Se supone que lo mejor que podemos hacer para luchar contra el coronavirus (Covid-19) es quedarnos en casa. Pero esto es solo cierto en parte. Que alguien se quede en casa no implica que esté haciendo todo lo posible para combatir la pandemia. Si el otro día hablábamos de cómo los hackers están aprovechando la crisis para cometer delitos informáticos, algo que pueden hacer tranquilamente desde sus hogares, hoy quiero que hablemos de noticias falsas, troles y desinformación.
"¿La gente qué pretende con estas cosas?", preguntaba hace un rato un amigo por WhatsApp ante un vídeo en el que supuestamente una periodista da "gracias a Dios" por el aumento de muertes en Alemania. En España, una de las mejores explicaciones para entender la proliferación de algunos contenidos falsos reside en la politización de la pandemia, un tema claramente motivado por el odio y los intereses electorales.
Es de sobra conocido que parte de la victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016 se debió a que un ejército de troles rusos se dedicó a manipular la opinión pública en Twitter. Ahora, esta situación se está replicando lo que al coronavirus se refiere. El 1 de abril, la red social informó de que, desde el 18 de marzo, había "eliminado más de 1.100 tuits con contenido engañoso y potencialmente dañino", y detectado "más de 1,5 millones de cuentas dirigidas a discusiones sobre COVID-19 con comportamientos de manipulación o spam". De hecho, Twitter se ha unido a Facebook, Google, Microsoft, Reddit, LinkedIn y YouTube para lanzar un anuncio sobre sus esfuerzos para "combatir el fraude y la desinformación en torno al virus".
¿Es suficiente? Está claro que no. ¿Ha visto el vídeo en el que una persona se suicida ante la desesperación del coronavirus en Valencia (España)? Pues es falso. ¿Escuchó el audio de alguien que decía que España estaba a punto de entrar en estado de excepción y que animaba a la gente a ir corriendo al supermercado? También falso. Y lo peor de todo es que estos dos ejemplos no son más que un par de gotas en el enorme océano de las mentiras coronavíricas que circulan por Internet.
Expertos y políticos responsables llevan semanas pidiendo que solo se acuda a fuentes oficiales y que no se comparta nada ajeno a ellas. Pero parece que la conspiranoia es más fuerte que la lógica, y el odio, más que la responsabilidad. Soy consciente de que mucha gente no está acostumbrada a lidiar con los bulos. De hecho, el audio mencionado anteriormente me lo renvió un familiar con la mejor de sus intenciones. Pero debemos ser conscientes de que todos somos responsables de la información que compartimos, y más aún de la que nosotros mismos producimos.
Debemos ser conscientes de que todos somos responsables de la información que compartimos
Más allá de los intereses políticos, hay gente que solo quiere ver el mundo arder, llamar la atención o simplemente se limita a decir estupideces, como ya pasaba antes con los terraplanistas y los antivacunas.
Los primeros nunca me han molestado mucho, pues su conspiranoia no supone un riesgo público y solo demuestra que no han leído demasiado. Los segundos sí me preocupan. Su afán por creerse más listos que los demás provocó que, en 2019, la OMS lanzara una advertencia sobre el aumento del sarampión en Europa, a pesar de que hay una vacuna disponible. La moda de no vacunar a los niños bajo argumentos no respaldados por la ciencia se convirtió en una amenaza para la ahora tan famosa inmunidad colectiva que tanta falta nos hace.
Llevaba unos días pensando que los antivacunas estaban bastante callados. Y se lo agradezco, nunca es tarde para aprender lecciones y cambiar de opinión. Hasta que se viralizó un contenido de una tal Miranda Makaroff, una 'influencer' que empieza un vídeo diciendo cosas como "Lo voy a decir porque me da igual" y "ya me la pela todo". Lo que sigue es una delirante sarta de estupideces sobre la capacidad de la mente para entrenar al sistema inmunológico que nos ayudaría a prescindir de las vacunas.
No voy a dedicar tiempo a desmentir lo que dijo, ya se encargaron las redes sociales y los medios de comunicación. Pero, a diferencia de ella, a mí no me da igual lo que diga porque a mí no me la pela su casi medio millón de seguidores. Del mismo modo que no me dan igual los amigos a los que mi querido familiar renvió aquel audio falso. Puede que ambos tuvieran buenas intenciones, pero esto no va de buenas intenciones sino de responsabilidad.
El coronavirus es todavía un enemigo desconocido, por lo que casi cada día aprendemos nuevas cosas que pueden contradecir algunas medidas y recomendaciones previas. Pero eso no justifica la conspiranoia, ni el revanchismo político, ni la irresponsabilidad de decir y compartir información sin contrastar.
Si ya hemos dado el paso más difícil, el de quedarnos en casa durante más de un mes (y lo que queda), no alimentemos más el miedo y la ansiedad de la cuarentena. Por eso les pido a todos que, por favor, dejen de decir y compartir estupideces y mentiras, su audiencia, por pequeña que sea, se lo agradecerá, y yo también.