“La dosis hace el veneno” es la frase por la que se conoce a Paracelso, un personaje del siglo XVI que llevaba sobre sí el signo y la contradicción del tiempo que le tocó vivir: avances hacia lo que sería más tarde conocido como “ciencia médica” a la vez que la obsesión de transmutar el plomo en oro. En esa mescolanza lo mismo proponía adelantos que parecían estrafalarios en la época, como que fueran cirujanos y no barberos los que se ocuparan de lo que su nombre indica, como recurría a la Cábala y otros esoterismos con el propósito de escrutar, entre otras cosas, “el fin de los tiempos”.
Como tantas otras mentes libres, lo mismo abrazaba el protestantismo (lo que se llevaba entonces) que era reprendido por los mismos protestantes, que veían su frívolo coqueteo con la magia y la astrología como una amenaza para la reciente liberación de las “falsedades” (“fake news”) del pasado.
Nuestro presente está plagado de “paracelsos”. En la semana última han hecho furor las declaraciones de Luc Montagnier, el premio Nobel de Medicina, por su descubrimiento en los años ochenta del virus del SIDA. En ellas se hacía acreedor al “premio Paracelso del mes” con su afirmación contundente de que el coronavirus responsable de la pandemia actual era el fruto de la manipulación genética mediante la cual se habría implantado en el genoma de un coronavirus una secuencia de aminoácidos propia del virus VIH que provoca el SIDA.
Sus enemigos no tardaron en recordar que desde hace años Montagnier también se ha declarado antivacunas, partidario de la “memoria del agua” (base de la homeopatía) y otras facetas de la medicina mágica.
Lo bueno es que lo que decía Montagnier ya era conocido desde hace casi tres meses, pues a finales de enero esa tesis de la manipulación genética en un laboratorio de Wuhan había sido publicada en una web proto-científica india y dado lugar a una controversia, apenas sofocada por la autoridad competente, en los medios de comunicación partidarios de las teorías de la conspiración (hubo a quien le cerraron su cuenta de Twitter por ello).
La tesis que sostiene el ilustre francés (ahora vapuleado por la mayoría de sus propios colegas) no se ha podido demostrar y quizás nunca pueda serlo. Y no hay que tomar partido ni a favor ni en contra de las tesis de Montagnier: lo que no se ha demostrado, a efectos intelectuales, es como si no existiera (aunque dé mucho juego para conversaciones de café).
Así, no hay más razones para creer en una conspiración del gobierno chino “para destruir a Occidente” (o un simple accidente en un laboratorio chino de una manipulación genética que se les fue de las manos) que para creer la tesis opuesta de los medios de comunicación oficiosos chinos que señalan al contrario como origen del mal: el coronavirus habría sido fruto de la manipulación genética en laboratorios de EEUU y llevado después a Wuhan por agentes secretos para “destruir a China” y además culparla de la pandemia.
Sucede todo esto en un momento en el que la negativa de la mayoría de los gobiernos a tomar medidas preventivas contra el coronavirus antes de que llegara a sus respectivos países tiene a partidarios y detractores de esos gobiernos en la máxima confusión. Así, los partidarios de “Pedro Sánchez cum Podemos” en España se esfuerzan en recordar que tampoco los gobiernos de los países más importantes del mundo tomaron medidas a tiempo, sin darse cuenta de que de esa manera colocan a su amada coalición en la compañía que menos les gusta. Es decir, en el mismo lote de los ultraconservadores Donald Trump, Boris Johnson o, incluso, forzando un poco las cosas, el propio Jair Messias Bolsonaro.
En ese lote, su antes odiada Angela Merkel, o el exsocio de la vituperada Liga Norte italiana, Giuseppe Conte, resultan un alivio para quienes mantienen esa excusa. Por contra, para quienes se oponen al actual gobierno español resulta mortificante la señalada excusa de sus partidarios (“los otros gobiernos han hecho lo mismo”) porque deben reconocer que el “simpático” Macron convocaba su particular 8M una semana más tarde que el del Consejo de ministras y ministros, y que es verdad que la mayoría de los gobiernos estaban en la inopia, pese que lo que se veía venir desde China.
Todo ello antes de caer en interminables golpes y contragolpes a propósito de la responsabilidad del gobierno PP-Ciudadanos de la Comunidad Autónoma de Madrid en la gestión y extensión de la pandemia; la que tienen igualmente en Cataluña los socios incómodos de Pedro Sánchez que la gobiernan, además del hecho de que la protección contra las epidemias sea prácticamente la única competencia que le queda al gobierno central y a su Ministerio de Sanidad.
Mirando el espectáculo surge la pregunta estos días de si no sería conveniente que hubiera más científicos en el Consejos de Ministros. La respuesta es no. Dice Warren Buffet que cuando un directivo con buena reputación se pone al frente de una empresa que la tiene mala, la reputación de la empresa es la que prevalece. Sin ir más lejos ya un Ministro de Sanidad del pasado entró al gobierno por la puerta grande y salió de él como burro apaleado (y ese sino le ha perseguido durante los diez años siguientes). A Boris Johnson dos eminentes científicos le estaban aconsejando todavía hace un mes que dejara correr la pandemia COVID-19 hasta que se creara la inmunidad de rebaño… Y así sucesivamente.
Y es que los gobiernos no son otra cosa que los “arrean el rebaño”. Y para eso no hay que tener cualidades de científico ni de estadista, ni de economista ni de hombre cultivado. Para eso hay que tener cualidades de “conductor de hombres” que, sin despreciarlas en absoluto, no difieren mucho de las de los buenos cabreros. ¡Qué más quisiéramos que el que los gobiernos en activo ahora pudieran llevarnos con bien desde la Extremadura del confinamiento en casa a la Soria del “desescalamiento”! en un momento tan crítico como este en el que parece una vez más que se actualiza el calendario del fin de los tiempos.
Por suerte para todos nosotros hay una “cañada de la Mesta” que no es otra que esa Europa que algunos se empeñan en decir que no funciona (o porque no nos perdona las deudas o, en el extremo opuesto, porque no nos impone rigor) pero que está marchando casi perfectamente.
Quien tenga dudas que mire el comportamiento de la rentabilidad de la deuda pública española a diez años: está casi exactamente en el mismo lugar que hace doce meses (20 de abril de 2019): 0,82%. Entonces, porque la economía se desaceleraba, y ahora, porque hemos entrado en una recesión voluntaria, y siempre gracias a las compras del Banco Central Europeo. Lo cierto es que estamos anclados, por ahora, en ese 0,82%.
Si hay quien se asusta de que la conducción de Europa parece un caos, tiene buenos motivos (superficiales) para ello: es que es un caos. ¡Como no lo va a ser en mitad de una pandemia global! Y si ese caos nos parece extremo, no hay como mirar a la “Tierra de los Libres” (“The land of the free”) los EEUU, donde, a pesar de ser una Federación hecha y derecha, con 250 años a sus espaldas, el caos allí parece aún mayor.
Desengañémonos. Tenemos la suerte de estar en la Unión Europea y de que, a diferencia de hace doce años, el BCE tiene claro lo que hay que hacer. Pero no caigamos en la complacencia. Las medidas del BCE se podrán mantener mientras no haya inflación. De ahí que haya que estar a Dios rogando y con el mazo dando. Ni rigor presupuestario extremo ni comportamiento manirroto. Ni teorías económicas puras ni olvidarse de ir cuidadosamente aplicando el método de prueba y error. Al fin y al cabo, ya lo decía Paracelso: la dosis hace el veneno.