Los efectos de la pandemia del Covid-19 y las medidas adoptadas para contenerla han generado una caída estrepitosa en la actividad económica y el empleo en EEUU. En el primer trimestre del año, el Producto Interior Bruto (PIB) se redujo 5% en tasa trimestral anualizada. Para el segundo se prevé una caída en torno al 40%, lo que implicaría el peor desempeño desde la Gran Depresión, hace casi 100 años. Visto de otra manera, la contracción económica es ya tres veces mayor a la de 2008-2009 en apenas un tercio del tiempo.
La situación del mercado laboral continúa siendo extremadamente precaria. En tan solo dos meses, de febrero a abril, la tasa de desempleo pasó de ser la más baja en 50 años (3,5%) a ser la más alta (14,7%) en 80. Y aunque en mayo descendió a 13,3% y el total de desempleados se redujo en 2,1 millones, en los últimos tres meses más de 6,7 millones de personas han salido de la fuerza laboral.
Además, la Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU ha reconocido que cerca de cinco millones de individuos fueron clasificados erróneamente como empleados, cuando debieron haber sido catalogadas como desempleados al encontrarse suspendidos de su empleo. Al ajustar las series por estos factores, el total de desempleados sería de 32 millones y la tasa de paro alcanzaría casi 20%.
De febrero a abril, la tasa de desempleo pasó de ser la más baja en 50 años (3,5%) a ser la más alta (14,7%) en 80
A pesar de que el empleo aumentó en 2,5 millones de personas el mes pasado, revirtiendo parcialmente la caída durante los dos meses previos, desde febrero se han perdido casi 20 millones de puestos de trabajo, equivalente a una contracción cercana al 13%.
Esta caída no tiene precedente en la historia moderna y ha eliminado la generación total de empleos durante los últimos 10 años. Asimismo, la tasa de población ocupada, que ha promediado 59% desde 1948, ha disminuido más de 8 puntos porcentuales y ha alcanzado su nivel más bajo en la historia.
El desplome de la ocupación ha afectado de manera desproporcionada a las industrias consideradas como no esenciales, cuyos bienes y servicios requieren una elevada interacción física. Por ejemplo, en sectores como eventos deportivos y culturales, hoteles, parques de diversiones y casinos, y restaurantes y bares, la pérdida de empleo desde febrero fluctúa entre 38% y 56%.
En estos casos, el nivel de empleo actual es similar al que prevalecía hace 30 años. A su vez, estos sectores, junto con el comercio minorista, servicios administrativos y museos, concentran 54% (11 millones) del total de empleos perdidos hasta ahora.
La caída también ha afectado de forma desigual a los grupos sociales más vulnerables. Por ejemplo, aunque los sectores más expuestos a la pandemia concentran 20% del total del empleo, el 40% de los individuos menores de 25 años trabaja en estos.
Entre los hispanos, este porcentaje alcanza un 23% mientras que para los no hispanos es de un 19%. Asimismo, los trabajadores afroamericanos, las mujeres y los solteros también se encuentran sobrerrepresentados en los sectores más perjudicados por el virus, los cuales también reflejan una mayor proporción de trabajadores sin título profesional o de bachillerato, aquellos remunerados por hora y los que trabajan a media jornada.
Dada la correlación inversa entre estas características socio-demográficas y el salario medio, el impacto ha sido más pronunciado para los trabajadores con sueldos bajos. De febrero a mayo, el empleo para aquellos en el espectro de ingresos más bajos ha caído un 35%, mientras que en aquel con ingresos más altos la disminución es de un 10%.
El Covid-19 se ha ensañado especialmente con las comunidades hispana y afroamericana, cuyas tasas de contagio y letalidad superan al del resto de la sociedad. Por lo anterior, no es casual que el nivel de frustración y descontento social entre las clases más vulnerables haya aumentado en la magnitud que hemos visto en las calles a lo largo y ancho del país.
Encuestas recientes revelan que el 63% de los afroamericanos consideran que el desempleo es un problema muy serio y el 75% piensa que el país se mueve en la dirección equivocada. Para los blancos, estos porcentajes son del 50% y 62%, respectivamente. Asimismo, el 62% de los individuos entre 18 y 29 años desaprueba el desempeño del presidente y el 60% rechaza sus acciones para combatir la pandemia. Para las personas de 65 años o más, las encuestas indican el 45% y 43%, respectivamente.
El Covid-19 se ha ensañado especialmente con las comunidades hispana y afroamericana, cuyas tasas de contagio y letalidad superan al del resto de la sociedad
Mirando hacia adelante, el aumento sorpresivo del empleo en mayo ha generado optimismo. Como era de esperar, gran parte de la mejora ocurrió en los sectores que habían sido más afectados como ocio y servicios hospitalarios, ventas minoristas, servicios ambulatorios de salud y construcción.
En parte, esto obedece a la reapertura de la economía, aunque también refleja el vigoroso apoyo fiscal para reactivar la contratación y evitar los despidos. No obstante, considerando que entre los sectores menos perjudicados las ganancias de empleo no fueron tan significativas y que la demanda agregada apenas empieza a despuntar, existe una elevada incertidumbre sobre qué tan lenta o vigorosa será la recuperación del empleo, cómo se verá afectado cuando las ayudas públicas terminen, y cuáles serán los efectos a largo plazo.
Indicadores de alta frecuencia sugieren que la creación de puestos de trabajo continuará en junio. De mantenerse esta tendencia –ausencia de olas adicionales o nuevos cierres de actividad-, la tasa de paro se reducirá varios puntos porcentuales y el empleo aumentará en varios millones más durante los próximos meses.
Sin embargo, hacia finales de año la economía solo habrá recuperado la mitad de los empleos perdidos hasta ahora y la tasa de desempleo será más de dos veces mayor a la observada el pasado febrero y muy superior al promedio histórico. Esto implica que la actividad económica podría permanecer por debajo de su potencial durante un periodo prolongado y que el nivel del PIB no regresará al que existía antes de la crisis hasta 2022.
En el largo plazo, la incertidumbre sobre el mercado laboral proviene principalmente de los efectos que tendrá la pandemia en la manera que los negocios decidan reconvertir sus procesos productivos para incrementar la seguridad de sus trabajadores, la forma en que se reajusten las cadenas de valor, el cambio de preferencias de los consumidores, y la tendencia creciente hacia la automatización y la economía digital.
La evidencia empírica indica que recesiones económicas severas destruyen empleos de forma permanente y contribuyen al estancamiento de los salarios. Los trabajadores que pierden su empleo solo transitoriamente suelen regresar a salarios similares a los que recibían antes de la crisis. Sin embargo, aquellos que permanecen desempleados por un periodo prolongado son recontratados con sueldos más bajos.
Cuando las personas pierden su puesto de trabajo por un espacio de tiempo prolongado, sus habilidades se van rezagando y son estigmatizadas. Por ello, en recesiones profundas se generan distorsiones estructurales entre la oferta y la demanda de trabajo en las que la escasez de mano de obra calificada no puede ser cubierta por aquella desempleada pero no calificada.
Los trabajadores que pierden su empleo solo transitoriamente suelen regresar a salarios similares a los que recibían antes de la crisis
Lo anterior conlleva mayor desigualdad económica y polarización política, que extenúan la estabilidad y la cohesión social que, a su vez, dan pie al autoritarismo. Por ello, los apoyos monetarios y fiscales que hemos visto hasta ahora, enfocados en el corto plazo, deben ser efectivos para asegurar una recuperación sólida del empleo.
Sin embargo, difícilmente lograrán un cambio en la magnitud requerida para paliar los rezagos acumulados a lo largo de varias décadas, exacerbados por la reasignación del presupuesto del Gobierno en favor del gasto corriente, militar y los beneficios sociales.
Por tanto, se deben considerar acciones más audaces para evitar que la brecha acumulada se acentúe aún más. Entre las múltiples posibilidades destaca la colaboración público-privada en inversión en infraestructura física y digital, I+D, educación, salud, medio ambiente y sostenibilidad. Estas alternativas han probado ser superiores a las dádivas del Estado, gasto público con objetivos estáticos, transferencias o políticas fiscales de redistribución.
Los efectos positivos en la productividad y la inversión permitirían obtener ganancias significativas y duraderas en el empleo y los salarios. La generación de empleo de calidad fortalece la clase media, el consumo, la inversión y la recaudación, logrando así un círculo de retroalimentación. En definitiva, esto ayudará a combatir la desigualdad, la segmentación social y las tendencias populistas a la par que se mejoraría la salud y el bienestar de la población y se fortalecerían las instituciones democráticas.
*** Nathaniel Karp es economista de BBVA Research.