La proliferación durante estos meses de los bulos sanitarios y la intensidad de la crispación política está llevando a las redes sociales a explorar distintos sistemas de control de contenidos. Las redes tienden a comportarse cada vez más como modernos medios de comunicación que se nutren de las colaboraciones ciudadanas. Empiezan a verse forzadas inevitablemente a aplicar una línea editorial definida, con criterios de responsabilidad y un libro de estilo.
A finales de mayo se produjo un hito determinante en ese proceso. Twitter decidió marcar como potencialmente engañoso un tuit de Donald Trump sobre lo que el presidente consideraba pucherazo electoral en California. Por primera vez, ante un tuit presidencial la red recomendaba al lector informarse de los hechos y remitía a fuentes concretas de verificación de datos.
La decisión editorial de Twitter tiene un alcance extraordinario y también consecuencias. Subraya que los hechos importan, y que los canales sociales van a seguir acogiendo opiniones ciudadanas, pero en adelante de acuerdo a unos criterios y con una responsabilidad determinada. Ya existían vetos explícitos a las amenazas de muerte, al terrorismo, la pornografía o a la violencia.
Ahora también empiezan a ponerse límites a los bulos, se rechazan bots y se restringen los sistemas automatizados de difusión. Si se permite el símil, cuando se inventó el automóvil y por los espacios públicos empezaron a circular coches, hubo un tiempo en que podían utilizarse a discreción de los ocupantes. Pero a medida que se normalizó y generalizó su uso, resultó inevitable aplicar a los conductores un mismo código de circulación que limitase y a la vez salvaguardase los derechos de todos.
Etiquetar una opinión de Trump como fuente dudosa ha sido hasta ahora el ejemplo más relevante de una política editorial aplicada a redes sociales. En general, a los líderes públicos se les ha venido permitiendo publicitar contenidos que, de haber sido difundidos por simples ciudadanos, se habrían retirado sin contemplaciones. Por inapropiados que fueran, se les reconocía cierto valor informativo derivado de la libertad de expresión.
Recortar ese derecho siempre supone una decisión delicada. En el caso del presidente de Estados Unidos, la iniciativa de la red social no ha estado exenta de polémica. Pero empieza a abrirse paso la convicción de que hay determinadas líneas rojas que no pueden rebasarse en ningún caso.
Estos días se ha hecho célebre un discurso de la canciller alemana Angela Merkel ante el Parlamento de su país que habla exactamente de eso: “Si das tu opinión, debes asumir el hecho de que te pueden llevar la contraria. Expresar una opinión tiene sus costes. Pero la libertad de expresión tiene sus límites. Esos límites comienzan cuando se propaga el odio. Empiezan cuando la dignidad de otra persona es violada".
Etiquetar una opinión de Trump como fuente dudosa ha sido hasta ahora el ejemplo más relevante de una política editorial aplicada a redes sociales
Las propias grandes compañías anunciantes internacionales han empezado a vincular su presencia en redes sociales al respeto en ellas de los derechos esenciales de todos. Estos días varias empresas punteras han suspendido temporalmente su presencia en facebook y otras redes sociales. Para volver, demandan que estas plataformas tomen acciones claras e inequívocas para evitar que en ellas se difundan y amplifiquen el racismo y el odio.
Claro que limitar la libertad de expresión tiene sus riesgos. Por eso sería deseable que las propias redes sociales se autorregulasen, al igual que hacen los medios de información clásicos. Conocer la identidad de quienes opinan también parece una medida lógica y hasta inevitable.
En una sociedad de ciudadanos libres debemos opinar con una personalidad reconocible y registrada, de manera que cada uno firme y se haga responsable de lo que difunde. El anonimato no debería ser una opción.
Además, cada red social debería fijar su propia línea editorial, así como el ideario y los valores que defiende. Hace unas semanas James Bennet dimitió como jefe de Opinión de The New York Times. Había publicado un artículo del senador republicano Tom Cooton en el que defendía la movilización del Ejército para detener las protestas en el país.
Muchos lectores y compañeros de Bennet criticaron la publicación, al entender que vulneraba el ideario y la línea editorial del medio. La mayoría de periódicos ha pasado por situaciones similares a esta a lo largo de su historia.
Es importante, por tanto, que las redes sociales también sean conscientes de ese valor social vicario y asuman una responsabilidad equivalente. En unas líneas de mensajes tan vociferantes y polarizadas como las de cada día, resulta muy necesario un autocontrol en el ejercicio responsable de la libertad de opinión, para impedir que se siga rigiendo por la ley de la selva.
Vera Jourová, vicepresidenta de la Comisión Europea, ha sido muy clara en su apoyo a Twitter: “No quitó ninguna información de Trump, sino que añadió los hechos. Es lo que llamo pluralidad”. A su juicio, el objetivo no es crear un Ministerio de la Verdad, como el de la distopía 1984, sino generar un clima plural en Internet donde los usuarios de medios sociales puedan beneficiarse de la “competencia de libertad de expresión”, respetando la verdad y los hechos. Es hora de responsabilizarse en las redes. O, si se me permite la expresión, de red-ponsabilizarse.
*** José Antonio Llorente, socio fundador y presidente de LLYC.