Ayer, lunes, se inauguró la cumbre empresarial que durará hasta el día 25 de junio y que, con el título de Empresas españolas liderando el futuro, se ha convertido en un acontecimiento económico y empresarial sin parangón en nuestra historia. Las principales empresas de todos los tamaños y sectores estarán presentes para analizar el rol que desempeñan en la reconstrucción del tejido empresarial dañado por el cierre de nuestra economía, poner en común los principales escollos a los que están haciendo frente y los que se vislumbran en el horizonte, y, de paso, hacer oír su voz ante los gobernantes.
La primera de las diez jornadas ha sido protagonizada por el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, junto con el presidente de Inditex, Pablo Isla, la presidenta del Banco Santander, Ana Botín y el presidente de Mercadona, Juan Roig. El mensaje de todos ellos se resume en un lema: crear empleo.
A ninguno se les escapa la sangría que las medidas de confinamiento están suponiendo para las empresas españolas. También son conscientes de lo difícil que es salir de una situación de "pinza mortal", en la que hay crisis de demanda y crisis de oferta, especialmente con un Gobierno bicéfalo, en permanente campaña electoral, que a menudo se limita a lanzar consignas populistas.
Piden los empresarios que las medidas aplicadas ahora para flexibilizar el mercado laboral no se eliminen cuando pase esta circunstancia tan desgraciada. Piden trabajar en un consenso para generar certidumbre y seguridad jurídica, de forma que España sea un objetivo atractivo para inversores. De esta manera, no se destruirá el tejido empresarial sino que se creará empleo.
Estudiar el mercado de trabajo es harto complicado. Son muchas las variables que influyen en el buen funcionamiento del mismo. Una de ellas es la estructura del sistema productivo. Por un lado, se trata de comprobar si dicha estructura es intensiva o no en mano de obra, de manera que genere muchos puestos de trabajo. Por otro lado, es importante que haya empresas intensivas en capital que sean el motor del crecimiento económico.
También cuenta si nuestro país es importador de bienes intermedios o finales y la dependencia energética. Trayendo al siglo XXI la teoría de la demanda recíproca de John Stuart Mill, si hay un problema en el comercio internacional, lo ideal es que nuestros bienes y servicios se vean lo menos afectados posible. Eso implicará un menor daño en el empleo de la nación. No es el caso de España, por desgracia.
Otro punto muy relevante en la salud de nuestro mercado laboral es, por supuesto, la Educación.
En este aspecto, como en tantos otros, es muy fácil dejarse llevar por los datos cualitativos. ¿Cuánto gastamos en Educación? ¿Más o menos que el año anterior? Y se asume que, si un Gobierno de un color gasta más, es porque le importan los niños, pero si gasta menos, entonces es lo peor y le da igual el futuro de España. El impacto del gasto no parece contar.
La estructura de nuestro sistema educativo es muy rígida. Y va a más. La búsqueda de la calidad de la educación y de la homologación, que son dos objetivos muy loables, se han interpretado tan mal que se han transformado en un potro de tortura para docentes y alumnos. Pero no es eso en lo que quiero detenerme, sino en la asignación de recursos.
Una correcta asignación del trabajo implica que cada puesto laboral está cubierto por una persona preparada para desempeñar sus funciones de la mejor manera posible. La mala asignación del trabajo sería como poner al portero de fútbol de delantero. Cada cuál se especializa en aquello que se le da mejor. Fue muy sonada la entrevista de aquel astrofísico español que se quejaba porque se había tenido que ir de su región para ejercer su profesión. Normal. Es como intentar ejercer la carrera de Ciencias del Mar en Toledo.
La estructura de nuestro sistema educativo es muy rígida. Y va a más. La búsqueda de la calidad de la educación y de la homologación se han interpretado mal
Si el sistema educativo, en general, y el universitario, en particular, no van de la mano, nos encontramos con una generación altamente preparada que ha de emigrar para poder trabajar eficientemente. Eso implica un coste económico y emocional, que hay que sumar al de su educación, desde los 6 años hasta que sale al mercado de trabajo. Es una inversión muy alta.
Los que se quedan y trabajan en lo que pueden, pasan a engrosar las listas del subempleo, junto con quienes desearían trabajar a jornada completa, pero han de conformarse con empleos de media jornada, porque es lo que hay. España es uno de los países con mayores tasas de subempleo. Es decir, además de tener un desempleo estructural muy alto, que significa que nuestras empresas no pueden ofrecer puestos de trabajo para todos, también ganamos en mala asignación de recursos.
No se trata de elaborar un plan nacional de forma que se asegure que van a salir tantos estudiantes de tal especialidad, que es lo que necesitan las empresas. Pero creo que es necesario que nos demos cuenta de que hay algo que estamos haciendo fatal. Y nuestra universidad y nuestras empresas, aunque hay cada vez más convenios y colaboraciones, no encajan como deberían.
Por eso, tal vez, esta cumbre debería ir acompañada, además, de una reflexión acerca de qué estudiantes universitarios les estamos presentando a estas empresas. ¿Tienen la cualificación que se necesita? ¿Por qué se promocionan, por ejemplo, los estudios de género en lugar de la ingeniería informática, la ciencia de datos, la robótica o la transformación digital?
¿Nos hemos intoxicado con el Espacio Europeo de Educación Superior y nos lo hemos tomado demasiado a la tremenda? ¿Respetará la política, alguna vez, la Educación como garantía de nuestro futuro, y dejará de utilizarla como arma arrojadiza? Ojalá la cumbre y la pandemia nos empujen a repensar, también, la Educación.