El otro día vi un tuit que decía algo tipo: "si se habla del coronavirus, mal; si no se habla, mal; si se lanzan medidas preventivas, mal; si no, también mal". Así que, como me considero una persona cívica y una periodista bastante profesional, me da pánico escribir cualquier cosa sobre el tema. Aun así, voy a arriesgarme, porque en realidad no quiero hablar sobre la enfermedad en sí misma, sino sobre cómo las nuevas tecnologías nos están ayudando a enfrentarnos a ella de formas nunca vistas.
Si esta epidemia se está viviendo de una forma totalmente diferente a cualquier otra es gracias a la tecnología. Ningún otro brote en la historia ha podido ser rastreado e investigado con tanto nivel de detalle y casi en tiempo real. Y, aunque disponer de tanta información está impulsando la sensación de alarma y ansiedad, también permite que las investigaciones para entender y desarrollar una vacuna el virus (SARS-CoV-2) estén avanzando más rápido que nunca.
Una de las tecnologías que más está apoyando esta lucha es la secuenciación genómica. Recuerde que el primer genoma humano completo se secuenció en el año 2000. El presupuesto necesario para lograrlo fue superior a los 2.000 millones de euros e hicieron falta más de 10 años de investigación para completarlo. Ahora, en los centros de secuenciación más grandes, el coste unitario ronda los 500 euros y el resultado está disponible en menos de un mes.
Ningún otro brote en la historia ha podido ser rastreado e investigado con tanto nivel de detalle y casi en tiempo real
A diferencia de aquel titánico proyecto, la agilidad y bajo coste actuales de la tecnología han logrado que en enero ya estuviera disponible la primera secuencia genómica del virus. Desde entonces, la están utilizando científicos de todo el mundo para intentar desarrollar una vacuna. Entre los distintos enfoques, un laboratorio de la Universidad de Carolina del Norte (EEUU) ha tomado la secuencia como referencia para intentar crear una copia artificial del virus desde cero.
Si se está preguntando para qué querría alguien crear una copia, la respuesta es sencilla: a pesar de que el número de infectados no para de crecer a nivel mundial, los investigadores no suelen tener acceso a muestras del virus, por tanto, crean sus propias versiones para poder estudiarlas en profundad. Aquí entra en acción otra tecnología genética: la edición. La capacidad de activar y silenciar genes, modificarlos y añadir otros nuevos a demanda representa otro de los enfoques más prometedores para crear una vacuna.
Pero la utilidad de disponer de la secuencia genómica del coronavirus va mucho más allá. Es cierto que la primera secuenciación del coronavirus se publicó en enero, pero no es la única. Mientras escribo este artículo, la plataforma Nextstrain informa de que ya hay disponibles 169 secuencias genómicas distintas procedentes de los cinco continentes. Al compararlas, los científicos han descubierto cosas como que todas las cepas conocidas proceden de un único ancestro común que existió en algún momento entre mediados de noviembre y mediados de diciembre de 2019, y que el virus entró en Italia por dos vías distintas. En menos de cuatro meses, la tecnología ha permitido obtener toda esta información, que sirve para desarrollar tratamientos y entender cómo el brote se expande y evoluciona, lo que ayuda a diseñar medidas de contención más eficaces.
Estas son algunas de las aplicaciones tecnológicas más estratégicas en la lucha contra el coronavirus, pero hay más. Si existen apps para controlar las finanzas, pedir comida e incluso para meditar, ¿por qué no hay una para gestionar a los enfermos de Covid-19? Supongo que esto es lo que debió pensar el Gobierno de Corea del Sur, cuyo país registra uno de los focos más importantes del virus.
La administración ha lanzado una aplicación que conecta a cada persona en cuarentena con trabajadores sociales para informar sobre su evolución. Además de ahorrar recursos sanitarios, la aplicación incluye monitorización por GPS que alerta tanto a las autoridades como al sujeto en caso de que este rompa su cuarentena. En la era previa a internet y los teléfonos inteligentes, una estrategia como esta habría sido imposible: un punto más para las nuevas tecnologías.
Y, aunque resulte menos impactante, una artista ha creado mascarillas personalizadas que permiten a los usuarios desbloquear un iPhone mediante su sistema de reconocimiento facial sin que tengan que descubrirse la cara. Es cierto que la idea empezó como un proyecto de arte más bien irónico, pero inmediatamente después de hacerlo público, los medios chinos se hicieron eco de la noticia y la artista, Danielle Baskin, empezó a recibir una avalancha de pedidos.
Puede que una mascarilla con una boca impresa no se convierta en el arma definitiva para luchar contra el coronavirus, ni tampoco una app para monitorizar los contagios. Pero, gota a gota, toda tecnología con potencial de ayudar en esta crisis está empezando a aportar su granito de arena de formas nunca vistas.
Si en la década de 1990 no se hubieran invertido miles de millones en secuenciar el genoma humano, puede que a día de hoy todavía no supiéramos que la persona que introdujo el virus en Europa procede de Múnich (Alemania), no de Italia ni, por supuesto, de China. Pero, a pesar de que las nuevas tecnologías han convertido la lucha contra el coronavirus en algo histórico, prefiero no seguir hablando del tema, porque seguro que hay alguien a quien le parece mal.