Esta semana se ha alborotado mucho en los medios de comunicación con un informe que acusa a China de haber ocultado información sobre lo que terminó convirtiéndose en una pandemia, lo que hizo perder al mundo tres semanas de preaviso. ¡Menos mal que la ocultó porque si no, los gobiernos, entre ellos el español, que retrasaron la toma de medidas más de un mes y medio hubieran batido su propio récord: más dos meses y una semana de no tomar medidas!
Las acusaciones a China yerran el tiro pues, aunque haya muchos aspectos en los que la conducta del gobierno chino sea francamente mejorable, a efectos de los gobiernos europeos y americanos la información fluyó de manera satisfactoria: pusieron con bastante prontitud la secuenciación del genoma del coronavirus a disposición de la comunidad científica y tomaron las medidas de contención del virus que después ha imitado prácticamente todo el mundo.
El único reproche importante que se le puede hacer al gobierno chino nada tiene que ver con ocultación de la información sino también con un retraso: con no haber aislado Wuhan una semana antes. Con eso, cinco millones de personas más hubieran quedado confinadas allí en vez de salir alegremente a contagiar muchos de ellos al resto de la propia China y a parte del extranjero durante sus vacaciones.
No hay que buscar excusas: las anécdotas, propias de un país totalitario, y las cifras de víctimas del coronavirus en China, totalmente carentes de credibilidad, no empañan el hecho encomiable de que China no solo hizo pública la información relevante para combatir la COVID 19 sino que por haber sido el primer país en sufrirla proporcionó su experiencia sanitaria, como avanzadilla que era, al resto del mundo. Desde el uso de mascarillas de manera generalizada hasta conocimientos adquiridos sobre una enfermedad nueva que, asombrosamente, no se han utilizado para casi nada.
Y es que, da la sensación de que los médicos y demás sanitarios españoles han ido conociendo la enfermedad como si hubiera surgido aquí; es decir, partiendo de cero. O sea, como si nadie en España se hubiera leído una revista médica en inglés donde se fuera acumulando el saber adquirido en China sobre la enfermedad. O como si la OMS, en otro aspecto más de su lamentable ejecutoria, no hubiera cumplido con la labor de poner a disposición de los médicos y demás sanitarios de todo el mundo el conocimiento adquirido en China.
En descargo de los responsables de todo lo anterior solo se puede argumentar que la velocidad de expansión de la pandemia fue tal que casi no dio tiempo a una buena difusión de todo ese nuevo saber adquirido.
No puede decirse lo mismo con la recesión y la recuperación económica. Para eso los gobiernos y los agentes del sector han estado bastante más espabilados. China ha ido marcando el camino de casi todo, y de manera más o menos implícita así se ha reconocido.
En España, y a efectos del calendario del desconfinamiento, parece que sí se ha seguido el modelo chino: Madrid y Barcelona pasaron a la Fase 1 tras haber estado confinadas el mismo período que Wuhan y, si la libertad de movimientos por toda España la proponíamos la semana pasada para un día entre el 15 y el 20 de junio, Pedro Sánchez la anunciaba de manera simultánea para el 21 de junio. O eso parecía.
La recuperación en “V” es el sueño de todo gobernante y gobernado en este momento. Es el pronóstico con el que, de manera mejor o peor fundada, hemos venido trabajando aquí. Los PMIs (opiniones de los gestores de compras de las empresas) por ahora, nos han dado la razón: todos han iniciado una recuperación muy rápida que, en el caso de España, ha llevado las expectativas sobre la recuperación del sector manufacturero de 30,8 a 38,3 y la del sector servicios de 7,1 a 27,9.
No tienen la espectacularidad que tuvieron en China al mes siguiente del confinamiento total, pero tampoco son despreciables. Entretanto las Bolsas han estado lanzando el mismo mensaje: los índices que siguen la cotización de las empresas tecnológicas ya han superado sus niveles máximos históricos (que eran del mes de febrero pasado) mientras que los índices generales como el S&P 500 ya casi han recuperado todo también. En Europa, donde las Bolsas iba con mucho retraso respecto a las de EEUU, la semana pasada han hecho una arrancada notable, gracias a las buenas noticias procedentes del BCE.
Otro tanto sucede con el precio del petróleo: la recuperación del barril de Brent hasta los 42 dólares (había llegado a estar en 18) es un síntoma más de entre los que mejoran la visibilidad en el campo económico.
Y en esto “saltó la sorpresa en Las Gaunas”: se publicó el viernes pasado el dato de la creación de empleo no agrícola en EEUU en el mes de mayo y allí no solo no se produjo la destrucción de siete millones y medio de puestos de trabajo que esperaba el consenso de economistas y analistas, sino que se produjo el fenómeno contrario: se crearon dos millones y medio de puestos de trabajo. Era algo que, aunque parece que nadie lo esperaba, era claramente plausible pues, como comentábamos también la semana pasada, en la primera quincena de mayo habían salido de las listas del subsidio de desempleo cerca de cuatro millones de personas.
De modo que, como comentaba alguien en Twitter, “hemos pasado en 100 días de la recesión, a la depresión, a la expansión y a la euforia”. En Europa, sin que haya habido alegrías tan inmensas como poco esperadas, las Bolsas recibían cantando albricias la noticia de que el BCE, no contento con los 750.000 millones de euros que aprobó su Consejo de Gobierno en marzo para combatir los efectos económicos de la pandemia, añadía otros 600.000 millones más con que comprar deuda pública y privada de gobiernos y empresas de la zona euro.
Con esto, cuando esas y otras cantidades se hayan consumido dentro de doce meses, el tamaño del balance del BCE habrá pasado de ser el equivalente al 42% del PIB de la eurozona a situarse en el 55%. Y eso sin contar con los préstamos a los bancos comerciales. Ni con que el PIB este año va a contraerse y, por tanto, el porcentaje será aún mayor.
Es un comportamiento en la línea del de la Reserva Federal en EEUU y siguiendo la estela de Mario Draghi que hizo lo propio en el BCE desde diciembre de 2011. La gran diferencia entre entonces y ahora es que no ha tenido la Eurozona que esperar entre cuatro y cinco años para tomar una decisión así: los banqueros centrales tardan en aprender, pero una vez que aprenden no hay quien los pare…
Pero no todo van a ser buenas noticias, si uno se pone un poco paranoico (“hay que ser paranoico para sobrevivir”) hay algo sospechoso en la precipitación del BCE en aprobar el incremento de su programa de compra de bonos para combatir los efectos de la pandemia (el llamado PEPP por las siglas de “pandemic emergency purchase programme”).
Sospechoso porque todavía le quedaba mucha munición de los 750.000 millones hasta pasado el verano. Y sospechoso porque el empeoramiento de las perspectivas económicas con que “adornaba” la medida el BCE en su nota de prensa sonaba poco convincente.
Pensando mal, para intentar acertar, es como si lo del BCE hubiera sido un movimiento preventivo frente al vencimiento en agosto del plazo que le ha dado el Tribunal Constitucional alemán al Bundesbank (banco central alemán) para que le explique el porqué de las compras de deuda pública al amparo de un programa de compra de bonos anterior, y si esa explicación no le resulta convincente al Tribunal, le dará orden de que los venda.
Como el tribunal alemán no le puso pegas a la compra de bonos bajo el programa último que combate la pandemia, se puede comprar ahora una buena cantidad adicional de deuda y, si en agosto Karlsruhe (que es como se menciona coloquialmente al Constitucional) decide que hay que vender los bonos antiguos, no pasa nada porque se les sustituye con los nuevos.
Insisto. Esto es puro hablar por hablar, sin ninguna información en que sustentar la especulación. Cuando llegue agosto lo sabremos, o lo intuiremos. Pero si finalmente fuera real, habría de que asustarse. En Karlsruhe a estas horas ya estarían rabiando. La recuperación económica parece, por tanto, que bien podría ser en “V” como era nuestra hipótesis de trabajo. Montones de cosas podrían desbaratar esa perspectiva, pero, de momento, se mantiene. Lo que no quiere decir que la salida de la crisis no vaya a tener dificultades: seguirá habiendo buenas noticias, pero la recuperación del nivel del PIB del último trimestre de 2019 no se alcanzará hasta septiembre de 2021.
Entre los obstáculos para una recuperación total en tan solo 18 meses están desde el mal comportamiento de la curva de contagios en EEUU hasta las tensiones geopolíticas y comerciales con China. Algo que la Bolsa de Shanghái podría no tardar mucho en reflejar.