Aún soy bastante pudoroso en cuanto a tragedias económicas se refiere. Recuerdo aquellos años en Invertia en los que me costaba hablar del corralito financiero que terminó por ponerse de moda por la crisis de la deuda del sur de Europa en 2013.
Hablar de corralito era alarmar a la gente y, aunque muchos profesionales de la inversión se referían a ello como un hecho posible, acompañado de nuestra salida del euro, me costaba ponerlo de titular.
En esta crisis del Covid-19 la palabra de moda es la quiebra de las empresas. Ya en el primer mes de la pandemia se cerraron 122.000 empresas y las estimaciones apuntan a un crecimiento del 22% de los cierres en nuestra economía, porcentaje sólo superado por EEUU y Reino Unido, dentro de los países más desarrollados.
Los impagos en cascada hacen temer que el número de quiebras pueda llegar al medio millón de compañías. Aquí se produce un efecto de bola de nieve y la morosidad de una empresa se lleva por delante a otras, y así sucesivamente. Los bancos ya están sufriendo el aumento de la morosidad tanto de las empresas como de los particulares.
Los típicos patrones de la inversión: rentabilidad, seguridad y liquidez se han invertido poniendo a la seguridad en primer lugar. A la hora de comprar una acción en bolsa o un bono en los mercados de renta fija, lo primero que debe preguntarse el inversor es si esa compañía es susceptible de quebrar por la crisis del Covid-19.
¿Cuántos años le quedan por delante? Y bajando un poco de escalón, se trata de conocer con detalle si en caso de dificultades cuenta con instrumentos suficientes para evitar esa situación. Es decir, un accionista o accionistas comprometidos y con garantías para lograr financiación in extremis que les permita seguir operando.
Ante este temor, las compañías grandes han hecho acopio de capital, que se ha reflejado tanto en el crecimiento de nuevas emisiones como en la eliminación del dividendo o de las anunciadas recompras de acciones. Cuanta más liquidez se tenga, más posibilidades para soportar los envites de la paralización económica generada por el virus.
Las compañías grandes han hecho acopio de capital
Curiosamente, hasta el Gobierno se ha comprometido hace unos días a entrar en el capital de grandes firmas para evitar que caigan en la insolvencia. Para las más pequeñas y medianas, los créditos con los avales del Instituto de Crédito Oficial (ICO) se ofrecen como posible tabla de salvación para seguir tirando hasta que se vuelva a la normalidad.
Unos recientes datos recopilados por el banco francés Société Générale indican que en el primer semestre de 2020, las emisiones de deuda, tanto pública como privada, han crecido un 66%, al solicitarse en los mercados nada menos que 88.500 millones de euros. El Tesoro es responsable de la emisión de más de 52.000 millones de euros, mientras que empresas y bancos han pedido 32.000 millones.
Este afán emisor ha tenido en este mes de julio dos ejemplos más cercanos a las acciones –ahora sería muy difícil ampliar capital según está la bolsa-. Bankinter ha lanzado unas emisiones de bonos convertibles por 350 millones de euros al 6,5% de rentabilidad, mientras que BBVA captó 1.000 millones con un convertible al 6% y de color verde.
Una fuerte demanda de dinero para aguantar posibles situaciones de iliquidez -aunque no en todos los casos- como consecuencia de unas empresas a las que les caen los ingresos y, por tanto, su capacidad de generar dinero.
La mano mágica del Banco Central Europeo (BCE) y la misma alegría de la Reserva Federal y el Banco de Japón permiten estas fiestas de colocar sin dificultades tantos miles de millones de euros.
Los bancos centrales están, además, dispuestos a comprarlo casi todo. Esta alegría contrasta con la pérdida de solvencia de las compañías que se recoge en las calificaciones de los bonos. Con datos de Goldman Sachs del primer trimestre del año, 137.000 millones de euros en deuda de empresas han perdido su calificación de investment grade para convertirse en high yield.
Es decir, han traspasado el umbral de bonos seguros a bonos con riesgo de que no se paguen los intereses o el principal de la inversión. Los llamados 'ángeles caídos' proliferan en EEUU y toda Europa, donde muchas compañías han bajado al infierno del mayor riesgo al deteriorarse su solvencia.
Una situación paradójica entre la mayor demanda de dinero y la menor solvencia que solo se justifica en la presencia de los bancos centrales en los mercados financieros. Incluso el japonés adquiriendo acciones mediante la compra de fondos cotizados (ETF).
137.000 millones de euros en deuda de empresas han perdido su calificación de 'investment grade' para convertirse en 'high yield', según Goldman Sachs
Y acercándonos al Ibex 35, el endeudamiento de sus compañías en el primer trimestre del año (últimas cifras conocidas) ha crecido en 6.608 millones de euros hasta una cifra total de 177.244 millones de euros. Del plantel del Ibex endeudado solo ArcelorMittal, Colonial, Enagás, Grifols, Naturgy, Telefónica y Viscofan lograron reducir sus deudas, y eso que el efecto Covid-19 afectó solo en la última quincena del mes de marzo. Un recorte de deuda que en algunas de ellas se ha revertido.
Cuando llegan las crisis es cuando el dinero empieza a preocuparse seriamente por el endeudamiento exagerado de nuestra economía. Afortunadamente, el paraguas de los bancos centrales lo permite todo y, si no vuelve a producirse un confinamiento masivo de la población y la economía rebota, el problema tenderá a diluirse como es costumbre. De lo contrario, el colapso de las finanzas de las compañías puede llevar a muchas a la desaparición.
Desde los tiempos de Alan Greenspan como presidente de la Reserva Federal de EEUU (Fed) la política monetaria laxa se ha instalado en el mundo. Prácticamente, en el Ibex 35 la única empresa que tiene caja es Inditex.
Los tipos de interés cero o negativos han fomentado esta estrategia empresarial de incremento continuo de su deuda o de reducciones muchas veces solo cosméticas. Por muchos parches de liquidez que se pongan, la ecuación es bien sencilla: las empresas tienen que ganar dinero suficiente para atender los pagos de los intereses de sus emisiones y devolver el principal que le prestaron los inversores; y en el caso de la bolsa, retribuir con dividendo a sus socios.
Sin los bancos centrales y el apoyo de los gobiernos, las quiebras se habrían multiplicado. De todas formas, es el momento de invertir en lo más solvente.
*** Luis Aparicio es periodista y exdirector de Invertia.