Uno de los mejores regalos que te puede hacer la vida es que tu primer jefe sea buena gente. Los referentes profesionales en el inicio de cualquier carrera dejan algo dentro de ti que genera unos hábitos y unos vicios difíciles de corregir. Por eso, a los muchos que trabajamos con Fran Ruiz Antón en algún momento de nuestra vida, directamente, nos tocó la lotería.
“¡Crack de los cracks!”, “¡doctor!”, “¿con qué abrimos el periódico hoy?” Cada reunión de temas de la sección de Empresas de La Gaceta de los Negocios se convertía en una mezcla perfecta entre una sesión de coaching y una de crossfit cuando Fran estaba al frente. Para cuando tú llegabas a la redacción él ya se había desayunado toda la prensa nacional e internacional con ‘Siempre Así’ atronando de fondo. Sabía mejor que tú el momento que vivía tu sector y ya te llevaba unas cuantas llamadas de ventaja.
Con la primera mirada que te lanzaba ya sabías si la competencia te había metido un gol, si lo habías metido tú o si se te había colado una errata en el penúltimo párrafo de tu texto. En el caso de que esa mañana "hubiéramos triunfado", como a él le gustaba decir, había que estar preparado porque el zarandeo que te podía caer era de aúpa. Fran era pura energía granaina.
"Vosotros en Pamplona no tenéis the most beautiful sunset in the world". Mucho antes de que el team building fuera una tendencia, Fran ya se las ingeniaba para organizar visitas a su Granada y que todos los miembros de su equipo pudiésemos quedarnos ojipláticos viendo la Alhambra al atardecer como le pasó a Bill Clinton.
Muchos años después de esas escapadas, no había sobremesa en la que no repasara uno a uno los nombres de todos los que formamos parte de esa sección de Empresas como si fuera la alineación de un campeón de Europa. "¡Qué equipazo!" Siempre que tenía ocasión se regodeaba rememorando el grupo de periodistas que armó durante aquellos años.
Pero no todo era celebrar. Cuando venían mal dadas y era la competencia quien se había marcado el tanto, hacían falta pocas palabras. Él era el primero que bajaba la mirada y apretaba los dientes. En ese momento sabías que había que tragar saliva y responder con otro tema lo antes posible.
Pero lo hacías contando con todo su arsenal de contactos y conocimiento jugando a tu favor. En cuestión de minutos, un portaviones armado hasta la bandera navegaba a tu vera. Y es que, el redactor que tenía dentro, muchas veces no le cabía en la chaqueta de jefe. Bien que lo sabían en Telefónica, Antena 3 o Telecinco que respiraron de alivio el día que Fran dejó la primera línea para pasar a coordinar equipos.
Un enamorado de la profesión
Ese reportero no lo abandonó ni cuando cambió la redacción del periódico por el despacho de consultor o por sus siguientes cargos institucionales. Quedar a tomar un café con Fran era lo más parecido a rememorar sus reuniones de temas. Seguía teniendo toda la actualidad en la cabeza. Sabía perfectamente qué periodistas estaban en forma y cuáles estaban pasando una 'sequía goleadora'.
Vivía el oficio como propio. Era un obseso de la calidad periodística. De la importancia que tiene para la sociedad esta profesión. Lejos de los grandes titulares, seguía mirando con mimo cada pequeño detalle. Un simple "¿habéis cambiado el horario de la edición?" era su sutil forma de decirte que esa semana la versión para suscriptores no había llegado a tiempo algún día.
Aunque llevara más de una década fuera de una redacción, seguía viviendo el periodismo con la misma pasión que el fútbol. Y eso era mucha pasión. Después de su oficio, el arte de darle patadas a un balón era su otra obsesión. ¡Su Barça! La de veces que amenazó con darse de baja como hincha por esa venenosa manía de las directivas de mezclar el tocino, la velocidad y las banderas en los estadios.
Pero era imposible. Cada victoria azulgrana se celebraba con la misma energía que una exclusiva. Cada éxito del Madrid con el mismo apretar de dientes que esgrimía cuando la competencia levantaba un temazo.
Todas las primicias que dio en su carrera como redactor se convirtieron en silencios cuando le preguntabas por un tema de las compañías con las que tenía relación en el ámbito corporativo. Fran llevó hasta el extremo eso de que un periodista vale más por lo que calla que por lo que cuenta.
Ni un cotilleo, ni una pista
Y vamos que si tenía para contar. La misma excelencia que demostró levantando temas la transformó en una de las agendas más prolíferas de este país. Diputados, ministros, presidentes, realeza… Nadie se le resistió. Si en sus días como reportero los éxitos se medían por dar titulares antes que nadie, como responsable de relaciones institucionales no tuvo rival a la hora de conseguir que las más altas instancias escucharan por qué una ley estaba mal planteada o por qué un decreto iba a ser más dañino que beneficioso.
Una posición que podría haber sido una fuente inagotable de información para sus muchos amigos periodistas. Nada más lejos de la realidad. Ni un cotilleo. Ni una pista. Ante la primera pregunta sobre algún tema de actualidad de la que él tuviera conocimiento directo, sin darte cuenta, ya te había dado la vuelta a la tortilla y estabas hablando del último caño que Messi le había hecho a Sergio Ramos.
Esa ejemplaridad le acompañó hasta los últimos días. En el momento en el que la enfermedad tocó a su puerta por primera vez, muchos nos enteramos cuando ya había pasado el tratamiento. Lo que fuera que quiso atacarle se enfrentó contra un sistema inmunológico que, en esa primera batalla, lo debió correr a gorrazos. Pero lo hizo en silencio. Muy pocos se percataron de sus mínimas ausencias en el trabajo. Él siempre se presentaba con la mejor de las caras y mostrando mucho más interés por saber de tí que por contar sus penas.
En el segundo envite, pese a que era evidente que el tratamiento y la enfermedad le estaban golpeando duro, ni una mala mueca. Mismo apretar de dientes. Nada de regodearse porque el contrario había sacado una exclusiva. Él ya estaba trabajando en cómo devolvérsela.
Los que tuvimos la suerte de batallar a las órdenes de Fran Ruiz Antón en una redacción de periódico tenemos para siempre un faro al que recurrir. Frente a un dilema periodístico o ante cualquier envite de la vida, será difícil no sentir su mirada clavada y, gracias a ella, saber si es momento de celebrar o de apretar los dientes y seguir remando.
Pese a lo injustamente corto que se ha hecho este tiempo, qué suerte haber recorrido camino a tu lado. Qué lujo tener tu referencia mientras sigamos aquí. Gracias por tanto.