En estos últimos meses, todos hemos podido comprobar lo que ha cambiado la forma en la que nos relacionamos con nuestros familiares, compañeros de trabajo o incluso con nuestros vecinos, que hasta hace poco eran desconocidos y con los que ahora compartimos aplausos diarios. Algo que antes nos hubiera parecido una locura, como estar sin salir de nuestra casa más de un mes o tener restricciones en nuestros movimientos y actividades, ahora lo hemos normalizado.
Se ha hablado largo y tendido sobre el impacto económico que esta crisis va a originar. Pero ¿y el impacto que tendrá en nuestra organización social y el modo en el que nos relacionamos? Es interesante realizar esta reflexión, tanto para nuestras relaciones personales, como laborales.
Para ello, podemos aprender de la última gran pandemia mundial, la gripe española, que en el año 1918 provocó en todo el mundo entre 40 y 100 millones de fallecimientos.
Según los historiadores, el miedo se apoderó de la población provocando situaciones dramáticas como el aislamiento social y la estigmatización de la enfermedad. Pero también fue el germen de numerosos avances médicos.
En la gripe española, el miedo se apoderó de la población provocando situaciones dramáticas como el aislamiento social
La peste negra, que apareció a mediados del siglo XIV, cambió por completo la Europa de entonces. Desde un punto de vista demográfico, con unos 48 millones de fallecimientos. Pero también desde el punto de vista social ya que la aparición de una burguesía emprendedora y la falta de mano de obra fueron decisivas para el desarrollo de la técnica y de la ciencia.
De la crisis del Ébola de 2014, lo que aprendimos fue que el miedo puede amplificar el impacto social y económico más allá de las zonas directamente afectadas. El Banco Mundial estimó que la gran mayoría de las pérdidas económicas se debieron a los esfuerzos descoordinados e irracionales de la población por evitar la infección.
También aprendimos que hasta que no se extendió fuera del continente africano no se invirtió en I+D para la obtención de una vacuna para una enfermedad que había aparecido hacía 40 años.
Las alertas sanitarias que hemos vivido en el siglo XXI, tales como el SRS, la gripe aviar o la gripe A no llegaron a tener el impacto del Covid-19. Esto ha originado que nuestra generación no estuviera preparada para el impacto que ha supuesto el confinamiento del 93% de la población mundial, según datos de las Naciones Unidas.
Pero ¿cómo ha cambiado nuestra forma de relacionarnos en estos días? Podemos hacernos una idea si tenemos en cuenta los siguientes datos: durante el confinamiento, se ha producido un aumento del 55% del uso de las redes sociales, el teléfono móvil se usa en España un 38,3% más, y ha aumentado en un 53% su uso para llamadas y para aplicaciones de mensajería instantánea.
Resulta curioso, además, que el mayor crecimiento se ha realizado en las llamadas realizadas desde el teléfono fijo, que lo hemos rescatado para tener un contacto más directo con nuestro entorno más cercano. Nos hemos convertido en una población que llama como nunca lo había hecho, aumentando nuestro uso del teléfono en casi una hora al día, llegando a las 3 horas y 24 minutos de media por persona.
El mayor crecimiento se ha realizado en las llamadas realizadas desde el teléfono fijo
Para las empresas, la gestión de los RRHH y la salud de los empleados es uno de los aspectos más críticos en estos momentos y la OIT ha estimado que podrían perderse hasta 25 millones de puestos de trabajo en todo el mundo como resultado de la crisis. Lo que acrecienta, sin duda, la sensación de inseguridad que genera el haber perdido el empleo o poder perderlo.
Es difícil imaginar cómo afectará esta situación al modo en que nos vamos a relacionar en el futuro. Pero podemos pronosticar que no serán necesarios tantos desplazamientos para realizar nuestro trabajo diario, o incluso para disfrutar de nuestro ocio. Las charlas (con amigos y compañeros de trabajo) virtuales se mantendrán, compraremos más por internet y se incrementará el teletrabajo. Además, la formación (escolar, académica y laboral) tendrá un componente más tecnológico.
Pero también nos costará tener cierta cercanía fuera del entorno familiar, tendremos una sensación de desprotección y cierto reparo a la asistencia a eventos multitudinarios. Esta pandemia nos ha recordado que la interconexión humana tiene un efecto en la propagación de enfermedades, pero también es necesaria para nuestro bienestar social.
En definitiva, cuando el Covid-19 pase, que pasará, tendremos una sociedad con una mayor tolerancia al cambio y más telemática. Tanto en la forma de manejar nuestras relaciones personales y nuestra forma de trabajar, como en la forma en la que se van a gestionar las crisis y la información que el Big Data puede proporcionar sobre la expansión territorial de las personas.
Pero tenemos que ir un paso más allá, y preguntarnos, tal y como planteó recientemente Lise Kingo, CEO y Directora Ejecutiva del Pacto Mundial de las Naciones Unidas, si estaremos mejor preparados para responder a la emergencia climática y otros desafíos urgentes en materia de sostenibilidad como resultado de esta experiencia.
Tenemos que pensar que sí, y que todo lo que estamos viviendo va a servir para algo. Esta experiencia debe hacernos ver que no somos invencibles, debe hacernos entender lo que realmente es esencial para nuestra vida, y debe hacernos reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos tener.
*** Marta Contreras es directora de Sostenibilidad y Buen Gobierno de KPMG.