La crisis del covid-19 acelera muchas transformaciones estructurales, y muchas empresas tecnológicas y farmacéuticas han subido con fuerza tras la debacle bursátil. Más allá del valor que ha adquirido estas semanas la digitalización, la tecnología y la capacidad de interconexión, hay otra revolución en marcha, quizás más silenciosa, y que es uno de los temas de inversión a largo más atractivos en estos momentos: la Revolución Alimentaria.
El mundo deberá producir casi un 60% más de alimentos para 2050 por el crecimiento de la población, mayor ingesta calórica y de proteínas y cambios radicales en los hábitos de consumo. Hay un enorme potencial de disrupción en un negocio que se multiplicará por cinco en apenas una década, hasta los 700.000 millones de dólares anuales.
Involucra a sectores muy diversos como alimentación, material para la agricultura o reciclaje, pero también innovaciones tecnológicas en ingeniería genética, biotecnología, blockchain, internet de las cosas o inteligencia artificial.
La sostenibilidad es un aspecto fundamental de esta revolución. Una producción más eficiente, barata y cercana, menos intensiva en agua y superficie y que genere menos residuos contribuye a contener el cambio climático, la deforestación y la contaminación, y el agotamiento de los recursos hídricos y pesqueros.
Lejos de haber quedado rezagado en un escenario como el que hemos vivido de pandemia, el sector alimentario ha ganado mucha más actualidad y urgencia, al estar en primera línea asegurando los suministros de una población confinada.
Lejos de haber quedado rezagado en la pandemia, el sector alimentario ha ganado mucha más actualidad y urgencia al estar en primera línea
Los gobiernos y empresas se han dado cuenta de que los suministros sanitarios o industriales críticos no deben depender tanto de cadenas productivas y logísticas tan extendidas, complejas y frágiles, y que conviene relocalizarlas parcialmente.
Lo mismo aplica a muchos alimentos. Aunque claro, los países desarrollados, o China, no tienen espacio para más agricultura o ganadería extensiva y se desarrollarán los cultivos intensivos y en altura, semillas más productivas, aplicación de tecnologías de eficiencia agrícola, trazabilidad, control de calidad, etc.
Pero el tema es mucho más amplio y ha adquirido mucha más actualidad. En estas semanas de confinamiento se han disparado los pedidos de comida a domicilio, millones de personas han aprendido a cocinar y otras muchas han adoptado hábitos alimentarios más saludables, la comida orgánica y las proteínas de origen vegetal. Y esperemos que también haya aumentado los niveles de reciclado.
Un sistema alimentario sostenible está en el núcleo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (ODS). La producción mundial de alimentos representa el 40% del uso de la tierra, el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y el 70% del consumo de agua potable.
Una producción más eficiente, barata y cercana, menos intensiva en agua y superficie y que genere menos residuos contribuye a contener el cambio climático, la deforestación y la contaminación, y el agotamiento de los recursos hídricos y pesqueros. Todo esto mejora el desarrollo, la salud y el nivel de vida de la población, en especial en los países emergentes.
Luego está el ángulo de los problemas sanitarios en el mundo desarrollado por la obesidad y diabetes. La OMS estima que una de cada cinco muertes en el mundo se debe a dietas insanas. Mientras tanto, unos 500 millones de pequeños agricultores viven por debajo del umbral de la pobreza.
Unos 500 millones de pequeños agricultores viven por debajo del umbral de la pobreza
Desde el ángulo de la inversión, y trascendiendo el peso que en cartera siempre tienen clásicas multinacionales con marcas archiconocidas, resulta interesante observar la proliferación de fondos temáticos sobre la Revolución alimentaria.
Son fondos realmente diversificados, sectorial y geográficamente. Es cierto que los valores de conglomerados alimentarios suelen sumar un 20%-30% de las carteras de inversión, pero hay mucho más. Compañías de semillas y fertilizantes, ingeniería genética, biotecnología, acuicultura, recursos forestales, proteínas de origen vegetal, maquinaria agrícola y para la industria alimentaria.
Estos fondos también tienen un importante componente tecnológico, muy complementario con otros temas de inversión a largo plazo como son datos digitales, fintech, comercio electrónico y demás.
Encontramos desde empresas que están desarrollando mejoras agrícolas y ganaderas con blockchain, internet de las cosas o inteligencia artificial a otras que crean bioplásticos, materiales de uso alimentario degradables y reciclables, tratamiento de residuos orgánicos para producir energía, aplicaciones de nutrición personalizada, impresión de alimentos en 3D y una larga lista de negocios muy prometedores.
*** Roberto Scholtes Ruiz es director de Estrategia de UBS en España.