Los estragos que la pandemia mundial han provocado en la cotización bursátil y en los resultados de tantas compañías son conocidos por todos. En este contexto, algunas grandes empresas han decidido no repartir dividendos en aras a sostener su tambaleante estado patrimonial y varios consejos de administración han renunciado a sus bonus e incluso se han rebajado sus honorarios.
Es tiempo de ejemplaridad, de sacrificios y de solidaridad. También debe ser el tiempo de la adopción de un nuevo modelo de gobierno corporativo.
Las compañías que mejor suelen aguantar los vaivenes bursátiles son las sociedades con un gobierno corporativo más sólido, que no se refleja solo en meros documentos de políticas que pueden resultar en ocasiones más o menos estériles o insustanciales, sino en verdaderas estructuras que calan en todos los ámbitos de la empresa, sus accionistas y sus stakeholders en general.
El nuevo modelo de gobierno corporativo se debe centrar en la armonización de los intereses que unen a los accionistas con los otros stakeholders, esto es, con los distintos grupos de interés que confluyen en torno a las empresas.
Entre ellos hay más objetivos compartidos que diferencias: todos buscan (o deberían buscar) la sostenibilidad y la creación de valor a largo plazo. Evitar el cortoplacismo y, con ello, la especulación que le es propia, es fundamental.
Las compañías que mejor suelen aguantar los vaivenes bursátiles son las sociedades con un gobierno corporativo más sólido
Si no tenemos compañías sólidas, bien gobernadas y centradas en la sostenibilidad y la creación de valor a largo plazo, los vaivenes que sufrimos producto de las crisis, que periódicamente, por uno u otro motivo padecemos, se llevarán por delante mucha riqueza, puestos de trabajo, proveedores que cierren sus empresas, clientes perdidos y, en definitiva, toda una comunidad que funciona y subsiste gracias a la empresa, inexorablemente empobrecida.
Una de las claves es interiorizar la creación de valor compartido que ya exponían Porter y Kramer ("las empresas deben asumir el liderazgo para volver a unir los negocios con la sociedad"); otra es la definición de un claro propósito que marque el rumbo de la compañía y del que se haga partícipe a toda la organización.
No se trata solo de incidir en políticas de responsabilidad social corporativa. Cuanto más se han desarrollado, paradójicamente, más se ha culpado a las grandes corporaciones de las ineficiencias del capitalismo y de los daños a la sociedad (ejemplos constantes de populismo en este sentido conocemos todos). No digo que no tengan su valor, pues son más que deseables; sostengo que principalmente se hace necesario este cambio de modelo, de concepto.
Se ha avanzado mucho, y bien, en España en materia del llamado buen gobierno corporativo en las sociedades cotizadas. Ahora estamos inmersos en el proceso de reforma del último código de recomendaciones de buen gobierno del año 2015.
El nuevo modelo que en este artículo se propone es compatible. Se trata dar un nuevo enfoque que amplíe la visión y dé más estabilidad, que comparta riqueza, que sea sostenible con medio ambiente y comunidad, que redibuje principios de un sistema capitalista, que hoy, desde muchos espectros, es tan denostado.
El capitalismo es el único sistema que ha hecho a las sociedades que lo adoptaron prosperar como nunca lo habrían soñado y está lleno de virtudes. Se ha ido corrigiendo a golpe de escándalos financieros y de mala praxis gracias a la regulación y supervisión que se hace imprescindible, ya que el principio del mercado auto-regulador ha dado no pocos disgustos.
El capitalismo se ha ido corrigiendo a golpe de escándalos financieros y de mala praxis gracias a la regulación
Ciertamente, la evolución ha sido en muchos casos reactiva y no proactiva. Se han ido reformando las normas societarias y regulatorias con cada onda expansiva que iban dejando las explosivas prácticas fraudulentas sustentadas en un frágil gobierno corporativo: desde Enron y Parmalat hasta Bankia y Pescanova.
Además, la presión de los inversores institucionales y sus gestores, que desde hace años demandan una mayor transparencia junto con prácticas y políticas de gobierno corporativo más rigurosas, ha ayudado a elevar sus estándares a las grandes compañías occidentales.
La forma de competir frente a China de las multinacionales españolas y europeas tiene que pasar por reforzar su gobernanza y por la adopción generalizada del nuevo modelo propuesto. El mayor grado de satisfacción de los stakeholders se reflejará en una mayor competitividad y se transmitirá a la cotización de la acción, que será más sólida por la confianza que estos principios y valores transmitirán a los inversores.
Precisamente, algunos CEOs de los principales fondos de inversión han puesto ya el foco en estas cuestiones, demandando a los principales ejecutivos de las compañías donde invierten que impulsen un crecimiento y rentabilidad sostenibles a largo plazo.
¿Cómo lograremos estos propósitos? Aquí van algunas propuestas: establecer verdaderas políticas para involucrar a los accionistas, imponer sistemas de remuneración de los ejecutivos vinculados en gran parte a la creación de valor a largo plazo, con una porción sustancial en acciones que deberán mantener durante y después de abandonar el cargo; implantar políticas de "ciudadanía" responsable, de desarrollo de los empleados, de diversidad y de compromiso con la igualdad de oportunidades; publicación de los estándares que se aplican a la cadena de proveedores y del método y criterio de selección de los miembros del consejo, dando incluso entrada en este órgano a representantes de los pequeños accionistas minoritarios o sus asociaciones.
En definitiva, el giro hacia el nuevo modelo se hacía necesario ya antes de la crisis, pero hoy más que nunca las grandes compañías no pueden perder más tiempo y deben subirse a una ola que es imparable. Quien no la sepa surfear y se quede en la orilla del modelo obsoleto, carecerá de las ventajas competitivas que la nueva visión ofrece y en tiempos de crisis le faltará el escudo que le proteja frente a la devaluación del valor de sus acciones.
*** Ignacio Aragón Alonso es socio en Cremades & Calvo-Sotelo y profesor de Derecho Mercantil en la Universidad Complutense de Madrid.