La avalancha de datos sobre empleo y actividad económica en marzo y abril confirma que las medidas de contención de la epidemia están provocando la peor recesión de la historia reciente. Las cifras de déficit y deuda pública amenazan con dispararse incluso más que en la crisis entre 2009 y 2012. Esto desata los temores a quiebras empresariales masivas y a la insolvencia de los Gobiernos más endeudados.
Ambos escenarios nos parecen muy improbables. Los bancos centrales están actuando con una rapidez y contundencia sin precedentes, no solo desempolvando la panoplia de programas de compras de activos, sino explorando nuevas vías que incluso rompen muchas de las reglas que se asumían inquebrantables.
El Banco Central Europeo (BCE), que inicialmente había anunciado un programa adicional de compra de 120.000 millones de euros de bonos gubernamentales, corporativos y de titulizaciones, ha dejado de lado sus tradicionales cautelas y está echando el resto. Su Programa de Compras por la Emergencia Pandémica (PEPP, por sus siglas en inglés) se compromete a adquirir 750.000 millones hasta final de este año.
Lo más relevante no es solo su cuantía (que eleva a más de 1,1 billones de euros lo que aumentará su cartera en 2020), sino cómo ha flexibilizado sus anteriores limitaciones. Se alejará de las cuotas nacionales para evitar que se disparen las primas de riesgo periféricas. Además, incluye la deuda griega –aunque carezca del Grado de Inversión requerido hasta ahora- y los pagarés corporativos, mientras relaja las garantías que exige como colateral en las líneas de liquidez a la banca.
La Reserva Federal es quien más ha roto sus manuales de procedimiento. Aparte de comprar masivamente deuda pública, en cuanto detectó disfuncionalidades en los mercados monetarios intervino decisivamente los circuitos interbancarios y de papel comercial, lo que propició el fuerte rebote de las bolsas la última semana de marzo.
Ahora ha ido mucho más allá, lanzando un plan integral para inyectar 2,3 billones de dólares a la economía estadounidense que sorprendió incluso a los más optimistas.
Lo más singular es que la Fed tiene prohibido financiar directamente a las empresas, por lo que ha tenido que construir un artefacto jurídico junto al Tesoro para sortear esa limitación. Han creado una serie de vehículos (SPV) en los que el Tesoro proporciona 215.000 millones de capital –como garantía para las potenciales pérdidas- que son apalancados más de diez veces por la Fed para comprar bonos y créditos bancarios.
Los bancos centrales están interviniendo con contundencia en el mercado crediticio, mejorando aún más su relación rentabilidad riesgo
Así que, de la noche a la mañana (sin tener que pasar por el Congreso), se ha desplegado una sopa de letras de fondos para comprar hasta 750.000 millones en bonos corporativos, 600.000 millones en préstamos bancarios a empresas medianas, otros 350.000 para pagar las nóminas de compañías que no despidan a sus empleados, medio billón para las corporaciones locales y 100.000 millones para adquirir titulizaciones de créditos a estudiantes, compradores de coches e incluso de saldos de tarjetas de crédito.
Los bonos corporativos que compre la Fed incluirán emisiones que hayan sido degradadas a "bono basura" y –siguiendo la estela del Banco de Japón- fondos ETF (fondos cotizados) de bonos tanto con Grado de Inversión como High Yield (alto riesgo).
Con este despliegue, se entiende que los mercados crediticios hayan corregido buena parte de las pérdidas de marzo y que pierda enteros el escenario de que revisitemos los mínimos bursátiles de hace un mes.
Todo esto no solo reduce dramáticamente el riesgo de un colapso financiero que nos adentre en otra larga recesión y aumenta la probabilidad de que la salida de la recesión, al menos, tenga forma de "U".
También significa que los inversores en renta fija ahora "juegan con red", de la mano de unos bancos centrales que han demostrado que no cejarán en su empeño por evitar una destrucción masiva de empleo y del tejido empresarial. Por eso, ahora que las bolsas han rebotado con fuerza, preferimos los bonos corporativos y de mercados emergentes a la hora de añadir posiciones.
*** Roberto Scholtes Ruiz es director de estrategia en España de UBS.