En las próximas semanas la Unión Europea y, especialmente la zona euro, se juegan su ser o no ser en la crisis del coronavirus. El martes 7 se reúne el Eurogrupo, los ministros de Finanzas de los miembros de la zona euro y el BCE, en una reunión crucial para acordar una estrategia de apoyo financiero a los países más castigados por la pandemia.
La casualidad ha querido que la puerta de entrada en Europa de este virus de origen chino haya sido Italia, primero, y España, inmediatamente después, que han sido los dos países más expuestos, con más casos y más fallecimientos. Además de ser los países "pioneros" en recibir el tsunami, reúnen otras tres características que les hacen especialmente vulnerables:
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Los dos países sufrieron duramente la Gran Recesión de 2008-09. España tardó 10 años en recuperar el PIB real de 2007 e Italia todavía no lo ha hecho.
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Los dos países están fuertemente endeudados. Las ratios de deuda pública de España e Italia son, respectivamente el 96% y el 133% del PIB, en contraste con el 84% promedio de la zona euro, el 58% de Alemania o el 49% de Holanda.
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Los dos países tienen una fuerte dependencia del turismo internacional, que es, sin duda, el sector más castigado tanto por la pandemia como por las restricciones de viajes impuestas para combatirla. Así, España ocupa en términos absolutos la segunda posición tras Francia en número de visitantes extranjeros (83 millones) e Italia la quinta (62 millones), en contraste con los 38 millones que recibe Alemania o los 19 millones de Holanda. Para mayor desgracia, el impacto de la pandemia ha tenido lugar justo al inicio de la temporada turística, que arranca con la Semana Santa y termina en septiembre.
Tras una serie de titubeos, todos los países han optado por algún tipo de confinamiento, de mayor o menor grado, que tendrá un mayor o menor éxito en terminar pronto con la epidemia, pero con un notable impacto en la actividad económica a corto plazo.
Los datos de paro registrado y afiliaciones del mes de marzo (+300.000 parados, -800.000 afiliados y medio millón de trabajadores acogidos a algún ERTE), referidos a un mes en el que el confinamiento sólo ha tenido lugar en la segunda quincena, apuntan a que lo peor está por venir, y que los datos del mes de abril podrían duplicar estas cifras.
Todo ello se va a traducir en un descomunal aumento del déficit público por tres vías: el aumento del gasto público en servicios sanitarios, tanto equipo humano como material, la pérdida de recaudación de impuestos como consecuencia de la paralización de la actividad y los gastos destinados a garantizar la supervivencia del tejido empresarial, de los trabajadores, de los autónomos, y de los colectivos más vulnerables a esta paralización: cotizaciones sociales, ventajas fiscales, ayudas directas, costes financieros de los avales, renta básica, etc.
Los datos de paro y afiliaciones referidos a un mes en el que el confinamiento sólo ha tenido lugar en la segunda quincena apuntan a que lo peor está por venir
Si todo va bien, este enorme déficit público se irá corrigiendo a medida que la economía vaya recuperando la actividad, pero el stock de deuda pública probablemente pegue un salto equivalente a 20 puntos del PIB. Y es aquí donde pueden venir los problemas si no hay una respuesta europea que evite que la crisis sanitaria se convierta en una crisis de deuda y, en caso de riesgo de impago, en una crisis financiera europea y global.
¿Cómo puede evitarse esta situación? Repasemos las tres alternativas que hay sobre la mesa.
1. La financiación de todo o parte del gasto por el BCE. Algunos economistas han propuesto diferentes versiones de "dinero helicóptero", es decir la inyección directa en las cuentas particulares de los ciudadanos de una cantidad de dinero por parte del banco central.
Otros han propuesto que haya una monetización del gasto público, de forma que se evite emitir deuda. En el pasado reciente en España, durante el franquismo, no había deuda pública, tal como recoge el Gráfico 1. Todo el gasto público se financiaba con creación de dinero. Ello se tradujo en fuertes tensiones inflacionistas, con sus costes en términos de ineficiencia, inequidad (la inflación es un impuesto regresivo) y un estímulo a que las familias españolas se refugiaran en activos reales, fundamentalmente el ladrillo, para proteger sus ahorros de la inflación.
Con la democracia se limitó este recurso a la monetización del gasto público, que quedó expresamente prohibido en la ley de Autonomía del Banco de España de 1994 y que posteriormente también fue recogido en los estatutos del BCE, en 1999, y en el Tratado de Funcionamiento de la UE, que en su artículo 123 señala que "queda prohibida la autorización de descubiertos y la concesión de otro tipo de créditos por parte del BCE en favor de gobiernos centrales, regionales, locales u otras autoridades públicas, así como la adquisición directa de instrumentos de deuda por el BCE".
Un artículo muy rígido, sobre todo en la última parte de la frase, que impide incluso la compra de deuda por el BCE en el mercado primario. La frase de la nueva presidenta del BCE, Chistine Lagarde, de que haría "todo lo que fuera necesario" ("whatever it takes") para salvar esta situación no parece que vaya a incluir una modificación de este Tratado, incluso en una situación de emergencia. Parece que eso es pedir demasiado al "whatever".
2. Los eurobonos. La creación de unos eurobonos para financiar gasto público europeo (por ejemplo, una parte del Marco Financiero Plurianual que ahora se está discutiendo) puede tener algún recorrido en el futuro. Pero creo que es una batalla perdida para tratar de financiar un gasto incurrido por países individuales en este momento. El motivo son las diferencias de deuda entre los países a los que me refería al principio de este artículo. Esos países pagan un tipo de interés más bajo por su deuda, y no consideran aceptable pagar el sobrecoste que supondría un tipo promedio de toda la eurozona.
3. Compra por parte del BCE en el mercado secundario. Si los estados miembros emiten deuda y buscan colocarla en el mercado secundario, probablemente se producirá un repunte de los tipos de interés, muy superior al que ya se ha notado desde que estalló el contagio del virus, y que recojo en el gráfico 2.
Si todos los estados miembros acuden en tropel a emitir deuda, el impacto sobre los tipos será mucho mayor, y el esfuerzo del BCE por tratar de evitarlo podría recargar mucho más el balance del BCE. Incluso más que si las compras fueran directas en el mercado primario, la vía prohibida. Una opción intermedia es comprar en el secundario, pero al tipo vigente ANTES de la pandemia, es decir, a un promedio de los rendimientos en el secundario de los tipos en los meses de enero y febrero, en torno al 0,3% anual para el bono a 10 años.
Para hacerlo, el BCE tendría que interpretar con una cierta flexibilidad su artículo 18.1 que dice: "los bancos centrales podrán operar en los mercados financieros comprando y vendiendo directamente al contado y a plazo o con arreglos a pactos de recompra, prestando o tomando prestados valores y otros instrumentos negociables". Creo que utilizando este artículo se puede conseguir que el BCE esté presente en la salida de este puzle financiero, borrando así su error de no actuar a tiempo en la anterior crisis.
Si, por el contrario, el BCE queda ausente y se opta por el MEDE, con su condicionalidad y su horizonte a corto plazo, no se habrá resuelto nada. Sólo se habrá pospuesto la solución a una crisis que se verá agravada con el tiempo, convirtiendo en una frase hueca el "whatever it takes" de Lagarde.