Veo a media España preocupada por la “falta de solidaridad” de Alemania y Holanda y su negativa a emitir eurobonos, a los que ahora, con talento literario y humorístico algo flojito, se llama coronabonos. Se trata, con esa emisión conjunta de bonos que Alemania y Holanda rechazan y que ya suscriben 14 países de la zona euro, de que los que tienen una posición fiscal más sólida apoyen a los menos ahorradores mezclando así su buen crédito en los mercados de capitales con el crédito no tan bueno de los demás.
Es algo normal en etapas de crisis el que tenga lugar ese intento: la Unión Europea solo avanza cuando no puede retroceder. El problema es que, por ahora, Alemania no siente la necesidad de avanzar todavía. Y menos cuando el Banco Central Europeo (BCE) ya está haciendo lo que en otras etapas hubiera sido anatema para todos los alemanes y, especialmente, para los que ocupaban y ocupan los puestos relevantes al frente de sus finanzas.
Y es que, aunque los “coronabonos” le vendrían muy bien a España, no son estrictamente necesarios, excepto si uno se plantea la necesidad de que la zona euro se convierta poco a poco en una federación de estados, como los EEUU. De hecho, emulando su ejemplo, ya tenemos una política monetaria común que decide y ejecuta el Banco Central Europeo y ya tenemos un mercado único. Es decir, si le damos el mismo peso a los tres componentes económico-financieros y fiscales más importantes (mercado único, política monetaria y moneda común, y política fiscal común también) solo nos faltaría un Tesoro (o Ministerio de Hacienda) único, como tienen en EEUU.
Dicho de otra manera: ya hemos constituido dos tercios de una Federación Europea. Es difícil saber si alguna vez pasaremos de ser una Federación al 66% a serlo al 100%. Para ello sería necesario que Alemania atravesara una gran crisis, específica suya, como la que en los años 1990 le llevó a ceder frente a François Mitterrand y aceptar que tuviéramos una moneda única; a cambio, el resto de Europa daría su visto bueno a la reunificación de Alemania.
Es bien claro, Alemania cede en su probidad fiscal cuando obtiene algo a cambio (que se acepte su reunificación) o cuando no ceder llevaría a una catástrofe común que le perjudicaría gravemente a ella también (caso de la delicada situación del euro en 2010-2012). ¡Oh descubrimiento! Alemania actúa como lo hace todo el mundo, tanto en el ámbito privado como en el empresarial, y tanto en el terreno autonómico como en la esfera internacional.
A quienes ahora se quejan del egoísmo de Alemania y Holanda, suelo responderles que no pueden encarar ese tema como si se tratara de una cuestión de moral personal (“esto es insolidario, inmoral, indecente, es una conducta soberbia”, etc.) Entre las naciones, como en el mundo de los negocios (como en casi cualquier ámbito) no puede hablarse de egoísmo. Son ganas de marearse uno solo. Lo que hace que las naciones y los contratantes se pongan de acuerdo en algo no es la generosidad de una de las partes sino la realidad mostrenca de que tengan intereses comunes. O sea, que las dos partes saquen un beneficio claro del acuerdo. Todo lo demás son lágrimas de cocodrilo derramadas para intentar reblandecer al contrario o para vender interiormente una mercancía averiada.
Alemania y Holanda, por ser las dos más cuestionadas ahora, solo accederán a completar la Federación Europea cuando se vean en un estado de necesidad. Por poner dos ejemplos, que necesariamente tienen que ser de mal gusto: cuando la subida de las aguas de la “emergencia climática” (¿quién la recuerda, ahora, a la pobre tras haberla declarado el Gobierno al mismo tiempo que eclosionaba la epidemia en China?) derriben o salten por encima de los diques en Holanda, o cuando las tropas de Putin avancen hacia las fronteras de la República Alemana. Son dos ejemplos, insisto, de mal gusto, pero que pondrían firmes a los reticentes. Quienes pensaran en esa tesitura que los “polders” o las fronteras del Este de Europa están tan lejanas como Wuhan en febrero, quizás intentarían, equivocadamente, desquitarse. Pero eso ya es mucho elaborar…
Otro ejemplo de cómo los países más arrogantes se muestran dispuestos a ceder soberanía y lo que haga falta cuando la necesidad apremia es el del Reino Unido: cuando en septiembre de 2007 tuvieron el primer pánico bancario que se daba en Occidente desde los años 1930 (el del banco Northern Rock) y dos o tres de sus bancos más poderosos amenazaban con quebrar, llegaron a plantearse la posibilidad de adoptar el euro como moneda.
Pero, dicho en términos prácticos, lo que importa es que los eurobonos no son estrictamente necesarios, porque ya los tenemos, aunque sea desguazados en tantos “eurobonitos” como países hay en la Zona Euro ya que el deseo de que Alemania “mutualice” o ponga en común su buen crédito con el de los demás ya se ha cumplido, aunque sea una manera un poco retorcida.
¿Por qué? Pues porque la compra sin límites de deuda pública de los estados miembros de la zona euro que ya ha anunciado del BCE viene a comprometer a todos los países de la Eurozona y a “mutualizar” los riesgos y los créditos de todos ellos.
Demasiado bien lo entiende en Alemania un sector, encabezado por Werner Sinn (un economista destacado y exrepresentante del empresariado alemán) que está convencido de que así es la realidad y que brama continuamente contra este tipo de operativa del BCE. La explicación que dan para ello es solo correcta a medias, pero tiene un punto fuerte: cuanto más bonos emitidos por los países y empresas de la zona euro compre el BCE, mayor será la posición acreedora del antiguo banco central alemán (el Bundesbank) frente a, principalmente, el Banco de España y el Banco de Italia. Según ellos, si se deshiciera la Unión Monetaria y los países de la zona euro recuperaran sus antiguas monedas, las pérdidas para Alemania serían astronómicas.
El argumento que está detrás de todo esto es bastante complicado de entender (para hacerse una idea, implica comprender bien lo que significa en términos financieros y económicos lo que es el sistema de pagos entre los bancos centrales que forman el BCE, llamado TARGET2) y da lugar a que algunos de los más ilustres economistas incurran en verdaderos errores de concepto. En realidad, creo que casi nadie o nadie entiende totalmente y hasta sus últimas consecuencias qué es lo que significaría esa ruptura.
Desde hace ya 11 años, mi visión coincide parcialmente con la de Werner Sinn, aunque con el propósito contrario al suyo: con la intervención del BCE desde 2008 y, sobre todo, desde 2011, que salvó al euro, la cohesión de la Eurozona se reforzó por vía de ese delicado mecanismo llamado Target 2. Es más, los lazos “solidarios” ya existentes de Alemania y Holanda a través de sus respectivos bancos centrales (los principales acreedores en ese mecanismo) con los demás son inconmensurablemente más fuertes y sólidos que los que supondría la soñada emisión de corona-bonos. Como curiosidad, la posición deudora del Banco de España en ese sistema llegó a ser en plena crisis financiera superior a 428.000 millones de euros (ahora es de 381.000 millones). La posición acreedora del Bundesbank llegó a ser de casi 950.000 millones de euros (ahora es de 803.120 millones y volverá a crecer con la crisis del coronavirus).
De ahí que, si llegaran a emitirse “coronabonos”, sería una buena noticia para los creyentes en el proceso político que llevaría a una Federación Europea completa, pero no hacen falta esos corona-bonos para que la solidaridad europea se manifieste: ya lo está haciendo tras las anteriores y, sobre todo, tras la última decisión del BCE.
Hay que relajarse, por tanto. Si la crisis actual permite avanzar en la construcción europea, será una buena noticia entre tantas malas, y más teniendo en cuenta lo mucho que se va a acelerar el proceso de desglobalización por causa de la pandemia, algo que aconsejará que sigamos integrados en el gran bloque europeo. Pero si no hubiera corona-bonos, no pasaría nada: el mecanismo de “solidaridad europeo” ya está puesto en marcha. El Gobierno español, como los demás, debe centrarse en cómo gestionar la crisis sanitaria y económica de la mejor manera posible. Pero, ¡ay!, eso es algo más complicado que quejarse porque otras naciones no nos quieran lo suficiente.