Nadia Calviño no se siente cómoda cuando es descrita en los medios como una persona "ortodoxa". La aspirante a presidir el Eurogrupo y vicepresidenta del Gobierno considera que siempre ha cuestionado los valores establecidos cuando ha ocupado alguna responsabilidad. Sus colaboradores le recuerdan, que teniendo en cuenta quiénes se sientan con ella en el Consejo de Ministros, no le debe extrañar el calificativo.
Si se convirtiera en la primera mujer que preside el Eurogrupo y lograra que un país del Sur siguiera al frente de esa institución por segundo mandato consecutivo, Calviño rompería dos barreras en Europa. Su ascenso sería una gran noticia para España también por un par de motivos. El primero -y evidente- porque el país ganaría peso en las instituciones europeas con un cargo muy codiciado.
El segundo -que se iría viendo en los próximos meses- porque al presentar su candidatura, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha sido consciente de que en su Consejo de Ministros se puede sentar una presidenta del Eurogrupo, lo que en la práctica supone asumir que España tendría que centrar su política económica en lo que quede de legislatura.
Ha sido precisamente un miembro de la oposición, el vicepresidente del Grupo Popular Europeo, Esteban González Pons, una de las figuras públicas que mejor ha resumido ese hecho. "No hay mejor garantía para que la política española siga las directrices moderadas de la Unión Europea que el Eurogrupo se siente en nuestro Consejo de Ministros", afirmó en su cuenta de Twitter para mostrar su apoyo a una candidatura que también contó con el respaldo de Ciudadanos y de solo una parte de Unidas Podemos.
Tras la última crisis económica, en la que España perdió mucho peso en las instituciones europeas, el exministro de Economía, Luis de Guindos, tuvo que retirarse de la batalla para presidir el Eurogrupo por falta de apoyos. Fue entonces cuando un aspirante del Sur, el portugués Mario Centeno se hizo con el cargo.
Ahora, cuando España es señalada por el FMI como la economía del mundo -junto a Italia- que más sufrirá en términos económicos por el coronavirus, este país aspira a reforzar su peso en las instituciones europeas.
Coincide el momento, también, con la aprobación pendiente de los fondos y préstamos de la Unión Europea para financiar la reconstrucción, de los que España recibirá una cuantía importante a cambio de una asumir una condicionalidad en forma de reformas estructurales. El liderazgo de Calviño en el Eurogrupo haría que el cumplimiento de esas condiciones a cambio de las ayudas fuera más estricto si cabe por parte de España.
En total, hay sobre la mesa de la negociación 140.000 millones de euros para nuestro país. De ellos, más de 77.000 millones de euros son recursos a fondo perdido, mientras que otros 63.000 millones serían en forma de préstamos.
Que el dinero se utilice con eficiencia para modernizar la economía española y hacer frente a los deberes pendientes (mejorar la competitividad y abordar la consolidación fiscal cuando llegue la recuperación) sería imprescindible para que Calviño pudiera liderar un órgano en el que están presentes los 19 ministros de economía de la zona euro.
No hay que olvidar que España llegaría a la presidencia del Eurogrupo con el apoyo de Alemania, pero con la reticencia de los países del Norte, los llamados frugales, al menos en el arranque de esta batalla en la que pelean otros dos candidatos.
Si como vicepresidenta económica Calviño ya ha servido para centrar al Gobierno de coalición en momentos críticos, como el pacto con Bildu para derogar la reforma laboral, como presidenta del Eurogrupo ese peso en las decisiones de la política económica sería más relevante si cabe.
El hecho de que ministros de Unidas Podemos, como Yolanda Díaz y Alberto Garzón hayan respaldado su candidatura supone que ya haya miembros en el ala más radical del Ejecutivo que estén dispuestos a asumir sacrificios ante la emergencia económica del momento.
De hecho, es significativo que otros miembros del partido de Pablo Iglesias, como el responsable de Políticas Económicas de IU, Carlos Sánchez Mato, o el secretario de Medio Rural y España vaciada de Podemos y líder del partido en Castilla y León, Pablo Fernández, mostraran sus recelos a su candidatura precisamente por el rigor presupuestario y ortodoxia en el uso de los fondos que conllevaría su presidencia.
Con Calviño en el Eurogrupo se podría facilitar un acuerdo con la oposición para elaborar unos Presupuestos Generales del Estado (PGE) que tendrán que recibir el visto bueno de Bruselas antes de que se desbloqueen los fondos que España necesita para financiar su gasto público en 2021.
Pese a que la estabilidad presupuestaria no estará en la agenda europea del próximo año, el criterio de Calviño hasta ahora ha sido el de apoyar la economía con estímulos (como los avales del ICO o el dinero para los ERTE) pero con un límite.
Tras la aprobación de su plan de choque para hacer frente a la pandemia, Calviño sacaba pecho de haber inyectado recursos pero lanzaba también otros importantes mensajes: el Estado tiene que recaudar porque todo el gasto se paga y la deuda -que va a subir en esta crisis- debe tratar de controlarse.
Una enmienda a las aspiraciones del vicepresidente Iglesias, cuya voz en materia económica podría quedar apagada en un Consejo de Ministros en el que, como decía González Pons, se sentaría quién representa también los intereses de los ministros de finanzas o economía de Holanda, Austria o Alemania.