Me gusta pensar que las crisis, con todos sus puntos negativos, son también momentos de catarsis; puntos de partida, nuevos comienzos. Y esta crisis en la que estamos inmersos nos ha hecho sin duda reflexionar, como ciudadanos, como empresas, como gobiernos, como sociedad. Ha puesto a prueba el funcionamiento del sistema, el modo de vida actual, y nos ha lanzado un mensaje: la necesidad de un cambio, tanto individual como colectivo, para lograr el bienestar general. Una necesidad de la que se deriva una obligación: la de aprovechar todas y cada una de las herramientas a nuestro alcance, entre las que se encuentra la digitalización.
En las últimas semanas, hemos asistido a un proceso de transformación digital acelerado en numerosos ámbitos. Ejemplos cercanos encontramos en las empresas que han comenzado a vender sus productos online de la noche a la mañana o el tan mencionado experimento forzoso de teletrabajo. Por eso, justo ahora que parece comienza el final, es inevitable la reflexión sobre los resultados obtenidos y cuáles de esos cambios han venido o no para quedarse.
Siguiendo con el caso del teletrabajo, empiezo a escuchar en algunos foros a quienes cuestionan la necesidad de continuar viviendo en núcleos urbanos saturados o lo plantean como una alternativa para repoblar la “España vaciada” de la que tanto se ha hablado en los últimos tiempos. Pero ¿cómo de realista es esta aproximación?
Si bien estas semanas de confinamiento nos han ayudado a comprobar las oportunidades del trabajo en remoto, también han puesto en evidencia la grandes distancias que se abren entre quienes pueden o no practicarlo no ya por el tipo o el sector de actividad, que es otra cuestión, sino por algo tan sencillo y tan básico como el acceso y uso de la tecnología que lo posibilita.
Es la brecha digital: hogares sin conexión, personas que carecen de capacidades digitales básicas, y empresas que no disponen de los recursos técnicos y humanos básicos para ponerlo en práctica.
En nuestro país, el 57% de las compañías tiene un bajo nivel de intensidad digital y, aunque el 78% de las empresas medianas considera “muy relevante” la digitalización, casi no invierte en ello. Solo el 14% de las pequeñas y medianas empresas tenía antes de esta crisis un plan de digitalización.
El 57% de las compañías tiene un bajo nivel de intensidad digital y sólo el 14% de las pymes tenía antes de esta crisis un plan de digitalización
No es solo una cuestión de tecnología o infraestructuras: a ellas se unen unos procesos y una cultura interna que todavía tenemos que construir e impulsar. Es aquí donde el gobierno y las administraciones públicas tienen un papel fundamental como catalizadores del cambio, pero la responsabilidad es compartida: es necesario que las empresas capaciten, formen y doten de las herramientas necesarias a los empleados, pero también hay una parte de responsabilidad individual, ya que tenemos que adaptarnos y evolucionar al mismo ritmo que lo hace la tecnología.
El otro protagonista de este "experimento" en el que estamos inmersos y donde también hemos encontrado carencias ha sido la digitalización en la educación.
Resulta sorprendente que en la era de los nativos digitales exista una falta de recursos y preparación por parte del sistema educativo tan evidente, y que hoy muchos centros continúen (tras casi dos meses) intentando adaptarse a la nueva realidad.
Aunque son muchas las empresas e iniciativas que han puesto a disposición de los centros educativos herramientas digitales para continuar con su actividad, la realidad ha sido desigual para los 10,3 millones de alumnos españoles que han tenido que transformar su modo de aprendizaje en un tiempo récord y en unas circunstancias excepcionales.
Según los datos de Survey of Schools ICT in Education menos del 50% de los estudiantes de secundaria utiliza un ordenador con fines educativos en España. El 40% no pasa de nociones básicas y uno de cada seis no tiene ninguna competencia digital. Ya a principios de año cuando presentamos el informe España Nación Digital teníamos claras evidencias de esta situación y los datos nos confirmaban que son necesarias dos décadas para que los jóvenes que se incorporan al mercado laboral lo hagan con el nivel educativo de las sociedades más prósperas.
Menos del 50% de los estudiantes de secundaria utiliza un ordenador con fines educativos en España
En este contexto se hace necesaria una estrategia común impulsada desde las administraciones públicas hacia un marco educativo basado en el desarrollo de competencias digitales tanto para docentes como alumnos, así como la implementación de una infraestructura y equipamiento tecnológico que permita el aprendizaje en las instalaciones de un colegio o centro educativo pero también desde casa.
Nos dirigimos hacia una nueva normalidad en la que es muy posible que las actividades presenciales tengan que combinarse con las virtuales durante mucho tiempo (o ya para siempre), y estar preparados es la única manera de conseguir que nuestras nuevas generaciones estén a la altura de las de otras regiones europeas.
Ahora que nos hemos dado cuenta de que otro modo de vida es posible y necesario resulta fundamental tomar conciencia. Momentos críticos como este incentivan el progreso y ahora mismo, por el carácter global de esta pandemia, tenemos ante nosotros una oportunidad de transformación a escala humanidad sin parangón. Si somos capaces de aprovechar la digitalización y la innovación saldremos de aquí en positivo y habiendo saltado un escalón.
*** Carina Szpilka es presidenta de Adigital.