El turismo ha sido, en las últimas décadas, un sector clave para la economía española. No sólo por el peso que representa en nuestra actividad y empleo, sino porque desde 1959, ha cumplido un papel fundamental en todas las crisis económicas, al haber sido uno de los motores imprescindibles para la recuperación.
Desde el Plan de Estabilización de 1959 hasta la Gran Recesión de 2008-2013, el turismo internacional ha sido una fuente de divisas, que ha ayudado a financiar nuestro crónico déficit comercial, un enorme demandante de empleo, un factor de reequilibrio territorial, al desarrollar actividad económica en regiones con escaso peso industrial o comercial, un impulsor de las infraestructuras y de la modernización de nuestro país y un elemento crucial para dar a conocer la "marca España" en el exterior.
Además, gracias al turismo se han desarrollado en España importantes empresas relacionadas con la hostelería, el comercio minorista, la restauración, los viajes, los eventos, el transporte y la industria del ocio. Muchas de estas empresas se han internacionalizado y tienen fuerte presencia en países donde el turismo, tanto vacacional como de negocios, es muy relevante.
Además de este sobresaliente pasado, el turismo tiene un brillante futuro por delante. De pocos sectores (siderurgia, petróleo, energías tradicionales, automóvil, industria cárnica) podremos asegurar un futuro tan halagüeño como para el turismo. Y ello por 3 motivos que son difícilmente discutibles:
- Cada vez vamos a ser más: la población mundial era 3.000 millones en 1960, hoy está en el entorno de los 7.500 millones y en 2055 probablemente alcance los 10.000 millones, pese a que el ritmo de crecimiento se irá frenando por las medidas de control de la natalidad.
- Cada vez vamos a ser más ricos: en promedio, la renta per cápita se ha multiplicado desde 1980 por 4,7 veces en los países desarrollados y en 7,5 veces en los emergentes, gracias a la globalización, el progreso técnico, la integración comercial y la mejora de la productividad.
- Cada vez vamos a tener más tiempo: el número de horas trabajadas por trabajador se ha reducido desde 1970 en 250 horas en la OCDE (530 horas en Francia) y esta será una norma para los países emergentes en el futuro. Tal y como predice la teoría económica, el aumento de la productividad no sólo se traduce en mayores salarios y un mayor consumo, sino también, en un mayor ocio. Y ese es el motor del turismo.
En resumen, nos encontramos ante un sector que ha tenido un espectacular pasado y tiene por delante un brillante futuro, pero ha sido particularmente golpeado en el presente por la crisis asociada al Covid19.
El confinamiento, el cierre de fronteras, las restricciones a los viajes internos, ha golpeado a toda la economía, pero especialmente a este sector. Dependiendo de los subsectores, no es exagerado decir que ha sufrido una pérdida de actividad en un rango entre el 50 y el 100%.
En el conjunto de la economía, se trata de un impacto temporal, que durará lo que dure el confinamiento y la desescalada hasta recuperar un nivel de actividad, de oferta y de demanda, similar al que había previo a la pandemia. Pero en el caso del turismo, esta recuperación va a ser más lenta por dos motivos.
En primer lugar, porque los movimientos de pasajeros entre países se van a reducir, y no sólo porque lo dictaminen los gobiernos sino porque el propio miedo a viajar de la población limitará los movimientos habituales en las fechas de verano.
El miedo a viajar lo vimos de forma generalizada en 2001, tras los atentados del 11 de septiembre. Y también lo vimos en algunos países o regiones específicas, tras los golpes del terrorismo en Egipto y Turquía, la inseguridad asociada a la primavera árabe, o el desastre del tsunami del Indico en 2005.
Esta vez es mucho más grave, porque se trata de un fenómeno global y porque su recuperación dependerá de la evolución de la pandemia y de la percepción social sobre dicha evolución.
Si se trata de un sector que se ha demostrado productivo, rentable, sostenible y básico, y que, además, nadie discute su futuro, no deberá haber dudas de que tiene que recibir un importante paquete de ayudas, tanto europeas como nacionales, para su supervivencia en este trance temporal.
Esta semana, he tenido ocasión de participar en un diálogo con el ex ministro Alvaro Nadal, organizado por Grupo Hotusa y moderado por Francisco Marhuenda, sobre las medidas de política económica que serían convenientes para este sector.
Pese a haber pertenecido a un Gobierno del PP, en su caso, y del PSOE, en el mío, el grado de consenso en el diagnóstico y las posibles medidas fue muy alto, lo que demuestra que la política turística es terreno abonado para Pacto de Estado que posibilite acciones con un horizonte de largo plazo.
La política turística es terreno abonado para Pacto de Estado que posibilite acciones con un horizonte de largo plazo.
En el debate estábamos de acuerdo en que las medidas deben tener un enfoque diferente según se dirijan al turismo nacional o el internacional. También deben tener una doble perspectiva temporal: recuperación a corto y reconstrucción a medio plazo. Finalmente, debe haber una especial atención a nuestros archipiélagos: Baleares y Canarias.
El sector turístico representa un 12,5% del PIB y un 12,5% del empleo. Es decir, su productividad está en línea con la media de la economía española, desmintiendo a los que lo han calificado como un sector "poco productivo".
El 50% aproximadamente se explica por el turismo nacional, y el otro 50% por el turismo internacional. Ello nos proporciona una herramienta, parcial pero efectiva, para recuperar parte del golpe sufrido por el sector. El turismo nacional. Y, sobre todo, con más capacidad de actuación. Porque, desgraciadamente, en la evolución del turismo internacional tenemos menos capacidad de actuación.
Nuestro turismo doméstico se va a recuperar de la mano del final de la pandemia dentro de nuestro país. Sin embargo, la evolución del turismo internacional no sólo va a depender de lo que nos pase a nosotros, sino de lo que les pase a ellos.
El turismo internacional
En la tabla presento el número de turistas internacionales que ha recibido España en los últimos años, tanto en el conjunto del año como en los 3 meses de verano (julio-agosto-septiembre) en los últimos 4 años.
El verano supone un 25% del número de meses del año, pero un 35% del flujo anual del turismo. Por tanto, es lógico que haya una fuerte tensión para tratar de "salvar la temporada" como sea. Sin embargo, no debemos perder la perspectiva de lo que supone actuar también con el horizonte del resto del año.
Además, para algunos países o regiones de procedencia, el flujo de turistas internacionales durante el verano no es tan alto: como, por ejemplo, los escandinavos (sólo un 28%), latinoamericanos (30%), asiáticos (31%) o estadounidenses (32%).
Que estos turistas se repartan a lo largo del año es una relativa buena noticia, porque va a ser muy difícil que puedan venir este verano. El pasado viernes, 12 de junio, se reportaron en el mundo 142.000 nuevos casos en un solo día. Eso equivale casi al doble de todos los casos reportados por China en toda la pandemia (unos 82.000). En un solo día.
Esto indica hasta qué punto esta epidemia está lejos de resolverse, por mucho que en nuestro país esté bastante controlada. De esos 142.000 nuevos casos, 27.000 fueron de EEUU, 50.000 de América Latina, 9.000 de Rusia y 10.000 del Golfo Pérsico.
Todos estos son países emisores de nuestro turismo internacional que seguramente no podremos ver este verano en nuestro territorio. Imponer una cuarentena de dos semanas es como decirles que no vengan, pues la estancia media de nuestros turistas exteriores es de 7,1 días. Mejor decirlo claramente.
Por otro lado, tenemos el turismo europeo, que representa un porcentaje muy alto de nuestro turismo veraniego. Y ahí hay una gran variedad de casos. Los mejores, dentro de nuestra tabla, Suiza e Irlanda, que tienen aparentemente erradicado el virus y con los que, en caso de que lo deseen, podría establecerse un corredor turístico entre nuestros países.
En ese caso, la política debe ser promocional, es decir, convencerles de que España es un país seguro y su visita no supone un riesgo añadido al de quedarse en casa o ir a otros destinos.
En el otro extremo de la balanza tenemos al Reino Unido. Con 1.500 nuevos casos al día, se coloca en el puesto 15 mundial de ritmo actual de contagio. Por delante de países como Ecuador, Argentina o Turquía. Pese a su importancia numérica, será difícil que los países europeos abran sus fronteras a los viajeros británicos durante julio.
Algo parecido ocurre con Suecia, el segundo país europeo en aumento de infectados diarios, 1.300 el pasado viernes. Con Suecia, y quizás Reino Unido, hay que trabajar en un flujo más allá de septiembre.
Finalmente tenemos los países intermedios entre estos dos grupos. Alemania, Francia, Bélgica, Holanda e Italia. Estos países están una fase parecida a la de España. Eso facilita las campañas publicitarias: "España, tan seguro como quedarse en casa". Pero su ritmo de contagio diarios es suficientemente alto como para que no haya riesgos de rebrotes, aunque sean puntuales, de desplazarse sin el certificado sanitario que propuse aquí hace dos semanas.
El experimento de corredor Alemania-Baleares será un buen test de cómo manejar los posibles rebrotes, si ocurren, cuando los visitantes vienen de lejos y su rastreo obliga a una cooperación bilateral estrecha, tanto de sus contactos en el destino, como en sus países de origen.
En cuanto al turismo nacional, en el que nuestro margen de actuación es más elevado, lo dejamos para una nueva entrega.