La idea de tratar la pandemia en su conjunto como una oportunidad para el reset, para el reinicio, resulta cada vez más tentadora. Nunca en la historia de la humanidad habíamos visto a prácticamente el mundo entero detenerse casi completamente, confinarse y parar la inmensa mayoría de las actividades productivas. Ni durante las grandes guerras, ni en pandemias anteriores: nunca el mundo estuvo tan conectado, y consecuentemente, nunca tuvimos tanta conciencia de acción conjunta.
Desgraciadamente, la acción fue efectivamente conjunta, pero no coordinada. Entre enero y marzo de 2020, cada país se dedicó a ir repitiendo patéticamente los errores de los anteriormente afectados, sin aprender prácticamente nada, sin beneficiarse en absoluto de la experiencia existente.
Esa circunstancia, que sin ningún genero de dudas nos ha costado muchas más muertes y padecimientos, evidencia una cuestión fundamental: el esquema de unidades territoriales administradas independientemente con arreglo a principios de soberanía nacional es algo que, en un mundo conectado, resulta completamente ineficiente y arcaico. ¿Qué habríamos podido hacer ante la pandemia con una administración única, eficiente y coordinada?
Nunca el mundo estuvo tan conectado, y consecuentemente, nunca tuvimos tanta conciencia de acción conjunta
El mismo principio puede aplicarse a la post-pandemia, es decir, a la crisis económica resultante. La pandemia, en efecto, ha evidenciado muchos de los problemas del mundo actual, cuestiones que convierten a la civilización humana en insostenible: en primer lugar, porque la infección proviene de haber explotado los ecosistemas hasta un límite absolutamente demencial.
El Covid-19 es una enfermedad zoonótica, que proviene de animales con los que hemos entrado en contacto debido a la presión sobre los ecosistemas en los que vivían debido a la tala y la deforestación, y por esquemas de comercialización de animales salvajes tanto a nivel internacional, como a nivel local en los llamados “mercados húmedos”.
Para terminar de estropear la cuestión, la enfermedad se manifiesta de manera más grave en personas más expuestas a niveles de contaminación elevados: si estos elementos no funcionan como advertencia a la humanidad, nada lo hará. La naturaleza puede hablarnos más alto, pero no más claro.
La infección proviene de haber explotado los ecosistemas hasta un límite absolutamente demencial
Para enfrentarnos al futuro, debemos plantear, en primer lugar, el reto de la coordinación. Actuar como tribus independientes pudo ser interesante hace siglos. Pero hoy, en un mundo hiperconectado, lo interesante es actuar de manera coordinada.
¿Alguien se ha parado a pensar lo que nos vamos a encontrar si, por ejemplo, la vacuna es descubierta por un laboratorio estadounidense? ¿Qué precio le pondrían? ¿Otorgarían licencias para su fabricación en todas partes, o pretenderían defender celosamente sus patentes y fabricar en exclusiva? ¿Permitiría Donald Trump que se exportase, o bien, esgrimiendo su famoso "America First", únicamente después de que su país hubiese fabricado todas las dosis que necesita para todos sus ciudadanos?
La misma coordinación es necesaria para la ciencia: a lo largo de los años, hemos demostrado que el mecanismo más eficiente para la innovación no es la competencia, sino la cooperación, el código abierto. ¿Tiene sentido que la vacuna o el tratamiento sea buscado por cientos de equipos en todo el mundo actuando independientemente y sin compartir sus hallazgos? ¿No deberíamos asegurarnos de que la ciencia comparte en abierto todo lo que encuentra para así conseguir que progrese más rápidamente?
Y si consideramos la ciencia estratégica para la humanidad en su conjunto, ¿no deberíamos hacerle caso, y utilizar este reset para darnos cuenta de lo que somos capaces de hacer para solucionar un problema como una pandemia? ¿Por qué no plantearnos reconstruir nuestras economías con criterios de sostenibilidad?
Con buen criterio, Pedro Sánchez ha encargado pilotar esa transición a Teresa Ribera, la ministra para la Transición Ecológica y vicepresidenta cuarta del gobierno, pero ¿hasta qué punto tendrá las manos libres para plantear acciones verdaderamente ambiciosas?
Si un mes de confinamiento nos ha demostrado hasta qué punto la contaminación dependía de los automóviles de combustion interna, ¿no es momento de adelantar su retirada, en lugar de, como piden algunos fabricantes irresponsables, otorgarles una moratoria para que puedan seguir contaminando?
Una pandemia es, sin duda, una enorme desgracia. Pero el reset que conlleva puede ser una oportunidad. Planteémonoslo así. Después de pasar por la experiencia de una pandemia y un confinamiento brutales, ahora sabemos lo que tenemos que pedir.
Es el momento de que, parafraseando el mayo del 68 francés y por la cuenta que nos tiene, seamos realistas y pidamos lo imposible.