La digitalización acelerada que hemos vivido durante la pandemia ha hecho que en dos meses hayamos avanzado lo que en condiciones normales hubiera tardado cinco años en llegar. Hemos visto como el uso de internet se disparaba prácticamente al doble de lo habitual, y el uso del almacenamiento en la nube ha alcanzado el tráfico que se esperaba dentro de 3 o 5 años. Estos servicios han permitido sostener el trabajo en remoto y una buena parte del tejido empresarial.
A la vez, como usuarios y ciudadanía, hemos tomado mucha más conciencia de cuánto dependemos en nuestro día a día de internet, ya no sólo para trabajar o posturear en las redes sociales; también está siendo nuestro lugar para el vermut, la puesta al día con amigos y el único reducto para abrazarnos, aunque sea virtualmente.
A esto le podemos añadir los intensos debates sobre privacidad que han despertado los distintos proyectos que pretenden aprovechar los dispositivos que llevamos en el bolsillo y ponerlos al servicio de la contención del virus y la reducción de contagios.
Desde aplicaciones para detectar casos sintomáticos, a rastreo de todos nuestros contactos vía Bluetooth al estilo de Singapur o Corea del Sur. A todo esto, más del 60% dudamos que nuestros datos estén seguros en manos de empresas tecnológicas y tampoco confiamos que sea posible regularlas, según el Barómetro de Confianza de Edelman.
Han surgido diversos movimientos que apuestan por una economía digital distinta, transparente y confiable que abandone las prácticas opacas de las grandes corporaciones en relación a nuestra información personal.
Nuestra información no está en venta y menos para que se lucren a costa nuestra, pero sin nosotros. Así lo pregonan los movimientos “antiGAFA” (Google, Apple, Facebook y Amazon) que han tomado especial relevancia en Francia y Alemania o la propuesta por una economía de los datos justa que cuenta con algunos proyectos piloto en Finlandia.
La pregunta es cómo se consigue cambiar la lógica subyacente del 'capitalismo de vigilancia', concepto acuñado por Shoshana Zuboff. En este modelo, la premisa básica es la monetización de los datos personales, saberlo todo de los usuarios incluso antes que éstos, para poder afinar de forma quirúrgica la publicidad personalizada.
Infinitud de aplicaciones y start-ups se están construyendo en base 'dataísmo' a pesar de la erosión creciente de la confianza. La buena noticia está en que es posible, es rentable y de hecho ya hay empresas de todos los tamaños que están poniendo en práctica esta economía digital que reclamamos.
La pregunta es cómo se consigue cambiar la lógica subyacente del 'capitalismo de vigilancia'
A ello hemos dedicado el último informe del Instituto de Innovación Social de Esade, financiado por Digital Future Society, cuyo objetivo es, esencialmente, identificar buenas prácticas que inspiren otras compañías digitales para andar en esa misma dirección. Y la verdad es que existen alternativas para software, servicios de almacenamiento en la nube, buscadores y navegadores de internet, mensajería, movilidad o pasarelas de pago.
De hecho, hay una serie de aspectos que todas ellas tienen en común, son principios para una economía digital transparente y en la que podamos confiar:
1. Más allá de la venta de datos: algunas alternativas plantean monetizar el acceso a la información como servicio, en lugar de “vender” los datos directamente, y otra línea de acción es permitir que los propios usuarios decidan a quién venden su información y por cuánto.
2.- Practicar el minimalismo de datos: es decir, recoger la mínima información indispensable para la provisión del servicio o incluso identificar a los usuarios con códigos aleatorios en lugar de usar sus nombres.
3.- Plantear soluciones basadas en la privacidad: incorporar la privacidad desde el diseño puede implicar algo más de inversión en las primeras fases, pero ahorra a posteriori muchos problemas de confianza y seguridad.
4.- Optar por la cultura abierta: cuando sea posible, es preferible que las soluciones estén basadas en programas de software libre, que el código esté publicado y por tanto auditable, ya que es la máxima expresión de la transparencia.
5.- Proteger la visión ante el capital: es posible que cuando los inversores y el capital riesgo llamen a la puerta algunos principios iniciales se vean comprometidos. En previsión de esto, algunas empresas deciden incorporar cláusulas específicas que no permiten según qué toma de decisiones en pro de maximizar el beneficio.
6.- Buscar buenos aliados: las alianzas son una forma de avanzar rápido. Pueden ser con empresas del mismo sector, por ejemplo, para ofrecer servicios complementarios. También son interesantes las colaboraciones con entidades de investigación, aunque lo más importante es asegurar que los valores y la reputación de los aliados va en la misma dirección que la que se busca.
En definitiva, plantear una economía digital transparente y confiable tiene que ver fundamentalmente con los principios que se adoptan de base. Lo siguiente es asegurar que el modelo de negocio y la forma de captar recursos está alienada y además refuerza esos principios. De lo contrario, el intento de transparencia para ganar confiabilidad será un ejercicio cosmético más perjudicial que la inacción
*** Liliana Arroyo es investigadora del Instituto de Innovación Social de Esade.