“El acuerdo ha sido posible, pero cada vez cuesta más”. Ésta sería la frase que mejor describe el panorama europeo si hubiera que buscar un resumen escueto de lo acontecido en el Consejo Europeo desde el viernes 17 de julio.
Con posiciones cada vez más enfrentadas, los diferentes países han encontrado un mínimo común denominador para dar respuesta a las expectativas internacionales de acuerdo en torno a la creación de un fondo anti-crisis estabilizador de la situación económica; y, al mismo tiempo, minimizando la aportación presupuestaria inmediata de los países contribuyentes al Presupuesto comunitario.
Por ello, al igual que ocurrió en 2010 cuando se crearon de urgencia los mecanismos para el rescate de Grecia, estamos ante otra huida hacia adelante del proyecto europeo cuyo propósito de corto plazo es el de taponar una vía de agua que a medio plazo no se traduce en un fortalecimiento de la arquitectura institucional del Mercado Común Europeo para afrontar con solvencia y rigor las crisis futuras.
El debate se ha embarrado de tal manera en las últimas semanas que no es fácil esclarecer lo fundamental de lo accesorio y, sobre todo, lo real de lo que no era más que una realidad imaginaria.
De una manera muy resumida –todo lo que este analista es capaz de resumir para no agotar la paciencia del amable lector– lo ocurrido en los últimos días en las instituciones europeas ha sido un proceso de aterrizaje de las principales economías europeas hacia una realidad más compleja de lo que parecía sobre el papel.
Más allá de que la respuesta de política económica que da la Unión Europea en cada crisis pueda considerarse tardía o timorata, el guión parecía estar bastante claro: bastaba con un acuerdo del eje franco-alemán apoyado por las principales economías de la Zona Euro, por la Comisión Europea y, sobre todo, por el Banco Central Europeo (BCE) para imponerse al resto sin resistencias significativas y ponerlo en práctica antes de finales de año.
Así, surgió la propuesta de crear el Next Generation EU dotado con 750.000 millones de euros, de los cuales medio billón serían transferencias directas a los países más afectados por la crisis económica derivada del 'coronavirus' y el resto en préstamos en condiciones favorables. A ello se sumaba una propuesta ambiciosa de Presupuesto 2021-2027 ascendiendo su cuantía a 1,1 billones de euros.
Lo ocurrido en los últimos días en las instituciones europeas ha sido un proceso de aterrizaje de las principales economías europeas hacia una realidad más compleja de lo que parecía
Sobre el papel era una solución muy positiva para las economías grandes más castigadas, es decir, para Italia y España que recibirían una gran cantidad de fondos sin necesidad de repagar, mientras que simultáneamente Francia y Alemania continuaban su política de rescates masivos a sus sectores productivos incluso a riesgo de ruptura del mercado común europeo.
Sin embargo, nadie contó (y mucho menos el eje Merkel-Macron) con que se iba a producir una rebelión de un numeroso grupo de países contribuyentes netos al presupuesto comunitario, de los cuales particularmente cuatro cumplen con todas y cada una de las reglas de Maastricht.
La primera manifestación fue la derrota de la candidatura de Nadia Calviño a presidir el Eurogrupo y las siguientes han sido conforme ha empezado el semestre de presidencia alemana de turno a negociar la aplicación práctica del paquete de reconstrucción europea.
Esta revuelta –encabezada por el primer ministro holandés Rutte pero sustentada en Gobiernos tanto socialdemócratas como liberales y democristianos– ha supuesto un baño de realidad para el juego de cartas marcadas que hasta entonces jugaban los Estados Miembros, demostrando que la Unión Europea va mucho más allá del eje franco-alemán, que existen países que aunque en tamaño sean más pequeños que las grandes economías tienen una aportación crucial a la integración económica europea y, lo que es más importante, juegan un papel esencial de estabilidad macroeconómica y contrapeso real de los desequilibrios de economías como la italiana o la española.
Este último punto (el papel de los frugales como estabilizadores macroeconómicos junto a Alemania) es imprescindible para entender lo que está pasando. Muchos gobernantes, analistas y periodistas que realizan declaraciones durante estos días, olvidan que el dinero en última instancia proviene de una actividad económica, sea ésta en el presente o en el futuro.
No valen subterfugios aparentes como financiar el fondo de reconstrucción de forma indirecta con cargo a la máquina de hacer dinero de Frankfurt, que a base de crear un exceso de liquidez de 2,77 billones al cierre de hoy ha creado una ficción de control de las primas de riesgo de los bonos soberanos europeos que no se corresponde con los niveles de deuda actuales.
Un mayor endeudamiento no apoyado en una mayor actividad económica real termina siendo un grave lastre no sólo para el país sino para el conjunto del área económica si ésta realiza emisiones mutualizadas.
Éste es el temor (empíricamente justificado) de los llamados ‘frugales’, a los cuales se les tacha de 'insolidarios' cuando la solidaridad y la lealtad entre miembros de una misma área económica debe ser recíproca: igual que en las épocas ‘malas’ es necesario colaborar canalizando ahorro desde donde sobra hacia donde falta, en las épocas ‘buenas’ los que más ayuda han recibido tienen la obligación de hacer hucha para no perjudicar a sus compañeros de club económico cuando vuelva a torcerse el ciclo económico.
Un mayor endeudamiento no apoyado en una mayor actividad económica real termina siendo un grave lastre
Estamos presenciando, por tanto, una asimetría entre unos países y otros, incluso rayana en la hipocresía por parte de los recipiendarios, los cuales deberían ser sabedores de que nada es gratis.
Por ello, no sólo es necesario sino que es imprescindible plantear un programa de recuperación europeo basado en financiación de proyectos donde no sólo se evalúe el objeto sino sobre todo los resultados, tal como está saliendo de este Consejo Europeo.
Ya no vale destinar miles de millones de euros cada año a financiar sectores, actividades o políticas que no puedan ser medibles y auditables. Cada euro que se inyecte del presupuesto europeo tiene que llevar una trazabilidad que permita evaluar si la política económica está teniendo buenos resultados o no los tiene.
Éste es, sin duda, el principal problema de Italia y España, los cuales arrastran desde hace años déficits relevantes de transparencia y control de los fondos europeos (como ha señalado en reiteradas ocasiones el Tribunal de Cuentas europeo), por lo cual preferirían dinero a fondo perdido, en un solo pago por adelantado y sin ningún tipo de condicionalidad.
En suma, el resultado del Consejo Europeo no es ni mucho menos un acuerdo amistoso. El poder del eje franco-alemán está claramente erosionado, los Gobiernos italiano y español podrán optar a cantidades ligeramente inferiores a la propuesta inicial pero teniendo que presentar proyectos bajo una estricta evaluación de la Comisión y tendrán que aprobarse por mayoría cualificada del Consejo.
Los frugales transfieren una buena parte del riesgo interno en sus países a Bruselas para que sea la Comisión quien haga una primera emisión mutualizada (y, de esa forma, reducir sustancialmente la cantidad de dinero a poner de sus presupuestos nacionales en los próximos meses) y, por si fuera poco, unas instituciones comunitarias divididas y con un discurso vacío como el de Von der Leyen.
Un mayor poder del Consejo Europeo no deja de ser una buena noticia para una Europa que necesita seguir generando riqueza y bienestar porque esa es su verdadera independencia para resistir frente a los bloques americano y chino.