A comienzos de año, la economía española mantenía su velocidad de crucero. Antes de la pandemia, BBVA Research esperaba para 2020 una tasa de crecimiento del PIB del 1,6% y una disminución de la tasa de paro hasta el 13,2% a finales de año. Sin embargo, han bastado las dos últimas semanas de marzo de confinamiento con un cierre parcial de la actividad económica para que el PIB del primer trimestre haya caído un 5,2%. Y lo peor está por llegar.
En el segundo trimestre las semanas de confinamiento han sido seis. Si en lugar de dos las semanas de confinamiento en el primer trimestre hubieran sido seis, la caída del PIB habría superado el 16%. Además, las dos primeras semanas del segundo trimestre se han producido con el cierre añadido de las actividades no esenciales, y no es realista esperar que la actividad se recupere a niveles normales durante la desescalada.
Ricardo Hausmann, de la Universidad de Harvard, ha argumentado con mucho acierto las dificultades de volver a recuperar la normalidad tras un periodo de intensa paralización de la economía.
La actividad económica es el resultado de millones de decisiones de trabajadores, consumidores, inversores, empresas, agentes sociales y económicos en los sectores privado y público, que interaccionan entre sí hasta crear un círculo más o menos virtuoso en el que las necesidades de unos son atendidas por la producción de otros.
Este sistema autosostenible es similar a lo que en química se denomina autocatálisis o procesos capaces de producir los elementos que necesitan de manera recurrente. Pero al igual que tras una guerra o un desastre natural (lo más parecido a la Gran Pandemia actual) resulta difícil y costoso reconstruir y poner de nuevo en marcha el complejo proceso de interacciones económicas, recuperar el nivel de actividad anterior al Covid-19 no será nada fácil.
Si en lugar de dos las semanas de confinamiento en el primer trimestre hubieran sido seis, la caída del PIB habría superado el 16%
En esta crisis, la economía se ha paralizado durante varias semanas y la recuperación de la actividad se produce en un nuevo entorno mucho más incierto, en el que los procesos productivos y los patrones de consumo se ven afectados por las medidas de seguridad sanitaria, y en el que muchas empresas y puestos de trabajo no habrán logrado sobrevivir.
De la misma manera que la evidencia muestra una enorme heterogeneidad entre países en la gestión de la crisis sanitaria, también se producirá en la recuperación, en función de cómo se diseñe y gestione la estrategia de salida. Países como Corea, Taiwán, Singapur o Islandia han llevado a cabo una estrategia muy eficaz de control de la pandemia mediante un uso intensivo de las tecnologías disponibles, que se conoce como las tres T (test, track and trace): pruebas masivas, seguimiento y rastreo de los nuevos contagios.
A ello han unido su control rápido e inmovilización selectiva, recopilación y análisis de toda la información disponible en tiempo real, gestión eficiente de las infraestructuras (incluidas las sanitarias) y aplicación de tratamientos eficaces.
Con esta estrategia se ha conseguido aplanar rápidamente la curva de contagio (con un reducido número de fallecimientos y sin colapso sanitario) y suavizar las restricciones a la movilidad (como muestran los datos en tiempo real de Google o Apple) y minimizar la caída de la actividad económica, como se ha visto en la menor contracción de su PIB en el primer trimestre.
Es fundamental que la estrategia de salida tenga como objetivo situarse sobre la frontera de posibilidades de maximización de la seguridad sanitaria y de la actividad económica.
Quedarse en un punto interior, como ya ha ocurrido en la gestión sanitaria y del contagio, será muy costoso en términos de empleo, producción y bienestar social, además de que las consecuencias de la crisis serán mucho más duraderas. Para ello, lo primero es llevar a cabo un aprendizaje continuo de las experiencias y mejores prácticas internacionales, realizar pruebas masivas, monitorizar y controlar la pandemia en la fase de salida como lo han hecho durante el confinamiento los países que mejor han gestionado esta crisis.
Lo primero es llevar a cabo un aprendizaje continuo de las mejores prácticas internacionales y realizar pruebas masivas
Segundo, la coordinación y gestión internacional de las medidas es fundamental. Tanto en su dimensión sanitaria y de movilidad de personas como en la económica. Compartir conocimientos, aunar esfuerzos para el desarrollo de vacunas y tratamientos, y diseñar protocolos a aplicar conjuntamente es crucial para recuperar muchas actividades económicas con seguridad.
En lo económico, planes de recuperación como los que actualmente está diseñando la Comisión Europea o las políticas del BCE son absolutamente necesarios para poder desplegar las políticas económicas con la máxima potencia.
En tercer lugar, además de las medidas para hibernar la economía protegiendo al máximo su tejido productivo, en la estrategia de salida es fundamental proporcionar certidumbre, buscar consensos y diseñar planes con la colaboración de todos los agentes implicados, particularmente las empresas, que son las que tienen que retomar la actividad, mantener el empleo y aplicar las medidas de seguridad sanitaria con sus trabajadores y clientes, para permitir una recuperación de la actividad lo más acelerada posible.
En la medida que la recuperación será asimétrica por sectores y más lenta en algunos de ellos, es necesario la extensión de los ERTE más allá del estado de alarma, mientras las empresas solventes y viables recuperan su actividad.
Es fundamental proporcionar certidumbre, buscar consensos y diseñar planes con la colaboración de todos los agentes
En cuarto lugar, incluso con las ayudas a la recuperación que puedan venir de la UE, esta crisis va a dejar consecuencias bastante duraderas si no se adoptan medidas para relanzar la economía a medio y largo plazo.
Ganar espacio fiscal para el futuro y asegurar la sostenibilidad presupuestaria de un sector público más eficiente. Modernizar las regulaciones laborales y las políticas activas para avanzar hacia un mercado de trabajo más flexible, seguro y equitativo, con menor desempleo estructural, temporalidad y paro de larga duración.
Aumentar el capital humano, reducir el fracaso escolar y el abandono temprano del sistema educativo, y mejorar el rendimiento de todos los niveles educativos y la formación profesional dual y continua, para garantizar la igualdad de oportunidades.
Asegurar la competencia en los mercados de bienes y servicios, eliminar las barreras al crecimiento de las empresas, y crear un entorno favorable a la inversión en I+D+i y en nuevas tecnologías, al crecimiento de la productividad, la transformación digital, y la sostenibilidad social y medioambiental. Además de para acelerar la recuperación, estas medidas sentarán las bases para un crecimiento más sólido, sostenible e inclusivo a largo plazo.
*** Rafael Doménech es responsable de análisis económico de BBVA Research y catedrático de Fundamentos Económicos de la Universidad de Valencia.