Todo indica que vivimos un cuestionamiento cada vez más importante y necesario de cosas que hasta hace poco considerábamos aparentemente inocentes, tal vez incluso frívolas, pero que con el tiempo prueban tener una influencia mayor de lo esperado sobre muchos ámbitos de nuestra vida.
En una sola semana, una app como TikTok ha recibido críticas demoledoras por parte de un sinnúmero de analistas y compañías por culpa de sus prácticas de captura de datos. Ha sido expulsada de su mercado más importante, India, debido a la creciente hostilidad y contenciosos fronterizos entre ese país y China, y ha recibido un impresionante rapapolvo del Gobierno chino que prueba, entre muchas otras cosas, el nivel de sumisión al que están sujetas las compañías de ese país, e incluso se ha insinuado su posible próxima prohibición en los Estados Unidos.
Hablamos de una app aparentemente frívola, un repositorio de contenido enlatado -canciones, galerías de efectos y de dibujos, etcétera- que cualquier usuario puede combinar con fotografías o vídeos para crear clips cortos con los que puede ir desde la mera expresión personal o tener sus 10 minutos de fama, hasta llegar a explotarlo para generar ingresos sustanciosos, a obsesionarse con ello o incluso a coordinarse con otros usuarios para reventar un mitin de Donald Trump.
Es la magia de este tipo de herramientas: valen para lo que uno quiere que valgan, aunque no estén originalmente pensadas para ello. Los usuarios, bajo determinadas circunstancias, somos capaces de sublimar cualquier funcionalidad para que sirva prácticamente para cualquier cosa, y las redes sociales son especialmente sensibles a ello.
La magia de este tipo de herramientas es que valen para lo que uno quiere que valgan, aunque no estén originalmente pensadas para ello
Sin embargo, los problemas de TikTok no tienen demasiado que ver con su funcionalidad, aunque esta misma, de por sí, ya no fuese demasiado inocente y permitiese, por ejemplo, que niñas de muy corta edad rodasen vídeos insinuantes y en muchas ocasiones absurdamente sexualizados vocalizando sus canciones favoritas, que eran posteriormente recomendados a cualquiera, independientemente de su edad, que hubiese expresado su interés en ese tipo de contenidos.
El problema de TikTok está en una filosofía, en una forma de entender el diseño de una app. Como revelan múltiples informes de analistas y empresas de seguridad, TikTok tiene una avidez insana y aparentemente incomprensible en una app supuestamente tan inocente hacia la captura de todos los datos posibles de un usuario.
El problema es tan profundo, que nada de lo que la compañía alegue en su supuesta defensa sirve para nada ni es fiable. Pueden contratar a un CEO norteamericano, llevarse sus servidores fuera de China o afirmar que respetan las leyes de los países en los que operan: nada de eso es creíble.
En un mundo en el que las compañías consideran justificado emitir notas de prensa afirmando que hacen A mientras hacen B, la única posibilidad que queda es juzgarlas exclusivamente por sus actos. Y si por sus actos las conoceréis, TikTok no tiene un problema de seguridad, de errores puntuales o de descuidos, sino que es como el escorpión de la fábula de Esopo, que picaba a la rana que le ayudaba a cruzar el río sabiendo que eso lo llevaría a morir ahogado, simplemente porque picar "estaba en su naturaleza".
Para muchos usuarios de TikTok, ese tipo de problemas son completamente irrelevantes, y lo serán aunque se les diga que lo que está en juego son sus datos, su modelo de sociedad o hasta la democracia: absorbidos por la app e integrados en su ecosistema, defenderán hasta la extenuación su derecho a seguir utilizándola, y criticarán a quien se atreva a impedirlo.
Para muchos usuarios de TikTok, ese tipo de problemas son irrelevantes y lo serán aunque se les diga que lo que está en juego son sus datos
Otro caso similar es Facebook: sometida durante el mes de julio a un boicot por parte de sus anunciantes por fomentar el discurso del odio para enriquecerse, su fundador y CEO, Mark Zuckerberg, se limita a plantear disculpas triviales, a dar a entender que tiene razón y que todo el resto del mundo conduce por la autopista en dirección equivocada menos él, y a sentarse a esperar a que a los anunciantes se les pase lo que él considera como un simple calentón y a que vuelvan al redil.
De nuevo: el problema de Facebook, que se ha disculpado ya tantas veces que tendría que nombrar un CAO (Chief Apologies Officer o Director de Disculpas), no es que cometa errores o descuidos: es que está en su naturaleza comportarse como se comporta.
Sus problemas, simplemente, no tienen más arreglo que su desaparición. Es imposible arreglar Facebook: siempre será una red social amoral, carente de respeto hacia el usuario, dispuesta a vender cualquier dato al mejor postor, y capaz de poner en riesgo desde la intimidad de sus usuarios hasta la integridad de unas elecciones si con eso es capaz de facturar un poco más.
No, no son cuestiones puntuales ni descuidos: son estructuras montadas para hacer lo que realmente hacen, por encima de cualquier cosa. Como en el caso del escorpión, son problemas que están en su naturaleza. Y como tales, imposibles de solucionar.