La metáfora del dinosaurio es utilizada de forma relativamente habitual en la literatura de management como forma de evocar la dificultad para adaptarse a nuevas situaciones, en referencia directa a la extinción de los grandes reptiles cuando la caída de un meteorito generó una brutal disminución de la insolación que necesitaban para calentar sus enormes cuerpos.
En muchos sentidos, la pandemia del coronavirus ha sido el equivalente moderno de la caída de un meteorito. Las restricciones que viviremos durante tiempo implican disminuciones de la actividad o de la capacidad de los negocios, de la energía que muchas empresas necesitan para sobrevivir.
El confinamiento supuso un cierre temporal para muchas compañías -no para todas- y la salida del mismo, en muchos casos, no va a ser tampoco como para tirar cohetes. En algunas industrias, como ese turismo del que depende el 15% del Producto Interior Bruto (PIB) de nuestro país, ese meteorito ha impactado de manera durísima.
El reto ante un cambio como este, por tanto, está en la capacidad de adaptación. Aquellos que simplemente se planteen esperar a que la pandemia pase para recuperar la normalidad se equivocan, porque es muy posible que esa normalidad tarde mucho en llegar, o no vuelva. En muchos análisis se está dejando de hablar del new normal, la 'nueva normalidad', para pasar a referirse al never normal, a una normalidad que no volverá.
En gran medida, porque sabemos que volver a muchos de los aspectos que caracterizaban aquella normalidad que conocimos sería una receta para otro próximo desastre, mucho mayor que el anterior, llamado emergencia climática.
Aquellos que simplemente se planteen esperar a que la pandemia pase para recuperar la normalidad se equivocan
La capacidad de adaptación se expresa de muchas formas. En muchos sentidos, adaptarse querrá decir convertir en normales algunas prácticas que en su momento adoptamos de manera excepcional: cuando muchas compañías enviaron a sus trabajadores a casa al principio del confinamiento, lo hicieron en un contexto de emergencia, y simplemente trataron de mantener la actividad con las herramientas que encontraron en ese momento.
Ahora, tendrán que replantearse cómo seguir haciéndolo, pero con el factor emergencia eliminado de la ecuación. Conceptos como la jornada laboral de ocho horas, los horarios de entrada y salida, las reuniones presenciales o el micromanagement tendrán que ser sustituidos, en muchos casos, por nuevos procesos y herramientas, concebidos con una flexibilidad que muchos empresarios jamás habían imaginado.
Algunos países, por ejemplo, están planteando la posibilidad de adaptar las jornadas de trabajo al ciclo del virus, lo que se podría traducir en que las personas trabajasen cuatro días en las oficinas de las compañías seguidos de 10 días en sus casas, para así minimizar el riesgo de posibles contagios. ¿Sería capaz de adaptar su negocio a una circunstancia como esa?
Algunos países están planteando la posibilidad de adaptar las jornadas de trabajo al ciclo del virus
Por otro lado, muchos trabajadores empiezan a darse cuenta de que la forma en que trabajan desde su casa es de todo menos óptima, que una conexión de banda ancha, cuando es posible, no es un lujo ni una frivolidad sino una inversión muy recomendable, o que se pueden acondicionar determinados espacios para trabajar de manera más cómoda si se asume que la situación no va a ser una excepción, sino muy posiblemente una norma. ¿Funcionaría tu compañía si trabajar desde casa se convierte en lo habitual, y acudir a la oficina pasa a ser excepcional?
Para muchos empresarios, pensar en relaciones laborales sostenidas por principios de confianza en lugar de autoridad resulta prácticamente imposible. Es la herencia de las culturas empresariales modeladas a partir de la revolución industrial, de la supervisión constante, de la dedicación del trabajador a tareas físicas, y que en muchísimos de los trabajos que conocemos hoy en día resultan completamente anacrónicas.
Quienes las defienden son los empresaurios, grandes reptiles que podían sobrevivir en el contexto anterior, pero que lo van a tener difícil en el nuevo. Por ahora, simplemente esperan, muchos de ellos con la persiana aún bajada, a que su añorada normalidad vuelva. Pero pronto se darán cuenta que sin capacidad ni voluntad de adaptación, les queda poco. Como a aquellos grandes reptiles, incapaces de obtener la energía para moverse y obtener alimento, y que terminaron pereciendo de inanición.
Adaptarse no es una cuestión tecnológica: depende mucho más de la voluntad, de querer hacerlo, de una mentalidad abierta, de entender que hay otras formas de hacer las cosas. Seguro que no es sencillo. Pero piénsalo, y sobre todo, no te resignes a ser un empresaurio.