La memoria es frágil. Pero en los últimos meses de 2019, cuando el coronavirus era una cosa solo de los chinos, todas las casas de análisis se dedicaban a revisar a la baja las previsiones de crecimiento de la economía española para 2020. Íbamos a crecer un mediocre 1% este año, un avance del PIB que ahora nos parecería idílico.
Se había agotado el impuso de las inacabadas reformas estructurales que se adoptaron en los tiempos del desastre financiero, cuando la prima de riesgo nos llevaba al abismo, y los menores estímulos del BCE eran ejemplo de cómo los llamados 'vientos de cola' se estaban apagando también.
En un Parlamento inestable en el que se vive con las encuestas en la mano y la mirada en las próximas elecciones, la falta de ganas para reactivar la agenda reformista era evidente.
La mejor prueba de ello fue la subida de las pensiones y del sueldo de los funcionarios aprobada por el Congreso en febrero, un mes en el que también se aprobó el techo de gasto para 2020 (+3,8%) y 2021 (+3%).
De aquellos polvos, estos lodos. España e Italia han sido dos de los países en los que la crisis sanitaria del covid-19 ha tenido más impacto. Esto explicaría, en una parte, que sean los señalados por el FMI como los que más sufrirán también en el terreno económico los efectos del coronavirus.
Sin embargo, hay más detrás de su debacle. La huida hacia adelante de los dos países -y en esto, nos ganan los italianos- en materia económica ha convertido al Sur de Europa en una zona especialmente vulnerable a cualquier crisis.
Íbamos a crecer un mediocre 1% este año, un avance del PIB que ahora nos parecería idílico
El responsable de las proyecciones económicas del Banco de España, Óscar Arce, cree que la evolución de las dos economías mediterráneas en los últimos años es ejemplo de cómo "los mercados de capitales toleran mejor las dificultades con reformas estructurales" porque con ellas, un país demuestra que es capaz de crecer.
Se sabe muy poco sobre la recuperación económica. Hay datos -como el PMI (índice de gestores de compras)- que permiten mantener la esperanza de que tenga forma de 'V', una 'V' asimétrica, en el caso de España, que diría la vicepresidenta Nadia Calviño. También hay quien espera una forma de 'U' y quien no descarta que sea una 'L'.
De lo que sí hay certeza es que para que España se levante tras este batacazo harán falta sacrificios. "No hay palancas mágicas", nos ha recordado el Banco de España -una vez más esta semana-.
Con una caída ya oficial del 5,2% del PIB intertrimestral en el primer trimestre del año en el que la economía solo estuvo cerrada dos semanas, cuando se confirme la recesión (para lo que hace falta dos trimestres de tasas de crecimiento negativas), la caída del segundo trimestre podrá superar el 21% del PIB.
Esto a pesar de que el gasto público ha aumentado en este tiempo, lo que compensa una parte de la contracción del sector privado y al mismo tiempo, dispara el déficit (alcanzó el 2,88% hasta mayo por el Covid).
Para salir del atolladero, al Congreso no le quedará más que sellar un pacto que diluya el coste político de las reformas que habrá que poner en marcha cuando el PIB vuelva a crecer bajo la lupa de Bruselas.
Y a los españoles, no nos quedará otra que asumir ese coste pagando las subidas de impuestos que vengan (incluido el IVA), esforzándonos más en nuestra educación (el famoso 'capital humano') y mejorando la productividad.
Esta última asignatura nos suena de la última crisis, solo que ahora será aún mayor el esfuerzo necesario porque las medidas de seguridad frente al Covid juegan en contra de la productividad y porque, como recordó también ayer Funcas, nuestro problema en este ámbito es "más grave" que el de otros países europeos.
Y es que al final, las crisis las pagan... los de siempre, sí.