Con el comienzo del verano se ha puesto fin al estado de alarma para regresar a una relativa normalidad aún con restricciones y habremos dejado atrás la crisis sanitaria y las muertes del Covid-19. Mientras tanto seguiremos ocupando el primer lugar del mundo en muertes –bien contadas– per cápita, desprotección del personal sanitario y caída de la actividad económica.
Los amigos del Gobierno arguyen que "en todos sitios cuecen habas", pero saben de sobra que en unos más que en otros y en ninguno –de 200 países– más que aquí. Dando por supuesto que estos pésimos hechos no fueron deliberados, en el mundo de la gestión empresarial no se cambian a los responsables de los malos resultados por haberlos deseado, sino por haberlos obtenido; lo que no es –lamentablemente– el caso de la política.
Y tras la pandemia llega la hora de la economía. Todas las previsiones, incluidas las del Banco de España, el FMI y la OCDE, como no podía ser de otra manera tras sufrir la mayor parálisis económica del mundo –esta sí intencionada–, sitúan a España en una muy desairada posición en cuanto a caída del PIB. Es decir, no sólo salimos de la crisis sanitaria como los peores del mundo, sino que entramos en la consiguiente crisis económica de la peor manera posible; porque, obviamente, cuanto más abajo caigamos más tiempo llevará la recuperación.
De cara a la recuperación de la crisis, es obligado echar cuentas de la última y muy reciente, que comenzó en 2008 y no terminó en España hasta 2014. En dicha crisis la mayor parte de los países de referencia tardaron dos años en recuperar su nivel previo de renta per cápita, con tres excepciones: Alemania sólo necesitó uno, Italia tres y España seis, el triple de la media.
Tras un largo periodo de convergencia de renta per cápita –la verdadera riqueza de las naciones– con Europa que comenzó en 1950, la crisis lo interrumpió para regresar a una divergencia que ya teníamos olvidada. Si en 2003 la renta per cápita española equivalía al 83% de los 12 países más ricos de Europa en 2019 había descendido al 75%.
No sólo salimos de la crisis sanitaria como los peores del mundo, sino que entramos en la consiguiente crisis económica de la peor manera posible
Suponiendo una caída del PIB para este año – la mayor de los países desarrollados, según la OCDE y el FMI– del 11 al 14%, sería prácticamente imposible recuperar el nivel de 2019 antes de 2023. Mientras tanto el desempleo crecerá a cifras exorbitantes, con graves consecuencias para la dignidad de los trabajadores y para las exhaustas arcas públicas que tendrán que hacerse cargo de los parados. Todo ello sucederá inexorablemente mientras que el "espacio fiscal" –según el Banco de España– para afrontar la crisis es el menor de Europa.
¿Qué estamos haciendo y qué deberíamos hacer para regresar cuanto antes a un crecimiento robusto y sostenido que además de sacarnos de la crisis permitiera recuperar la convergencia con Europa? Igual que sabemos lo que hicieron los países menos afectados por el Covid-19 en relación con España, también sabemos cómo resolvieron con éxito la crisis de 2008; y en ambos casos la referencia es Alemania.
Alemania, no sólo tardó un solo año en recuperar el PIB per cápita previo a la crisis, sino que a continuación acumuló un crecimiento pre-crisis –2009/2018– del 43% y de un 38% post-crisis -2010/2018-, mientras que en España el buen nivel de crecimiento de los años solo posibilitó cifras del 23% y del 19%; justo la mitad.
¿Qué hicieron bien los alemanes para liderar la recuperación de la crisis?: cambiar salarios por empleo, con dos efectos simultáneos muy positivos. El primero –un muy civilizado trade off– consistió en reducir los salarios para mantener el empleo. El segundo, derivado del primero, radicó en una reducción de sus costes laborales que al aumentar la competitividad de la economía empujó su crecimiento al alza.
¿Qué sucedió en España entonces? Justamente lo contrario. El Gobierno de Zapatero auspició un irresponsable aumento de los salarios y cosechó enormes cifras de paro, con las consecuencias ya glosadas: ser el país europeo que peor resolvió la crisis de entonces.
Entre las muy escasas reformas que acometiera el Gobierno de Rajoy estuvo la laboral que flexibilizó al estilo alemán las relaciones laborales y facilitó los ERTE, que han venido a ser la salvación, al menos temporal, de centenares de miles de empleos.
El Gobierno de Zapatero auspició un irresponsable aumento de los salarios y cosechó enormes cifras de paro
La vuelta atrás de la modesta reforma laboral de Rajoy sería un desastre para nuestra economía, que sólo se puede justificar por ignorancia culpable –dadas las evidencias empíricas existentes- o la maldad de jugar políticamente a “cuanto peor, mejor”. Y no sólo hay que mantener el actual marco de relaciones laborales, sino volver a reformarlo para que las nuevas empresas dejen de estar aprisionadas por convenios colectivos sectoriales al gusto de las grandes empresas "incumbentes" que imponen condiciones a la entrada de nuevos competidores, muchas veces insalvables.
Tales convenios, que una verdadera Comisión de la Competencia –CNMC– debería prohibir, son los principales enemigos de la renovación de nuestros tejidos productivos. Según el premio Nobel de Economía Edmund Phelps: "En el periodo 1990-2008 el empleo neto creado en EEUU se debió casi exclusivamente a las nuevas empresas y todo el desempleo a las viejas".
Es poco conocido que el enorme dinamismo exportador de la economía española de los últimos años, que ha permitido el gran e inaudito logro histórico de aumentar nuestras exportaciones hasta generar superávit de la balanza de pagos y superar a Francia, Italia y Reino Unido en porcentaje de exportación sobre PIB, está sustentado en la ausencia de convenios sectoriales en las empresas exportadoras; que libres de trabas igualitarias, compiten con éxito en los mercados exteriores, ganando cuotas de mercado, creando empleo y pagando mejores salarios que las demás empresas.
Frente a este excepcional y brillante ejemplo –magníficamente bien representado por las industrias automovilística y alimentaria- una buena parte del Gobierno reclama el regreso a un "vivan las cadenas" laboral, que sumado a las insensatas subidas del salario mínimo convertiría a España en un páramo laboral.
Si sumamos a este "vivan las cadenas" las irresponsables amenazas medioambientales a los fabricantes de automóviles y los nuevos e incomprensibles controles que ya están limitando la inversión extranjera que tanto necesitamos, sus consecuencias sobre la marcha de la economía no puede ser más negativo.
España tiene potencial –empresarios y trabajadores– más que suficiente para salir de la crisis tan pronto como los mejores países; solo necesitamos aprender de las malas experiencias propias y las buenas ajenas, liberar la economía de obstáculos a la función empresarial, propiciar en vez de dificultar la innovación, y por supuesto, trabajar duro cuanto más gente mejor para regresar a la convergencia con Europa.
*** Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil.