Una pandemia, sin duda, es un drama. Un gran drama, masivo. Hablamos de un evento que se ha llevado por delante ya a más de 400.000 personas y que, al ritmo actual y dada la evolución en determinados países en los que la curva es aún fuertemente ascendente, se llevará sin duda a muchísimas más. A todas luces, parecería un drama difícil de olvidar. Y sin embargo, todo indica que no es así, y que lo más importante, que es preservar nuestra capacidad de aprender incluso de lo peor que nos pase, está profundamente en entredicho.
En varios estados norteamericanos, la media de hospitalizaciones debidas a Covid-19 está volviendo a elevarse tras varias semanas de descenso, debido al cambio de fase. Simplemente, salimos del confinamiento como si lo hubiésemos mantenido por algún tipo de capricho, y rápidamente olvidamos todas las precauciones: nos vemos con nuestros amigos sin ningún tipo de medida de protección, olvidando que podemos responder - y no siempre - de las medidas que toman los miembros de nuestra familia, pero no de nuestros amigos, ni mucho menos de los amigos de nuestros amigos.
Salimos a las terrazas como si no hubiera un mañana, y nos comportamos igual que como lo hacíamos antes de la pandemia, sin prácticamente ninguna precaución adicional. ¿Mascarilla? Sí, pero ma non troppo… si molesta mucho, nos la ponemos en la garganta o nos la quitamos, como si fuera un voluntario elemento de estilo. O, en una costumbre que me resulta especialmente estúpida e incívica, nos dejamos la nariz fuera para respirar mejor, como si la mucosa nasal no estuviese especialmente diseñada para retener partículas o microgotas infecciosas.
Está profundamente en entredicho nuestra capacidad de aprender incluso de lo peor que nos pase
De acuerdo, no podemos comer ni beber con una mascarilla puesta, y como molesta, resulta bastante molesta. Pero de ahí a relajar tanto su uso y el de otras precauciones como para provocar un rebrote de la pandemia, va un rato.
Pensar que como ahora ya hace sol y las medidas de confinamiento se han relajado ya podemos relajarnos también nosotros es absurdo, porque el virus sigue ahí, y seguirá durante bastante tiempo.
De hecho, es esencial entender que la desescalada no pretende que no nos infectemos, sino simplemente que no nos infectemos masivamente, y que no colapsemos los hospitales. Pero desgraciadamente, hablamos de un virus cuya infección es susceptible de provocar, aparentemente, muchos más efectos secundarios de lo que inicialmente pensábamos: suficiente como para que sigamos manteniendo las debidas precauciones, y no relajándonos sin más y encomendándonos a la suerte.
Terminado el confinamiento, volvemos a utilizar nuestros coches y a atascar las carreteras, como si los cielos azules y los horizontes limpios que pudimos ver durante el encierro fuesen simplemente una imagen idílica, y la exposición a la contaminación no fuese precisamente el factor más importante a la hora de definir la gravedad de los síntomas de los afectados por la pandemia. Recuperar la economía sí, por supuesto, pero con las debidas precauciones.
Terminado el confinamiento, volvemos a utilizar nuestros coches y a atascar las carreteras, como si los cielos azules fuesen una imagen idílica
¿Qué tendríamos que aprender de la pandemia? Lo primero, que no ocurrió por casualidad: la provocamos nosotros. El virus proviene de la presión creciente del hombre sobre los ecosistemas, por invadir cada vez más los hábitats de animales que eran sus reservorios naturales y a los que tendríamos que dejar tranquilos (y obviamente, no comérnoslos ni hacinarlos en los famosos “mercados húmedos”), y por la cría descontrolada y en condiciones penosas de otras muchas de especies animales.
Reducir, reutilizar y reciclar es importante, pero también lo es ejercer presión social para evitar determinadas prácticas empresariales que conllevan la explotación de determinados ecosistemas, o dejar de consumir animales que provienen de granjas con prácticas deleznables de higiene animal. Creer que la pandemia vino “por casualidad” o sin ningún tipo de intervención humana es completamente absurdo, y una prueba de ignorancia. No lo olvidemos, hablamos de biología y de ecosistemas: todo está relacionado.
Aprender de la pandemia implica entender que en muchos sentidos, no podemos volver a hacer lo mismo que hacíamos antes. Si lo hacemos, estaremos simplemente comprando boletos para la siguiente, o exponiéndonos a un problema mucho mayor: la amenaza climática. Debemos aprovechar el momento para disminuir las emisiones y tratar de poner bajo control un problema muchísimo más importante que la propia pandemia, que provoca cada año más de siete millones de muertes prematuras en todo el mundo.
Como siempre ha ocurrido, si olvidamos la historia, estaremos condenados a repetirla.