Antonio Garamendi (Getxo, Vizcaya, 1958) no firmará unos nuevos Pactos de la Moncloa. Primero, porque la crispación política del momento no permite reeditar ese gran acuerdo. Y después, porque como defensor convencido de la Constitución española y del actual sistema de monarquía parlamentaria no firmaría un pacto que fuera el germen de un cambio político.
Sin embargo, Garamendi será el rostro de la empresa en el Pacto de Reconstrucción de la economía española al que sindicatos y empresarios quieren arrastrar a la clase política para dar una respuesta a millones de familias que han perdido su empleo o han tenido que cerrar su negocio sin saber si podrán volver a abrir.
Hasta el año 2018, Antonio Garamendi no era un hombre demasiado conocido por el gran público. Tanto es así que su hijo Antonio, compositor, bromeaba en una entrevista reciente en El Mundo al decir que hasta hace poco él era más conocido que su padre.
Dicen que Antonio Garamendi (padre) es un hombre de territorio con las ideas muy claras. Un hombre de patronales que se forjó representando los intereses sectoriales de los empresarios en el País Vasco en los años más duros de ETA.
Hijo de un empresario naviero vasco y nieto de un arquitecto, cuentan en Neguri que, cuando era niño, Garamendi acudía con su niñera y su madre a comprar helados al carrito de Aberasturi, un heladero que se colocaba en el cruce de Chominchu frente a la Casa de Tangora. En ese palacete, Garamendi tiene ahora una vivienda y es el mismo inmueble en el que la ministra Isabel Celaá tiene también una casa.
La infancia de Garamendi también está ligada a Burgos. Durante cuatro años estudió en los Jesuitas de esa ciudad castellana con la que estrechó lazos y que sigue frecuentando.
Su participación en organizaciones empresariales comenzó muy pronto. Fue presidente fundador de la Asociación de Jóvenes Empresarios del País Vasco (Ajebask), de ahí pasó a la presidencia de la Confederación Española de Jóvenes Empresarios (CEAJE) y, después, a la presidencia de la Confederación Iberoamericana de Jóvenes Empresarios (CIJE).
También presidió la Confederación Española del Metal (Confemetal) y fue en esa patronal donde consiguió los primeros apoyos para disputar en el año 2014 a Juan Rosell la presidencia de la CEOE.
Fue entonces cuando Garamendi comenzó a aparecer con más frecuencia en la prensa española. Irrumpió en escena en los años de resaca de la crisis. Un momento en el que la imagen del empresariado estaba muy golpeada por los errores del Consejo de la Competitividad Empresarial y de la propia CEOE, arrastrada por la corrupción de su expresidente Gerardo Díaz Ferrán y su cuñado.
El panel electoral con el que recorrió España pidiendo votos para su candidatura consistía en prometer la puesta en práctica de un código ético en la patronal, mejorar la presencia institucional y su imagen y defender mejor a los empresarios. Aquella contienda la perdió, pero cuatro años después fue nombrado presidente de la CEOE.
En dos años, ha demostrado ser un líder capaz de impregnar sus ideas en una organización y arrastrar a todos a una nueva dirección. El cambio de imagen de la patronal no ha quedado en la reforma de una las plantas del edificio de Príncipe de Vergara esquina con Diego de León en el que tiene su sede. Ese inmueble ha sido testigo de otros cambios. Uno de ellos, el impulso que se ha hecho desde allí al programa de jóvenes y liderazgo #ChicasImparables que este año ha celebrado su primera edición.
La imagen de un presidente de la CEOE, una organización de marcado perfil masculino, acompañado a las jóvenes estudiantes que han participado en este programa para fomentar la igualdad en la empresa hubiera sido algo impensable en la patronal de Rosell por no hablar de sus predecesores en el cargo.
Esa responsabilidad social corporativa también se ha visto en estos días de emergencia en los que la Fundación de la patronal ha fichado a Fátima Báñez para coordinar y visibilizar la acción social de empresas asociadas con las ayudas para paliar los efectos del Covid-19.
Fuera de la patronal, Garamendi impulsó el nacimiento de la Fundación Ayudare, cuya actividad principal es abrir pozos de agua potable en Etiopía.
Dentro, además de la responsabilidad social, también ha querido profesionalizar la estructura y unir a integrantes con intereses que no siempre son comunes. Muy relevante ha sido la incorporación a la organización de perfiles como el presidente de Rothschild en España, Íñigo Fernández de Mesa, como vicepresidente de la CEOE. También ha integrado a Lorenzo Amor (ATA) para dar voz a los autónomos y ha fichado al expresidente Consejo Económico y Social (CES), Marcos Peña, para la Fundación de la CEOE.
Un círculo cerrado con diplomacia y que se completa con la relevancia que le da a Cepyme, organización que presidió justo antes de llegar a la cúpula de la CEOE, y que ahora está encabezada por Gerardo Cuerva.
La hora de la verdad
Iniciado el cambio de rumbo en la patronal, a Garamendi le queda una tarea más ardua por llevar a cabo: arrastrar al líder de la oposición, Pablo Casado, y al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a encontrar puntos comunes en la agenda que deben pactar para la reconstrucción del país.
Parte con la ventaja de tener apoyos fuertes en el Ibex 35 y de su buena relación con los líderes de los dos grandes sindicatos, con los que tiene discrepancias ideológicas pero una relación muy cordial, en especial, con el líder de CCOO, Unai Sordo, según cuentan en el entorno de los representantes de los trabajadores.
Sin embargo, dicen en su entorno, que Garamendi no va a querer jugar el rol de empresario que presiona a los líderes políticos para fraguar un pacto. Sí jugará otro papel, el didáctico, aprovechando las conversaciones periódicas que mantiene con Sánchez y Casado para trabajar por el acuerdo.
Teniendo en cuenta que los empresarios tienen que tener un papel clave en la reconstrucción de un país cuyo Estado va a quedar debilitado tras el Covid-19 -en términos económicos de deuda y PIB-, Garamendi será una voz escuchada. Pero tendrá que echar mano de los dotes de un encantador de serpientes para acercar a Gobierno y oposición al terreno de las empresas, que en última instancia, no es tan distinto del que piden los trabajadores.
Habrá matices, pero en eso consisten las negociaciones. En acercar posturas que parten de puntos diferentes. Y esa es la labor de la CEOE como agente social.
Garamendi tendrá que echar mano de los dotes de un encantador de serpientes para acercar a Gobierno y oposición
Otros líderes de grandes empresas que trabajan por ese acuerdo ven en Garamendi una figura cordial y valiosa para conseguir ese pacto, que debería permitir a España trabajar en aquello que quedó pendiente de la crisis de 2008.
Un nuevo marco en las relaciones laborales, un impulso a la reindustrialización, a las nuevas formas de trabajo -como el teletrabajo- o incluso a la renta básica como herramienta para frenar el populismo.
Quizás por todo ello, la relación entre Garamendi y el vicepresidente de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, es fría y distante, pese a que aceptó negociar la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) que reclamaba Unidas Podemos.
Y es que Garamendi es un hombre de negociación cordial, pero también un presidente que sabe decir que no. Como él se describiría, es vasco.
Familiar y de Bilbao
Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto, siempre presume de ser de Bilbao. Allí tiene a parte de su familia y allí se escapa en cuanto puede para estar cerca del mar. La navegación y el piano son sus dos grandes aficiones.
Casado con María Acha Satrustegui, es padre de tres hijos y una persona muy familiar. Su hijo músico está casado con Laura Delclaux, hija del presidente de Vidrala, Carlos Delclaux.
Cuentan que cuando fue nombrado presidente de la CEOE lo celebró por todo lo alto en el Palacio del Negralejo, propiedad de la familia de su mujer. Allí estuvo acompañado por el Obispo de Bilbao, Mario Iceta.
Como empresario, Garamendi tuvo una correduría de seguros, negocios inmobiliarios y fue consejero de Red Eléctrica (REE). Lo cierto es que su trayectoria ha estado más ligada a la negociación y representación de los intereses de las empresas que a la gestión empresarial. Es un hombre de talante llamado a jugar un papel clave en un tiempo en el que, como ya ha advertido el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, España va a tener que buscar "un nuevo contrato social".