confianza desapareció y la demande de productos y servicios cayó notablemente.
En la crisis de 2008, las autoridades tuvieron más herramientas a su disposición para mitigar las consecuencias de la crisis e intentar reactivar la recuperación. Básicamente, desde el lado de la política monetaria redujeron los tipos de interés, dieron créditos blandos a las empresas y ayudaron a la banca. Por el lado fiscal, redujeron impuestos y aumentaron el gasto público para reactivar la demanda.
La crisis del coronavirus es distinta. Afecta a la oferta agregada (se cierran fábricas, la cadena de producción se ve afectada significativamente, no hay viajes, ni turismo, los colegios cierran, etc). Además, la corrección de los mercados bursátiles vuelve a afectar de forma significativa a la confianza de los agentes y, a medio plazo, los ingresos disminuyen para afectar a la demanda agregada.
Por desgracia, hoy menos margen de maniobra por parte de las autoridades, tanto desde el lado monetario (tipos negativos) como fiscal (elevados déficits y deuda pública). Sin embargo, es previsible una acción coordinada para seguir reduciendo los tipos de interés, aumentar la liquidez vía expansión de balance de los bancos centrales, posible financiación especial para PYMES y empresas en sectores afectados y medidas de carácter fiscal expansivo. En éste último punto, quizás algo relacionado con las infraestructuras y las energías renovables.
En tercer lugar, el inversor tiene que ser paciente, evitar las emociones y actuar sin precipitación en sus decisiones. Incluso si el impacto a corto plazo es mayor de lo previsible, el escenario central es de cierta recuperación a medio plazo. Los catalizadores del cambio pueden ser: 1) El descenso de infectados en las próximas semanas o meses, 2) El descenso de los precios de los activos hasta niveles de recesión económica y 3) El descenso de la atención a las noticias generadas por el Covid-19, como suele suceder en toda crisis informativa.
Por último, el inversor tiene que saber que nunca hay un momento perfecto para realizar sus inversiones. Siempre existe un riesgo, especialmente a corto plazo donde los precios pueden caer todavía más, pero si ha comprado algo bueno a un precio razonable es solo cuestión de tiempo para que rentabilice su inversión.
*** José Luis Jiménez, director General de Inversiones de MAPFRE.